Este miércoles 23 de mayo se cumple un año más de la desaparición del
cantor y guitarrista argentino Héctor Roberto Chavero Aramburú, conocido
mundialmente por su nombre artístico, Atahualpa Yupanqui. La sola mención de ese
alias –referencia directa a los nombres de dos poderosos monarcas del ancestral
Tahuantinsuyo- hace vibrar el alma de los andes argentinos con la fuerza de su
guitarra telúrica, pulsada con destreza y calidez.
Aunque inició su carrera siendo muy joven, a inicios de los años
treinta –había nacido en Pergamino, provincia de Buenos Aires, en 1908- se le
recuerda más como aquel querendón y sabio viejecito, de mirada contemplativa y
piel cuarteada por los años, que canturreaba sus coplas con sabor a enseñanza
popular.
Atahualpa Yupanqui recorrió el Altiplano, durante casi dos décadas,
con su guitarra cantando. Encarcelado y exiliado por el gobierno de Juan Domingo
Perón por sus filiaciones con el Partido Comunista (al cual renunciaría años más
tarde), se hizo conocido en Europa, especialmente en Francia, donde llegó a
cantar junto a Edith Piaf.
En 1952 regresó a Argentina. Compuso música para películas, escribió
poemarios y grabó decenas de LP con sus melodías extraídas de la tierra, muchas
de las cuales compuso con su segunda esposa, la pianista francesa Antonietta
Paule Pepin Fitzpatrick, “Nenette”, quien firmaba como «Pablo del Cerro». Este
cambio de identidad fue voluntario, como cuenta Roberto “Kolla” Chavero,
guitarrista e hijo de ambos, porque al momento de iniciar su relación con
Atahualpa, él aún no se había divorciado de su primera mujer.
Su talento para las zambas, chacareras, payadas, milongas y vidalas
en las que hablaba de los pesares y correrías del gaucho, el paisanaje y las
costumbres pamperas, lo convirtieron en símbolo del canto folklórico argentino,
inspirando a toda una generación de artistas: Los Chalchaleros, Los Fronterizos,
Los Visconti, Mercedes Sosa, Facundo Cabral, Jorge Cafrune y muchos otros
grabaron emblemáticas canciones suyas como Luna tucumana, El arriero, El
alazán, Los hermanos o Los ejes de mi carreta. En Alemania, en 1977, se publicó
el disco Die Andengitarre, joya instrumental que condensa el legado de Atahualpa
Yupanqui como guitarrista criollo.
Sin embargo, la obra capital del zurdo “don Ata” –como le llamaban
sus seguidores, o mejor dicho, sus fieles-, apareció en los sesenta. En El
payador perseguido (1964) Atahualpa Yupanqui presenta un “relato por milongas”
en el que narra, en 107 sextinas (76 recitadas y 31 cantadas), su propia vida de
esforzado cantor de pueblo, fiel a sus convicciones y a defender lo genuino
frente a lo artificial, un catálogo de consejos para la vida digna, alejada del
acomodo y las apariencias.
Basado en la famosa obra de José Hernández, Martín Fierro (1872),
clásico de la literatura argentina, El payador perseguido es un inspirado
recuento de experiencias diversas, desde sus inicios en guitarreadas y
contrapuntos, su paso por diversos trabajos, algunos de ellos muy mal pagados, y
ácidas críticas a esos falsos trovadores que venden su guitarra y su verso al
mejor postor.
La prosa simple y el acento del argentino rural –que el genial
humorista y dibujante rosarino Roberto Fontanarrosa utilizara para dar voz a su
entrañable personaje Inodoro Pereyra- es inteligente y cuestionadora, pero
también es integradora del espíritu argentino, pícaro y de respuesta ágil, cuyas
experiencias de vida generan una sabiduría que no se halla en libros ni
academias y que le permite sobreponerse a la agresividad de una sociedad
discriminadora, hostil con el provinciano e hipócrita a tiempo completo.
Durante casi cuarenta minutos, Atahualpa Yupanqui nos cuenta su
historia acompañándose con finos bordones y trinos mientras sustenta su visión
social y humanista, más allá de tontos rótulos políticos que han querido usar
quienes se sienten aludidos por sus certeros dardos, para descalificar este
canto poseedor de una arrolladora vigencia frente a los problemas de injusticia,
racismo y corrupción que aquejan a esta sociedad dominada por las minorías de
siempre, que concentran toda la riqueza, mientras los de abajo (agricultores,
policías, obreros, maestros de escuela pública), viven con las justas esperando,
eternamente, que las cosas cambien.
Las coplas de este payador perseguido se convierten entonces en la
voz de aquellos individuos que, por mucho que los apriete la realidad, no dejan
de lado sus principios y colocan siempre, por delante de cualquier otra
necesidad, la de vivir con la frente en alto, respetando su identidad, sus
valores, su dignidad, esa virtud que es, a la larga, la única que nos define
como hombres y mujeres de bien. En su momento este disco fue considerado
peligroso y condenado al ostracismo. Por eso hoy casi nadie lo conoce.
“Don Ata” residió mucho tiempo lejos de su país pero lo llevaba
siempre dentro de sí: “Cuando toco mi guitarra veo el paisaje argentino frente a
mí”. En Cerro Colorado (Córdoba), ciudad donde también vivió y es hoy sede de la
Fundación Atahualpa Yupanqui, se abrió a comienzos de este año la muestra
fotográfica La tierra que anda, en homenaje a su legado artístico y humano.
Atahualpa Yupanqui, cuya última aparición en público fue en el Festival de
Cosquín, en 1990, falleció dos años después un 23 de mayo, a los 84 años, en
Nîmes, al sur de Francia.
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