¿Y la línea divisoria entre decencia y corrupción dónde quedó?
Es increíble el descarado cambalache que se viene armando a pocos meses de las elecciones municipales. Este "proceso" será calificado como el más espúreo y virulento que hayamos tenido en las últimas décadas, debido a la desvergüenza con la que los "candidatos" buscan acomodarse en listas ya existentes, abandonan a los partidos políticos que les dieron nacimiento como políticos y se lanzan dardos, aparentemente cargados de veneno y agresividad, para después fotografiarse juntos y sonrientes, casi como celebrando de antemano sus negocios. Porque al final de cuentas, cuando termine la jornada de votaciones, los únicos ganadores serán ellos, los mismos corruptos y corruptas de siempre. Acá no hay líneas divisorias entre la virtud y la decadencia. Acá la línea divisoria está entre el corrupto y el más corrupto.
Ahora resulta que Álex Kouri, enriquecido ilícitamente gracias a las estrategias psico-sociales que le vendió a Montesinos, y doblemente enriquecido por aquel monumento a la cutra que fue el peaje de 1,800 metros en la Av. Faucett, se arrima a una "agrupación política" de reciente formación, liderada por un aspirante a caudillo que lleva años en las lides basuralizantes de la real politik peruana, de formación aprista (para más luces), discurso ácido cuando se trata de defender sus fueros y extravagancias que limitan con la bipolaridad, como la de albergar a Jaime Bayly y sus pretensiones presidenciales, que aun no dejan de sonar a chiste de su sit-down comedy dominical. José Barba Caballero, ex-compañero, ex-compadre político de Rafael Rey, ex-veinte cosas más, presta sus firmas para que Kouri culmine su obra maestra de la corrupción institucionalizada: tras años de raterías en el Callao ahora aspira al sillón municipal de Lima.
La ley electoral no existe. Brilla por su ausencia. Las próximas elecciones municipales y presidenciales en nuestro país serán equivalentes a un combate de vale-todo, a una pelea de perros rabiosos, a una final del campeonato de El Porvenir. Todo es posible en esta ciudad en donde ya uno no puede caminar tranquilo, ni siquiera por las avenidas más comerciales y concurridas. Y no solo es que nos asalten a vista a paciencia de todo el mundo los carteristas más abyectos, que son capaces de fulminar, en cuestión de segundos, planes y hasta vidas completas. También nos asaltan todos estos farsante que ya se dieron cuenta de que no hace falta tomarse el trabajo de disimular, ni siquiera un poquito. El laissez-faire llevado a su expresión más chabacana, barrunta y montonera.
Una persona que no ha vivido en la ciudad de Lima puede ser su alcalde y es capaz de ser aceptada como candidato a pocas semanas de cerrarse las inscripciones, gracias al respaldo de un grupo político que, en virtud de una supuesta alianza, le presta su personería jurídica aunque jamás hayan demostrado afinidades ideológicas, objetivos comunes, planes concretos de gobierno. Esas son cosas secundarias, es lo de menos. Esa misma persona puede rodearse, literalmente, de una banda de payasos que, habiendo sido autoridades en diversos distritos (San Miguel, Surquillo, Lince, La Molina), quieren reelegirse pero bajo los colores de esa misma agrupación política, a la que nunca pertenecieron (y a la que nunca pertenecerán). Recicladores de máscaras, alcaldes de quinta que no se imaginan abandonando el poder y sus gollerías, sobones del poder mayor cuya máxima aspiración es aparecer siempre en la foto.
Por otro lado, Lourdes Flores sigue empeñada en vender la imagen de "niña buena" (¿alguien le creerá?) mientras se arrima, también, al supuesto bolsón de aceptación ciudadana que posee el actual alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, respaldándolo, blindando lo que ella considera un "estilo político", justificando el silencio, la prepotencia, el cálculo maquiavélico que incluye compra-venta de deudas a empresas fantasma, atentados pistoleros a las estaciones de ese monumental elefante blanco llamado El Metropolitano y convencida de que ese ilusorio - y comprado - primer lugar en las encuestas le garantizará que esta vez no volverá a perder. Pero sería ingenuo sorprenderse por esto ya que ambos formaron esa cosa llamada Unidad Nacional.
Al final de cuentas, estamos ante la confirmación de que como electorado, nos encontramos 100% desprotegidos. Con la gran prensa convencional convertida en coro monocorde y caja de resonancia de las más grandes mentiras y manipulaciones que hayan podido imaginarse desde las épocas de los vladivideos y el flagelo de la incultura que es cada vez más omnipresente, esa pequeña minoría que no se deja engañar, permanece indignada e impávida, boquiabierta y ceñuda, casi resignada a que estos impresentables, los viejos y los nuevos, vuelvan a salirse con la suya. No dejemos que eso pase, informémonos mejor y evitemos que pasen nuevamente por encima de todos con sus sonrisas cómplices y sus posturas falsas.
El gran cantor argentino Julio Sosa y su inmortal - y muy vigente - tango Cambalache
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