Carlos Zambrano lanza un pelotazo desde la media cancha, un gran cambio de frente de derecha a izquierda. Juan Manuel Vargas recibe y, a la fuerza, consigue sacar un medio centro como en sus días de gloria, antes que sus escarceos con el prostíbulo farandulero pasaran a ser más importantes que su futuro futbolístico. La pelota es interceptada por un defensa ecuatoriano y rebota en la cabeza, sin dirección, de Claudio Pizarro. Impulsada hacia arriba - podría haberse ido al lateral o al saque de meta - le da tiempo a que Pizarro, este jugador a quien todos adoran pero que jamás ha hecho nada por la selección peruana, se voltea torpemente y casi sin fijarse, saca la pierna derecha con la intención de disparar al arco, en una especie de media volea oligofrénica. El empeine, como claramente se ve en las miles de repeticiones que, compulsivamente, han transmitido todos los canales durante el fin de semana, queda en el aire y la pelota le choca en la parte baja de la canilla. La velocidad de la jugada desconcierta a la defensa rival y el arquero, que salió a cazar mariposas, no pudo contener el balón. Gol de Perú. Las tribunas, repletas de monos con camiseta rojiblanca, estallan de sobreactuada alegría. Aun no estamos, ni siquiera cerca, en posibilidad de pensar que llegaremos al Mundial de Brasil 2014.
Los titulares del día siguiente hablan de heroísmo, de revanchas, de golazos y reivindicaciones de un tipo que durante años se ha dedicado a crear un mito de sí mismo, ayudado por las crónicas inflamadas - y quizás hasta pagadas - de periodistas deportivos de prensa escrita y televisiva que alaban hasta el más mínimo de sus movimientos. Pizarro juega bien hasta cuando no toca la pelota, dicen algunos de sus fans. Tiene ojos hasta en la nuca, glosa Ramón Quiroga, quizás bajo los efectos de un buen vino argentino combinado con los humos de los habanos que suele fumarse antes de cada transmisión en CMD. Daniel Peredo, sobreexcitado, le agradece al cielo que por fin, después de tantos yerros involuntarios y maledicencias de sus enemigos, Claudio estuviera allí, en el área, donde solo están los mejores. Palabras que las pantallas, como el papel, aguantan sin límite, porque cuando se trata de embrutecer a la masa y hacerle el negocio a los de siempre, los escrúpulos y la veracidad quedan siempre en segundo plano.
Claudio Pizarro juega, desde hace años, en Alemania y, valgan verdades, se ha convertido en leyenda goleadora gracias a que siempre estaba allí, para concretar las alucinantes jugadas elaboradas desde afuera por sus compañeros de ocasión, todos excelentes jugadores, ya sea en el Werder Bremen o el Bayern Munich, los dos cuadros bávaros donde ha ganado todo su prestigio internacional y fortuna personal. Sin embargo, cuando se ha tratado de jugar por la selección peruana, nunca - ni en sus veintes - replicó esas hazañas de goleador caza-pelotas ni marcó la diferencia, esa que suelen marcar las verdaderas estrellas de nivel mundial. Siempre nos han vendido la idea de que Claudio Pizarro era capaz de hacer maravillas en la cancha pero todo quedó siempre en una ilusión, fabricada para su propio provecho, que ni hasta el más afiebrado de sus hinchas podría justificar con hechos reales (ver estadísticas de goles de Pizarro con la selección y convénzanse de su ineficacia, aunque él diga que "eso no es lo que importa").
Por el contrario, el paso de Claudio Pizarro por la selección tiene recordación por hechos 100% negativos: a) el escándalo del Hotel Golf Los Incas (del que nunca debió salir bien librado), b) las sospechas de que, sobre la base de su poder económico, tomaba decisiones que le correspondían a los técnicos, incluido el actual y c) las ínfulas de capitán que le hacen ponerse por encima de jugadores más talentosos y efectivos que él para patear un penal, darse el lujo de fallarlo y después, ponerse majadero con una prensa a la que mangonea a su gusto, quien sabe si es por la injerencia que tiene hasta en el pago de ciertas planillas.
Este gol frente a Ecuador fue, a todas luces, un golpe de suerte, un champazo, para hablar en el lenguaje popular de quienes alguna vez hemos corrido detrás de una pelota. No fue un prodigio de ubicación o precisión o inteligencia. Es verdad, los partidos se ganan con goles y en esta época sonaría ridículo desear que todos sean hechos con filigrana, fineza o extremado lujo. Pero no estoy pidiendo eso. No me molesta que Perú haya ganado con gol de Pizarro. Me molesta que la masa (la suma de prensa deportiva con hinchada sin dignidad) le pase por alto todas las malcriadeces de las cuales ha sido capaz este tipo, solo porque hizo un gol de chiripa, en las antípodas de lo que hacen los grandes goleadores que definen partidos, generan situaciones permanentemente, ponen en jaque a las defensas rivales todo el tiempo. Con Claudio Pizarro nuestra selección no tiene nada de eso, la hinchada vive mendigando sus golpes de suerte, sus champazos. Y cuando le sale uno, le lanzan flores, le organizan homenajes, le levantan monumentos. Hinchada más mandilona que la peruana, ninguna.
¿Qué pasará el martes con Colombia? quizás lo mismo de siempre. Ahora, con todos estas exageradas y triunfalistas manifestaciones del público, Pizarro y compañía se relajen y los colombianos nos pasen por encima, en virtud de su buen futbol y una regularidad a prueba de balas en todas sus líneas. Y cuando le pregunten a Pizarro ¿qué pasó? él quizás responda: nada pues, perdimos, ¿cuál es el problema? Y acto seguido, tome su vuelo de regreso a Alemania a seguir empujando las pelotas que otros le ponen, servidas, en el área. Y Daniel Peredo dirá que, aunque no toque la pelota durante 80 minutos de 90 que tiene un partido, su presencia táctica es insustituible. Y las hordas de hinchas que salen a la calle con sus casaquillas rojiblancas, compradas en almacenes chilenos, saldrán a cantar el Himno Nacional mientras tocan el claxon en los oídos de la gente, compran piratería (o entradas de reventa) y cholean a discreción. Porque estos fanáticos del futbol peruano han creado una nueva concepción de patriotismo: son incapaces de respetar las más básicas normas de convivencia ciudadana pero se ponen la mano al pecho y cantan porque Pizarro hace un gol, casi sin darse cuenta.
Los medios de comunicación masiva, en lugar de esclarecer todas las dudas relacionadas a aquel escándalo en el cual estuvo involucrado Claudio Pizarro, según el cual percibía dinero como representante de otros jugadores, estando eso prohibido en su condición de jugador profesional activo,se la pasan endiosándolo y lavando su imagen, una imagen carcomida por la pedantería y el poco respeto mostrado hacia una camiseta con la cual no llega ni a los diez goles, en tres Eliminatorias y una Copa América. Y para darle color a toda esta farsa, invitan a las concentraciones a dos "amuletos" externos: don Oscar Avilés, leyenda viva de nuestra música; y un encantador niño de provincia, que ha ganado popularidad gracias a un comercial de televisión. Me pregunto: ¿por qué en lugar de hacer reportajes y semblanzas de su vida, en las que nos hablan de las "raíces negras" de Pizarro, no nos cuentan con cuánto se están portando todos estos seleccionados para que ese niño coma un poco mejor? ¿estarán haciendo algo por él?
2 comentarios:
Vamos perú , La rompemos con uruguay.
Vamos peru.
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