un viejo adagio que "cada pueblo tiene a los gobernantes que merece". En nuestro país, esta fórmula podemos aplicarla, con la misma eficacia, a su selección de fútbol, a sus programas de televisión, a su clase dirigente (política y económica) y por supuesto, a su prensa. Nuestro pueblo -aunque yo prefiero siempre utilizar el término "población", que no tiene la carga demagógica hoy inscrita, a sangre y fuego, en el vocablo "pueblo"- merece el enmierdamiento de su cotidiano andar, de su tráfico insufrible dominado por salvajes (montados, indistintamente, en 4x4, Kias Picanto, micros y combis), de sus futbolistas fracasados a nivel selección y exitosísimos en sus equipos internacionales que les pagan millones de dólares y claro está, de su política y su prensa, que es capaz de quedarse muda en todos los idiomas frente al endiosamiento de corruptos y convertirse, al minuto, en ensordecedora vocería acusadora, dirigida a destruir a todo aquel que apunte a ser competencia de esos corruptos que admiran y catalogan de estadistas.
Esto último podemos ejemplificarlo claramente con las recientes cuitas de nuestra politiquería y el doble rasero de la prensa mercenaria. No es que sorprenda, pues basta con mirar las fotos de cócteles sociales y foros internacionales para entender que la agenda noticiosa y el tono editorial se define a través de las influencias (algunas veces acompañadas de sendos contratos y comisiones testaferreadas), pero sí indigna, porque algunos de nosotros creímos haber aprendido, en las aulas universitarias, que la función del periodista era mostrar una opinión siempre imparcial y siempre alineada al interés público, y no regalar sus espacios, cintillos, reportajes, titulares y columnas -muchas de ellas consideradas como insumo básico para la formación de ese concepto, siempre gaseoso, llamado "opinión pública"- al mejor postor.
Me refiero, específicamente, a los casos, maquiavélicamente paralelos, de Alejandro Toledo Manrique y Alan García Pérez, ambos expresidentes de la república. Toledo, cuyo único paso por Palacio de Gobierno estuvo dominado por sus banalidades -el avión presidencial, sus familiares aconchabados al poder- y sus irresponsabilidades sociales -la negativa a reconocer a su hija Zaraí, sus idas y venidas con Eliane Karp- está siendo investigado por las adquisiciones inmobiliarias millonarias que ha realizado, a través de su suegra y su amigo Yosef Maiman, y que no termina de explicar muy bien. Sus constantes contradicciones y a menudo, crasas mentiras, lo han puesto en el ojo de una tormenta mediática inmisericorde. Sin ser simpatizante de Toledo, me parece excesivo el tratamiento que todos los medios, sin excepción, le han dado a este tema. Amplificar los pedidos de "retiro de la política" (creados, eso es cierto, por el mismo Toledo en uno de sus famosos intentos por dramatizar sus declaraciones de inocencia) y llamarlo "cadáver político" por un asunto que aun no está definido al 100%, escapa de toda objetividad.
Sobre todo cuando vemos que esos mismos medios se ponen doble guante de seda cuando se trata de hablar de Alan García Pérez -dos veces presidente y con acusaciones mucho más gruesas que unas cuantas mentiras y deslices de nivel personal-, con la única excepción del periodista César Hildebrandt y su equipo de jóvenes y valientes periodistas quienes, desde su intransigente trinchera semanal, se han convertido en las únicas voces que llaman las cosas por su nombre. García, sobre quien pesan denuncias, juicios y miles de indicios razonables relacionados a los peores delitos del mundo: genocidios, enriquecimientos ilícitos, sobornos, cutras comisionables, cometidas durante sus dos períodos en el cargo; es entrevistado con respeto, devoción y hasta admiración por conductores de noticieros que, cuando se refieren a Toledo, son capaces de llamarlo "poco hombre", "mentiroso", "falso", clavando las miradas a sus camarógrafos. Una sentencia amañada del Tribunal Constitucional acaba de lanzar al triturador de papeles todas las investigaciones, declaraciones y conclusiones de trabajo de la llamada "megacomisión" del Congreso, que está destapando varias ollas de grillos cocinadas durante la última administración alanista, aduciendo una supuesta "vulneración de derechos civiles" al imputado García, tras lo cual festejó a través del twitter y, seguramente, también descorchando una que otra botella.
Es sumamente desagradable ver cómo periodistas como Milagros Leiva (El Comercio, Canal N) o Jaime Chincha (Canal 5) -solo por citar dos nombres- traten a Alan García como si se tratara de un gran señor mientras que a Alejandro Toledo le sueltan las peores imprecaciones, las más sutiles ironías y los adjetivos más terribles. Es indignante que líderes de opinión como Beto Ortiz -galardonado por segundo año consecutivo por esas dudosas encuestas de poder- despotrique contra Toledo, cada vez que puede, y sobonee a García en las mismas proporciones. ¿Por qué si todos, a coro, censuran las mentiras de Toledo, le exigen definiciones, lo insultan y emplazan desde sus programetes o periodiquetes; no actúan de la misma manera frente a la obvia maquinación mafiosa que le permite a García zurrarse, como le da la gana, en todo un trabajo congresal y se libra, de un plumazo, de acusaciones e investigaciones en curso?
Si las mentiras del líder de Perú Posible nos caen tan mal, es ilógico que los discursos del caudillo aprista nos suenen a estadismo puro. Este paralelismo desnuda, aunque no parece ser tan obvio a juzgar por el mutismo general de la calle al respecto, los intereses de la prensa, que se venden sin miramiento ni escrúpulos. Si la de nuestro país fuera una prensa realmente independiente, preocupada por informar con objetividad y brindar a la población los elementos necesarios para ejercer su ciudadanía con responsabilidad, la actitud frente a este blindaje "legal" a Alan García tendría que haber sido de absoluto repudio y no esta especie de complacencia que se desliza en cada informe. Una complacencia que no existe cuando se trata de destapar los correos electrónicos entre Eliane Karp y el abogado Pedro Allemant. Ahora resulta que las mentiras de Toledo son más condenables que los delitos de García. Mientras las primeras generan obsesionados griteríos, los segundos provocan convenidos silencios.
1 comentario:
Ah, que buen artículo, así es querido amigo, si me permites el adjetivo, el desnivel con que ambos son tratados en los medios es de escándalo. Por un lado es cierto que Toledo tiene que aclarar muchas cosas, pero se nota que lo suyo es más un tema de no querer que todo lo que compra sea compartido por igual entre sus dos hijas (imagino que hasta por presión de su esposa) y que eso lo le ha enredado. Simplemente no puede admitir esa posibilidad ante los medios. No creo que tras esto haya robo de nada, tal cosa ya habríua salido si hubiese existido. Toledo es un frívolo, no un ladrón. Pero con García, las cosas son más claras que una supernova. Con García hay pruebas y de ambos gobiernos de diferente delitos y casi nadie nadie dice nada. Yo creo que lo que pasa acá tiene quer ver con muchas cosas, entre ellas el racismo.
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