lunes, 8 de abril de 2019

ALBERTO CORTEZ (1940-2019): CREADOR DE BELLEZA MUSICAL



Hay muertes que deberían paralizar las redacciones y poner de luto al mundo. La del cantautor y poeta argentino Alberto Cortez es una de ellas. Cuando un amigo se va, dice una de sus canciones más famosas, queda un espacio vacío… (Cuando un amigo se va, 1969).

Y el espacio que deja don Alberto es inmenso. Como lo era él, no solo por su imponente figura, siempre vestido de negro (“para que no se distraigan mirándome y escuchen”, decía), y esa potente voz tanguera, sino por la profunda sensibilidad de sus letras, rimas precisas sobre temas universales: amistad, amor, lealtad, identidad y compromiso social. En esta época de engendros como Maluma, Daddy Yankee y Bad Bunny, su ausencia quizás no sea sentida por las masas consumidoras de chabacanería, pero sí deja enmudecidos y llorosos a quienes fuimos mejores solo por haberlo escuchado.

Su verdadero nombre era José Alberto García Gallo, pero cambió a "Alberto Cortez" a comienzos de los años sesenta, en España. El argentino ya venía cantando en diversos restaurantes y teatros de su país, pero fue recién cuando adoptó este nombre que comenzó a hacerse famoso. Al principio esto causó una tensa polémica con un cantante peruano que a mediados de la década anterior había logrado fama por sus interpretaciones junto a orquestas tropicales como las de Carlos Pickling y Freddy Roland, e incluso a nivel internacional. El cantante chalaco Alberto Cortez Olaya interpuso incluso acciones legales contra el joven argentino, acusándolo de haber "usurpado" su nombre y fama para grabar su primer disco. El peruano, que en ese momento se hizo llamar "El Original" para validar su nombre de pila, no pasó de ser un buen intérprete mientras que la inspiración oceánica del argentino lo convirtió en un clásico de la música latinoamericana.

Con respecto a esta historia, don Alberto Cortez siempre reconoció que no era nu nombre real, aunque el tema de la polémica con nuestro compatriota estuvo bastante oculto para el público. Sin embargo, hay registros reales de la demanda por usurpación de identidad que Alberto Cortez Olaya, hoy de 89 años de edad, abrió en contra del compositor de joyas como Instrucciones para ser un pequeño burgués o Distancia, y que inclusive tuvo un encuentro cara a cara con él, en medio del entuerto, que habría llegado a los tribunales de países lejanos como España, Portugal y Bélgica. Este asunto incluyó un episodio en el que Cortez (el argentino) fue detenido y luego liberado por intervención de su sello discográfico, el gigante Hispavox. A pesar de ofrecimientos de corrección que hiciera el poeta argentino, la cosa permaneció así, como somos ahora todos testigos. Al parecer, la impulsividad del joven artista y su ascendente carrera hizo irreversible el tema del nombre, que podría haber sido una casualidad y no un acto voluntario de suplantar al cantante peruano, más identificado con los boleros y guarachas que con poesías musicalizadas de Antonio Machado o Pablo Neruda. Después de todo, el talento para la poesía y el canto del "cantante de las cosas cotidianas" sí le pertenecía. Y eso no puede negarse tras cuatro décadas de fructíferas creaciones musicales.

Recuerdo la entrevista que César Hildebrandt le hiciera a él y a Facundo Cabral, su gran amigo y cómplice en eso de crear belleza, en la que hablaron de Borges y Shostakovich, de Whitman y Jesucristo, de Monet y Guayasamín, de los animales y las plantas, con la misma soltura con la que hoy se dicen estupideces y vulgaridades mañana, tarde y noche en esa caja que, antes, no era tan boba. O quizás sí lo era, pero no estaba tan infectada de canallas como ahora. Esa televisión permitió que muchos adolescentes tuviéramos contacto con artistas como Alberto Cortez, inclasificables y eternos. Hoy, más eternos que nunca.

En el 2004 lanzó un fantástico recital titulado Alberto Cortez: Sinfónico, donde entrega lo mejor de su repertorio. Bromea con el público, cuenta anécdotas, sonríe. Y educa. Porque cada frase suya sirve para educar esa sensibilidad y romanticismo que las últimas generaciones han perdido, quizás para siempre. Aun cuando en cierto momento de su carrera se le incluyó, en diversas radios locales, dentro de las programaciones de baladas románticas, Alberto Cortez es más que nada un trovador, que le cantaba a la vida y a la muerte, al arte y al alma, por lo que era más apropiado asociarlo al movimiento de la nueva trova en español, junto con otros creadores de poesías musicalizadas como Serrat, Silvio, Pablo o Cabral, con quien se unió en los noventa para dar la vuelta por el mundo hispanohablante con unos shows a dos voces en los que ofrecían humor, inteligente y fino -como Les Luthiers- recuerdos de sus andares por la vida artística, diálogos extensos sobre el arte, el amor y la vida, y por supuesto, mucha música.

Alberto Cortez falleció, hace cuatro días, a los 79 años. Padecía un extraño mal estomacal por el cual fue hospitalizado dos semanas antes, en Madrid. Una hemorragia gastrointestinal acabó con su vida pero no con sus canciones. Más de cuarenta álbumes, extraordinarios registros de sus conciertos con don Facundo –Lo Cortez no quita lo Cabral (1994-1995) y su segunda parte, Cortezías y Cabralidades (1998)- y un catálogo de canciones inolvidables: En un rincón del alma (1971), A mis amigos (1975), Te llegará una rosa (1974), Callejero (1973), Mi árbol y yo (1970), Como el primer día (1983).

Pero de todas esas maravillas que escribió, sobresalen  A partir de mañana (1979) y Castillos en el aire (1980), cuyas letras son más inspiradoras que los miles de discursos y libros de autoayuda/coaching escritos por charlatanes angurrientos y posicionados por el marketing. Esa sana locura fue la que le permitió a don Alberto “volar igual que las gaviotas, libre en el aire, por el aire libre”. Pero eso es imposible… ¿o no?



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