sábado, 24 de marzo de 2012

¡¡¡URGENTE!!!: POLÍTICAS DE SALUD MENTAL PARA LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN


En el noticiero matutino de Frecuencia Latina, un economista lanza recomendaciones para quienes tienen tarjetas de crédito y dice, con tono de voz aleccionador y expresión facial de quien se dirige a una sociedad que apenas está saliendo del paleolítico superior: "los usuarios no deben hacerse de deudas mayores al 25 o 30% de sus ingresos. Es decir si alguien gana 3 mil soles (¿qué porcentaje de gente en este país gana esa cantidad?), sus consumos no deben ser mayores de mil". En el acto llegan los comerciales y el Banco de Crédito ocupa uno de los primeros lugares entre los anunciantes ofreciendo préstamos de hasta siete veces el sueldo de sus víctimas. El anuncio, por cuya transmisión a todas horas ha pagado miles de dólares a todos los canales de TV para "posicionar su producto", que muestra cómo una jeep aplasta a un andrajoso transeúnte de una ciudad en ruinas, va abiertamente en contra del consejo del experto.

De cuando en vez sale algún funcionario público o miembro de conocidas instituciones periodísticas a hablar del "horario de protección al menor". Se llenan la boca y discursean acerca de sanciones, de autoregulaciones, de sentidos comunes y demás memeces que ya nadie cree. Amenazan con retirar financiamientos publicitarios y se jactan de haber creado el semáforo: luz verde para el que cumple, luz ámbar para advertir y luz roja para quien "atenta contra la niñez exponiéndola a imágenes y temas impropios". Inmediatamente después un locutor en off de voz despreciable anuncia a gritos, a las 9 de la mañana, el video candente de no sé quién y las peleas callejeras de la farándula y la exclusiva con alguna cienagosa personalidad del "espectáculo". ¿Y el semáforo? ¿y el ANDA? No lo sé a ciencia cierta, pero este debe ser el único país del mundo en el cual los adictos a lo escabroso no necesitan encender el televisor pasada la medianoche y pueden disfrutar como cerdos a la hora del desayuno.

Estos son solo dos ejemplos del grave estado de enfermedad mental que padecen nuestros medios de comunicación masiva. Los dueños de los canales y periódicos por un lado y los periodistas por el otro, contribuyen diariamente a que el público ya no se dé cuenta de qué es información y qué es basura. Entrevistar a un pintor reconocido para después reírse a carcajadas con cualquier vulgaridad que pueda sacar de la Internet genera confusión en los menos cultivados (que son la mayoría), más indiferencia en los que ya perdieron toda noción de respeto por los demás e indignante frustración entre quienes aun buscan algo de cordura en este país en el que los perdedores gobiernan, los mezquinos ganan los mejores sueldos y los destalentados son considerados estrellas.

La ambición desmedida que demuestran estas personas por que todo se traduzca en puntos de rating e ingresos económicos y que esa premisa sea la justificación para transmitir o publicar cualquier cosa a cualquier hora, sin pensar en los efectos que produce en los espectadores, tiene que estar motivada por una profunda ruptura mental, una esquizofrenia galopante, un trastorno demencial que los convierte en esos monstruos capaces de esparcir basura negra, podrida, en cadena nacional y sin que les tiemble la mano, con el pretexto de que "eso le gusta a la gente".

Naturalmente, ese pretexto se refrenda con la complicidad del público que acepta todo y pide más, que vibra con los partidos de futbol de la selección así esta pierda una y otra vez, que se emocionan con cada capítulo de una "comedia" mal escrita y mal actuada que solo promueve malos ejemplos o que ve con sorprendente pasividad a la madre de una supuesta "modelo" experta en escándalos y comportamientos extremadamente vulgares y marginales, que se presenta a sí misma como representante de su hija. Es cierto que nuestra sociedad está enferma, al punto que aumentan los asesinatos y no solo en cantidad sino también en crueldad. Pero también es cierto que los medios padecen de esta enfermedad mental porque han llegado a un punto en el que son capaces de decir algo medianamente positivo y dos minutos después destrozarlo con una imagen, con una "nota de interés" o con un programa "de entretenimiento".

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