La más reciente tragedia ocurrida en el Estadio Monumental debería crear el consenso de que el futbol peruano, esa versión mediocre y patética del futbol profesional que aun admiramos, debería ser tomado en su conjunto como un microcosmos de la profunda enfermedad que sufre nuestro entramado social y por lo tanto, una primera medida para encontrar las aparentemente ansiadas soluciones sería comenzar a erradicar esta actividad que tiene cada vez menos de deportiva y más de delincuencial, una característica transversal a todos los actores directos que usufructúan el engañoso concepto de "pasión" con el que se dejan llevar por las narices sus defensores de a pie, los ciudadanos que salen a validar las opiniones interesadas de quienes no desean perder nada de esa gran despensa económica, la cual pretenden dejar abierta y funcionando a toda costa, por encima del dolor y del crimen.
Pero cuando vemos a dirigentes enquistados en la maquinaria corrupta del campeonato local, capaces de promover el uso de estadios sin licencia de funcionamiento, de contribuir al establecimiento y predominio en las estructuras jerárquicas de las "barras" a personajes lumpenescos ligados a las mafias de extorsionadores y delincuentes comprobados y que justifican la cultura discriminatoria y encubridora de los palcos, estos espacios "privados" dentro de recintos públicos que terminan blindados por sus dueños, que tienen carta blanca para ingresar drogas, armas, etc., sin represión policial y que además son ocupados por estos nuevos energúmenos "tatuados de Asia" como bien los describe César Hildebrandt, que se pasean impunes por la ciudad en camionetas de último modelo (seguramente atropellando, tocando el claxon y metiéndole el carro a todo el mundo), gastan 80 mil soles mensuales en tarjetas de crédito, cuando se ponen de mal humor lanzan a un "rival" al vacío y después se van a reflexionar a Miami, mientras coordina con su cómplice vía Blackberry, a quien seguramente "cholea" a su antojo, sobre cómo librarse de este problema, realmente me pregunto si estos señores del futbol piensan con sinceridad en encontrarle solución a todo esto.
Nuestra sociedad está sumamente enferma y lo ocurrido en el Monumental es efectivamente, solo una muestra más de eso. Pero eso no debe ser usado como atenuante para evitar que la justicia empiece a actuar por aquí. Ver a Magaly Medina - una de las vendedoras de basura y de violencia familiar que más éxito a conseguido con la extraña adicción a lo vulgar que afecta a la humanidad moderna y en grado sumo a la peruana - pontificar sobre periodismo y que pretende erigirse como defensora de esa sociedad que ella ayuda a embrutecer para ganar dinero es patético a todas luces. Asistir a las mesas redondas entre periodistas deportivos que escriben titulares violentistas y que han sabido celebrar la reaparición en el gramado de personajes como Mario "Machito" Gómez (solo por poner un ejemplo) es de una profunda hipocresía. Cuestionan la decisión gubernamental de poner condiciones para el reingreso de público y acusan de "matar al futbol" a quienes pugnamos por su desaparición en aras de la higiene y su futura reorganización para devolverle el carácter deportivo y familiar que evidentemente ha perdido. Los discursos y análisis sociológicos acerca de la violencia en el futbol se pierden en la nebulosa mientras las hordas de asaltantes, carteristas y asesinos planifican en secreto, seguramente, la venganza que corresponde a su enfermizo concepto de honor, virilidad y amor por la camiseta.
Bastante hemos visto y oído en la última semana con respecto a la actitud de la policía en este caso, que involucra una víctima proveniente de un estrato social elevado. La rapidez en la captura de los asesinos de Walter Oyarce contrasta con los miles de casos anónimos que nunca consiguen justicia. Es otra de las pruebas de la enfermedad que nos aqueja como colectivo social. Sin embargo también es aleccionador que este par de anormales (David Sánchez-Manrique alias "El Loco David" y José Luis Roque Alejos alias "El Cholo Payet"), pruebas vivientes de que ser lumpen ya no depende solo de no tener qué comer ya estén en Piedras Gordas. ¿Dónde se ha visto que un acusado de asesinato tenga una Oficina de Imagen y Prensa que emita comunicados familiares pagados para aparecer en la prensa y abogados que hablen en cámaras de lo admirable de su actitud al regresar, tras su reflexión espiritual en Miami? Es otra muestra de lo enferma que está nuestra sociedad. Ya ni siquiera sirve llamarlos "malditos", "dementes", pues ellos mismos se denominan así. Sienten orgullo de eso.
Y la última manifestación de esta enfermedad social es el reduccionismo que amenaza la búsqueda de soluciones. Es un comportamiento común en muchas personas que, tras cometer un error, buscan solucionarlo lo más rápido posible para dar señales de que "ya aprendió" o para que no se note lo que hizo. Eso puede funcionar en asuntos domésticos, de menor consecuencia. Pero es impensable en casos de esta dimensión, en los que mueren personas. Eso no se puede arreglar a la semana. Si se me cae un jarrón y lo rompo en mil pedazos, cojo una escoba y barro, ya está. Puede que tener más cuidado a la próxima sea suficiente para no romper otro jarrón. Pero pensar que organizar a la carrera un clásico con camisetas cambiadas porque lo vieron en Internet sin pasar un tiempo de suspensión en el cual todos (ya que todos dicen ser responsables) pierdan algo es absurdo y de alguna manera, cómplice.
La idea surgió de un hecho ocurrido en Uruguay hace dos años si no me equivoco: durante un partido de baloncesto murieron dos personas. La Federación Uruguaya de Basketball suspendió durante un mes completo todos los campeonatos, de todas las categorías, en todo el país. Recién después de un mes de suspensión los partidos se organizaron de manera tal que todos los equipos programados jugaron vistiendo la casaquilla de su rival. Acá ya salieron los presidentes de Alianza Lima y Universitario de Deportes (ambos cuestionados por sus mismos clubes por asuntos de corrupción) a intercambiar camisetas, lo mismo que ex jugadores emblemáticos de tiempos idos. Pero de la suspensión nadie habla. Es difícil pensar en un verdadero compromiso cuando se quiere aplicar este facilismo inútil.
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