domingo, 4 de marzo de 2012

CHESPIRITO: MERECIDO HOMENAJE EN VIDA AL MAESTRO DEL HUMOR BLANCO


Cuando se comparan aquellas cosas que nos hacían reír cuando éramos niños con las que hoy consumen las nuevas generaciones, uno termina al borde de la desesperación de ver cuánto se ha degradado la idea del humor y cuánto esta se ha separado de la posibilidad de enseñar cosas positivas, de entretener sin aburrir y sin desperdigar malos ejemplos que terminen convirtiéndose en hábitos. Es cuestión de talento dirán algunos, hoy los artistas son menos cultos, menos inteligentes. Y tendrán razón, pero no solo es eso. También es cuestión de ausencia de escrúpulos, de afán por correr de la mano con los tiempos "modernos". De que ya no es rentable dar consejos como aquel mítico "la venganza nunca es buena, mata el alma y envenena" y que en lugar de eso, los niños se ríen más con los retratos malhechos de familias disfuncionales o las malacrianzas de un barrio popular. De niño yo me reía a carcajadas con El Chavo del 8, hoy los niños se ríen con Al fondo hay sitio. Es que de solo pensarlo... me da cosa...

Podríamos rebuscar en páginas de Internet y dar miles de ejemplos de los mensajes positivos que Roberto Gómez Bolaños intercalaba en sus libretos sin comprometer su carácter divertido. Un humor infantil, fino y lo suficientemente inteligente para que a los mayores también les resultara aleccionador. Pero prefiero citar las que lleguen a mi memoria mientras escribo estas líneas. Como aquel capítulo navideño en el que El Chavo, el niño humilde y rotoso que vive en un barril y no come a diario, le regala a un bebé recién nacido lo único que tiene o el clásico episodio de las vacaciones en Acapulco en el que el Sr. Barriga, potentado dueño de la vecindad, invita al Chavo a ir con ellos cuando todos, en su alegría por irse de viaje, se olvidaban del amigo que se quedaba solo.

Solidaridad, amistad, sencillez, buena vecindad, valores que Chespirito ensalzó en todos los géneros que desarrolló, pero particularmente en El Chavo del 8, programa que fue una de las más sanas influencias que podamos haber tenido los niños de mi generación. Independientemente del camino que hayamos seguido, no podemos negar que los personajes, frases, bromas, rutinas y canciones creados por la mente prodigiosa de este artista mexicano nos han acompañado siempre y no solo nos han hecho reír, sino también aprender, soñar y hasta llorar. Cada vez que me siento frente al televisor, veo los mismos capítulos y repito una tras otra las palabras de Don Ramón antes y después de la cachetada o el diálogo eterno de la tacita de café entre Doña Florinda y el Profesor Jirafales o las innumerables palabras, respuestas y giros dramáticos de otros entrañables como Los Chifladitos, El Chapulín Colorado y el largo etcétera conformado por el universo del pequeño Shakespeare, "el número uno de la televisión humorística" me convenzo de que para esta clase de cosas, todo tiempo pasado sí fue mejor. Porque como dice el viejo y conocido refrán, no por mucho madrugar jamás su tronco endereza.

El homenaje que le acaban de hacer, en vida, a esta mezcla única de Charles Chaplin y Cantinflas, orgullo del humor en nuestro idioma, es plenamente merecido y emociona no porque seamos fanáticos de su carrera, sino porque representa el triunfo de lo bien hecho, el triunfo del talento por encima de la improvisación, la importancia de estar vigente después de 40 años en una época de artistas desechables, momentáneos, fabricados por la publicidad, que se hacen famosos por escándalos o por presentar situaciones escabrosas, vulgares o mega producidas pero que no tienen substancia ni trasfondo alguno.

La admiración que desde México y Latinoamérica se le ofrece es un reconocimiento a una obra que ha calado hondo en la identidad hispanohablante y que además, ha trascendido la barrera del lenguaje y llegado a diferentes públicos de los cinco continentes. Me pregunto si Efraín Aguilar, en su bajeza y su vulgaridad como mercenario del entretenimiento barato, es capaz de aceptar que su "éxito" es precisamente impulsado por ubicarse en las antípodas de lo representado por Chespirito y que para lograrlo cuanta con la indignante complicidad de una sociedad cada vez más enferma que avala, a través de la opinión pública y de los medios de comunicación, todo aquello que suene y se vea marginal y que no haga ningún esfuerzo por salir de esa marginalidad.

A sus 83 años, Roberto Gómez Bolaños sabe que el homenaje recibido es también el inicio de una despedida, una despedida anticipada para una vida repleta de sueños cumplidos que llega a su final, un final que seguramente entristecerá a miles y miles de seres humanos que hasta ahora gozan con su humor blanco, que no por eso dejó de ser irreverente, crítico y hasta mordaz cuando se trataba de tocar temas como la injusticia social o el abandono. Y que hasta ahora le agradecen cada una de las sonrisas generadas, cada una de las frases inolvidables que hoy son parte de nuestro lenguaje coloquial, cada una de las imágenes que dejó grabadas en nuestras memorias.

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