EL FUJIMORISMO YA ESTÁ AQUÍ
por César Hildebrandt
Semanario Hildebrandt en sus Trece, viernes 27 de mayo de 2011
El fujimorismo ya co-gobierna, su atmósfera tóxica ya se siente. Está en la prensa tensada por ese afiatamiento macartista que encabezan Correo, Perú21 y El Comercio y que se extiende a todas las radios limeñas de alcance nacional y todas (sí, todas, Laura Puertas: ni tus callados ascos te terminan de limpiar) las televisoras.
El gobierno no formal pero sí fáctico del fujimorismo regurgitado está en los periodistas que han tenido que irse de Perú21, ese antro gobernado por un Millán Astray apenas civil, en la censura del documental sobre los asesinatos de La Cantuta, en la hostilización a decenas de periodistas del interior por parte de la administración de América TV, en las coronas funerarias enviadas a César Lévano y Arturo Belaúnde. También está en el contoneo de ese puterío empresarial que prepara sus mejores galas para recibir a su heroína, la que les asegura el cholo barato, el indio invisible, el no sindicato y el empleo basura.
El fujimorismo está en la cara de cómplice de César Zumaeta cuando autorizó el decomiso de un video que iba a propalar en el Congreso Daniel Abugattás, documento visual que demostraba que Milagros Maraví, la asesora de Keiko Fujimori en temas de justicia, fue una disciplinada colaboradora de Vladimiro Montesinos. El fujimorismo ya está aquí y sus heraldos negros son el cruzado Rey, el sombrío Trelles y el animoso doctor Sousa, que dice que la DIROES es “un centro de ´peregrinación” (algo así como La Meca del chuchumequismo).
Entre el “nosotros matamos menos” y el “no sé si Montesinos es un asesino”, entre Trelles y Rey, el enigma se ha terminado: el fujimorismo no ha cambiado ni ha aprendido. Es tan cerril como la derecha peruana, analfabeta hasta la jactancia, aturdida como pocas y sin patria como desde la fundación de esta república a la que ella, en su versión ancestral, se opuso porque prefería las pelucas y los marquesados del virreinato.
El problema es que el país al que se enfrentará Keiko Fujimori, si llega a consumarse este regreso, es un escenario explosivo y el fujimorismo no está acostumbrado a negociar sino a mandar. Y cuando tuvo que negociar, cerró el Congreso.
Ese talante no ha cambiado. Está vivo y puede llevarnos a una peligrosa confrontación social y a la confirmación de que el Perú está partido por la mitad. En ese caso, entonces, la derecha que se ilusiona con Keiko Fujimori no tardará ni dos horas en llamar, otra vez, a los cuarteles. Como hizo con Sánchez Cerro o con Odría. Y si eso sucede, su prensa dirá que Hugo Chávez, desde Caracas, intenta subvertir el orden del sistema.
Al descontento legítimo de millones de peruanos se le demoniza y se le intenta cerrar de nuevo, y con todas las armas, la vía electoral. Que no lloriqueen más tarde si los amantes de la violencia asumen el liderazgo del desasoiego después de enrostrar a los mesurados su mesura y a los sensatos su sensatez. El Perú carece de memoria. Y la memoria no es la inteligencia de los brutos sino la arquitectura del aprendizaje.
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