En las últimas semanas, el tema del que más se habla en todas partes es la inseguridad ciudadana. Sé que lo que voy a decir va a caer mal pero resulta patético ver como el congresista Renzo Reggiardo se sorprende cuando le dicen que las comisarías de Lima no tienen teléfono fijo y hacen sus necesidades en silos. ¿Se puede sorprender de eso una persona que está en política hace diez años? ¿acaso no lo sabía antes de que su hija sufriera el terrible atentado que sufrió? Todos estamos contentos de que la niña de 9 años haya sobrevivido en lo que podría ser calificado como un milagro. Pero que este señor, perteneciente a esa nueva "clase política" más afecta al cambio permanente y conveniente de bancadas y al figurettismo con tintes intencionalmente faranduleros y de baja estofa es francamente indignante.
Del mismo modo, acaba de fallecer un joven reportero gráfico víctima de una combi asesina de la empresa Orión, esa que que permanentemente tenemos que padecer si nos dirigimos a Miraflores y que en más de una oportunidad ha regado muertos y heridos a causa de sus irresponsables choferes que se entregan a la adrenalina de las carreras por conseguir más pasajeros,como si la competencia no solo fuera por ver quién llega primero al paradero final sino por ver quién mata más gente. ¿Y el Ministro de Transportes? ¿y Susana Villarán? quizás también pongan cara de sorpresa cuando "se enteren" de que el culpable de la muerte de Yvo Dutra tiene más de 10 papeletas por infracciones que van de graves a muy graves. Ojalá que no se sorprendan tanto y que actúen con la severidad que el caso merece.
En esa línea quiero compartir con ustedes el aporte de un distinguido vecino de Barranco, don Víctor Urbano Katayama quien nos llama la atención sobre otra de las vertientes de esta cada vez mayor inseguridad ciudadana: la abierta libertad con la que los jóvenes juergueros (que pueblan las callejuelas otrora apacibles del distrito de Chabuca y Vargas Llosa) acceden a drogas de toda clase y la impavidez de la Policía Nacional y de la sociedad en su conjunto que persiste en avalar con su inacción, este predominio de la diversión interminable y del Miami-lifestyle que termina en asaltos, peleas callejeras y demás peligros para el ciudadano de a pie. La crónica puede ser vista como una preocupación local de un habitante específico de Barranco pero en realidad se puede aplicar a cualquier otro distrito, ya que en todas partes pasa esencialmente lo mismo.
EN LA LONCHERA DE LOS ADOLESCENTES
por Víctor Urbano Katayama – Viernes 12 de agosto de 2011
La realidad resulta ser más cruda que aquella que aparece ante nuestros ojos. Si no conversamos, si no interactuamos con nuestros vecinos, si no caminamos las calles de nuestro distrito y, más aún, si no hemos sido víctimas de la violencia callejera podríamos pensar que todo transcurre dentro de un marco de “normalidad” y relativa tranquilidad.
Barranco siempre fue considerado un distrito apacible, un lugar pacífico, propicio para vivir. “¡Quién como tú que vives en Barranco!” me decían, con no disimulada envidia, mis amigos y amigas pertenecientes a otros barrios cuyas historias siempre estuvieron signadas por la violencia. Hoy, después de cuarenta años, los jóvenes de otros distritos vienen al otrora “bello balneario del sur” a “barranquear”, a “juerguear”, es decir, en busca de diversión non sancta. En suma, vienen a Barranco a “malograrse” y, en el peor de los casos, a “malograr” a quien o a quienes estén dispuestos a seguirlos.
¿Quién no sabe que existen lugares conocidos donde se vende drogas? ¿Quién no sabe que la delincuencia actúa bajo el padrinazgo de ciertos miembros de la Policía Nacional? ¿Quién no sabe que algunos pubs alquilan sus baños para la venta de drogas? ¿Quién no sabe que las denuncias de los vecinos suelen caer en saco roto? ¿Quién no sabe que los delincuentes entran y salen de las comisarías como en su casa? Los vecinos sabemos.
El problema es más grave de lo que pensamos, pues si los vecinos no nos organizamos para enfrentar –en coordinación con las autoridades policiales y municipales- a la violencia cotidiana y a la falta de seguridad ciudadana, cuando reaccionemos ya será demasiado tarde.
Tres hechos ocurridos hace pocos días en Barranco expresan la gravedad de mis palabras. Uno de ellos alude a una pelea callejera en los alrededores de la Plaza Butters, entre un grupo importante de alumnos de un colegio particular que funciona por allí. Como los tiempos cambian, esta vez las protagonistas de la pelea eran dos chicas alentadas por sus compañeros y compañeras que, por los gritos que emitían, parecían estar bajo los efectos de algún alucinógeno. El bochornoso espectáculo, sin duda, alguien debe haberlo grabado y colgado en el facebook para beneplácito de la jauría. ¿Y dónde están los padres de estos adolescentes?
El otro hecho retrata la cotidianeidad de los días de escuela en un colegio emblemático donde una madre de familia, indignada, manifiesta que la marihuana se ha convertido en parte de la lonchera de los alumnos que acuden a sus aulas. “Ya no quiero caer pesada, pero yo soy la única que cada vez que hay reuniones de padres de familia, denuncio estos hechos”, manifiesta. ¿Y qué hacen los profesores de estos alumnos?
Ayer, de regreso a casa, caminando por la calle Manco Cápac a la altura de la calle Cora, divisé a tres adolescentes que venían en dirección contraria a la mía, uno iba en bicicleta y los otros dos a pie. Caminaban a paso lento mientras aspiraban y exhalaban el humo de un cigarrillo que iba de una mano a otra. Prudentemente, cambié de acera y al pasar al lado de ellos percibí el característico olor a marihuana. Los adolescentes siguieron su camino por la calle Cora sin el menor asomo de temor. ¿Y dónde está la Policía Nacional? ¿Y dónde está el serenazgo?
Llegué a casa pensando en las conversaciones sostenidas con las preocupadas madres de familia y en la realidad ofrecida por estos tres tristes tigrillos. En el último Congreso Peruano de Psicología realizado en el mes de julio de 2011 la psicóloga de CEDRO, Carmen Masías, manifestó que la droga que más se consume en el Perú es la marihuana y no la PBC. Sí, la marihuana, que no es la marijuana de los setenta sino una droga actual, mucho más peligrosa y popular entre sus consumidores.
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