jueves, 16 de abril de 2009

LA MÁS CALIENTE DEL MUNDO...


El calor que producían las inmensas lenguas de fuego a cada lado del escenario llegaba hasta nuestros rostros y con cada explosión desaparecía la idea de que estábamos viviendo un sueño, uno de esos sueños que habíamos tenido más de una vez en los últimos veinte años. Era difícil distinguir entre la realidad y la fantasía, como una amiga me dijo al salir del recinto, presa de la euforia y con los acordes aún resonando en los oídos: era como si hubiésemos estado dentro de uno de sus clásicos videos, esos que veíamos sin cansarnos y alimentando la ilusión de verlos en vivo y en directo.

Y es verdad. El concierto ofrecido por Kiss en Lima tuvo todos los elementos que este incendiario cuarteto ha utilizado en cada una de sus presentaciones en los mejores escenarios del mundo: excelente rock and roll, arrasadora actitud y energía, fuegos artificiales, luces y un sonido intenso y ensordecedor. Como lo anunció Paul Stanley en su primer contacto con el público peruano, esa noche fue la noche.

El martes 14 de abril, el Estadio Nacional dejó de serlo por alrededor de dos horas y media para convertirse en el cuartel general de la banda y la masiva concurrencia de las huestes del Kiss Army limeño hizo exclamar al carismático showman que Perú se convirtió en el país número uno. "Hemos tocado en Buenos Aires, en Sao Paulo, en Santiago y déjenme decirles que esta noche Lima se ha convertido en la ciudad más ruidosa". Poco a poco, lo que hubo entre Starchild y las 40 mil personas dejó de ser un simple diálogo para convertirse en un romance apasionado, una fiesta de rock and roll, una combinación única entre lo infantil y lo prohibido para menores.

Después del inexplicable set de casi 40 minutos de Leusemia - sin faltarle respeto a Daniel F. y su y trayectoria en el esmirriado panorama del rock nacional, quedó evidente que no era necesario ningún telonero - el concierto comenzó cuando un inmenso telón negro con el clásico logotipo de la banda neoyorquina cayó y cubrió la tarima.

Las impresionantes columnas de parlantes lanzaban We won't get fooled again, clásico de The Who que vienen utilizando como introducción en esta gira denominada Kiss Alive 35, y sus 6 minutos de duración crearon el ambiente propicio para lo que iba a venir. La expectativa, las ansias de verlos por fin, la espera acumulada estaba a punto de terminar.

La sensualidad andrógina de Paul Stanley y la risueña oscuridad de Gene Simmons se apoderaron del público apenas rompieron los fuegos con Deuce, tema que usan para abrir sus conciertos desde hace ya varios años. Los desplazamientos de la banda, conocidos para los fans más acérrimos, hicieron delirar a las casi 40 mil personas que esa noche fueron testigos de un espectáculo único en su género, inigualable. Cada una de las canciones fueron coreadas sin descanso y los miembros hicieron de las suyas en reciprocidad, dando todo de sí y cumpliendo lo prometido.



Kiss vino y, contrariamente a opiniones desubicadas y reveladoras de una ignorancia monumental, le dio a Lima una enorme inyección de felicidad y buen ánimo, en medio de las tragedias cotidianas que nuestras autoridades nos ofrecen como forma de vida, una forma de vida incolora y carente de ilusiones, que algunos nos negamos rotundamente a aceptar como inalterable. Sin ponernos muy densos, podemos decir una vez más, que es lamentable comprobar que no podemos encontrar tranquilidad ni sana diversión entre los nuestros y que deben venir artistas consagrados, de un mundo al que jamás tendremos acceso como sociedad, digan lo que digan los estafadores y corruptos de siempre, a mostrarnos cuánto es posible lograr con talento, creatividad y amor por lo que se hace.

Paul Stanley cantó y tocó como en sus mejores tiempos. Sedujo al público con sus sugerentes bailes y posturas, voló por los aires hasta la mitad del campo e hizo añicos una hermosa guitarra delante del boquiabierto público. Gene Simmons señaló a todo el mundo, desplegó todo su catálogo de gestos y movimientos, escupió fuego, vomitó sangre y se elevó casi 30 metros sobre la multitud que aclamaba su nombre, mientras él la observaba de brazos cruzados y con rostro severo, graciosamente endemoniado. Tommy Thayer ofreció una muy convincente combinación del virtuosismo inspirado e intuitivo de Ace Frehley y la prolija técnica de Bruce Kulick (guitarristas previos del grupo) y tal como sucedía en los 70s, disparó potentes bombardas desde su Gibson. Y Eric Singer, curtido hombre de tambores, estructuró estremecedores solos de batería sobre una plataforma que, casi como una nave espacial, parecía despegar hasta el infinito en medio de una lluvia de fuego.

El repertorio estuvo conformado por clásicos de la primera época de la banda, aquella en la que sorprendieron a propios y extraños con ese sonido intenso, electrizante que dejaba la sensación de ser algo más que hard rock, algo más que glam. Kiss es un grupo de rock and roll y desde siempre se las arreglaron para componer canciones que golpeaban directo a la cara, lo suficientemente elaboradas para demostrar su calidad como músicos y a la vez, en dosis perfectas y accesibles para todo tipo de público. Pero eso sí, con altos niveles de volúmen y distorsión.

Así, pudimos escuchar Strutter, Watching you, Parasite, Black diamond, Got to choose, entre otras., demostrando una vitalidad a prueba de balas y de críticas. Para cerrar la primera parte, una tupida lluvia de papeles blancos le dio ambiente de fiesta a Rock and roll all nite, himno a la diversión y a la buena música, una canción para saltar y gritar, efectivamente, toda la noche. Luego vendrían algunos guiños a su trayectoria ochentera con I love it loud (cantanda por Simmons desde las alturas) y Lick it up, además de la esperadísima I was made for loving you, uno de los momentos cumbres de la noche. Finalmente, Kiss terminó de enloquecer al público con Shout it out loud, Love gun y Detroit rock city, en un cierre de concierto simplemente espectacular.



Sin lugar a dudas, este ha sido el mejor concierto que ha visto Lima, no solo por la espectacularidad de la puesta en escena, sin precedentes en la historia del rock mundial, sino por la actitud y el prestigio que estos cuatro músicos han sabido ganarse a través de los años con un trabajo coherente y constante, asumiendo retos en medio de la tiranía de las tendencias musicales y los gustos de la gente. Kiss se mantiene vigente porque tiene todos los ingredientes necesarios para seguir siendo una voz influyente en el mundo del rock: carisma, talento y fuerza.

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