Estoy complacido de que Susana Villarán haya ganado la alcaldía de Lima Metropolitana. Significa el triunfo de una opción alterna frente a la politiquería rancia de Lourdes Flores, que en esta ocasión se "enriqueció" con fuertes dosis del peor estilo fujimontesinista de demolición mediática, ayudada por sus amigotes del Grupo El Comercio (El Comercio/Perú21/El Trome/Canal 4/VCanal N). Ese plus, que convirtió a la otrora congresista que luchaba contra la corrupción y vociferaba que Alan García era "el marido infiel que le sacaba la vuelta al Perú" en una representante más de la política chavetera, que hace del golpe bajo y la guerra sucia sus principales activos y deja el debate de ideas y la exposición programática en segundo plano.
Estoy complacido además porque, a contramano de lo que dicen los Mariáteguis, las Palacios y los Pepekukos (divertido mote creado por Pedro Salinas para referirse a PPK que seguramente ya está alistando sus maletas, ya que según sus vaticinios, los inversionistas huirán del país como si una epidemia de cólera lo hubiese asaltado), la victoria de Fuerza Social es la victoria de un pensamiento humanista poco visto en los últimos años. Un discurso como el de Villarán es lo que hace falta en esta sociedad escindida por los complejos de siempre y contaminada hasta la náusea por la desigualdad y la corrupción. Dependerá de su capacidad de gestión tapar la boca de todos aquellos que intentaron traerla abajo con argumentos que ya rayaban en lo psicosocial.
Resulta paradójico que haya ganado la mejor opción, lo cual es una señal de cambio en cuanto a las reacciones del electorado a nivel de Lima Metropolitana, cuando en el resto de distritos - salvo algunas excepciones como San Isidro o Miraflores, en que se han producido sorpresas - la misma población ha optado por el continuismo. En algunos casos ese continuismo es realmente insólito como en las reelecciones de nefastos personajes como Salvador Heresi en San Miguel, Carlos Burgos en San Juan de Lurigancho, Alberto Sánchez Aizcorbe en La Victoria o la vergonzosa decisión de los vecinos de Magdalena del Mar que han apoyado mayoritariamente a un ladrón comprobado como Francis Allison.
Decir "soy de izquierda" en esta Lima hipocritona y equivocadamente apitucada es casi declararse antisocial por antonomasia. He escuchado a personas decir que la izquierda congrega en sus exiguas filas a todos aquellos resentidos que no tienen buen trabajo, a todos los que reniegan porque no salen en las fotos, a las personas "de bajos recursos" (eufemismo que busca ocultar el desprecio que algunos sectores sienten hacia los pobres, es decir, las grande smayorías del país). Y esta actitud es sintomática de la grave enfermedad que padece nuestra sociedad, puesto que quienes más defienden esa tesis no son precisamente los más adinerados (los realmente adinerados habría que decir, que terminaron votando por Villarán para sorpresa de muchos).
Por el contrario, quienes consideran que Lourdes debió ganar y que ahora tiemblan de miedo porque una "roja" va a ser su alcaldesa durante los próximos cuatro años, son todo ese sector intermedio del A-B, conformado por los nuevos ricos, los profesionales jóvenes y los distraídos de siempre, que ignoran que la verdadera izquierda - izquierda moderada han comenzado a llamarla algunos analistas - se identifica con las ideas sociales más justas y reivindicativas, con el arte y la profundidad de pensamiento, con el análisis alturado y culto. Los renegados y los extremistas, que se pueden encontrar a ambos lados del espectro político, no forman parte de esta nueva izquierda que algunos llaman, casi de manera compulsiva, "caviar".
Me los podía imaginar ayer, después de los primeros flashes informativos de la ONPE con sus rostros desencajados, frente a sus camionetas 4x4, enviándose mensajitos por Blackberry, lamentando que Flores, que decidió voluntariamente cambiar a Bedoya por Montesinos en su estilo de campaña electoral, comenzaba a perder por quinta vez. Todos tristes imaginándose lo peor: que el riesgo-país va a subir, que Nílver López y Patria Roja van a gobernar Lima, que los inversionistas se van a ir a los EE.UU. como pronosticó Pepekuko.
Ellos y ellas, destapando sus Brahmas, llorando porque ganó la candidata de los pobres, esa señora que tiene un pasado político intachable, que le sonríe sincera a los sectores que esa nueva aristocracia limeña quisiera desaparecer y que al mismo tiempo, proviene de una familia que impulsa la cultura permanentemente a través de sus negocios en El Suche. ¿Cuántos de esos jovenzuelos exitosos, que leen con devoción los boletines informativos de la SNI y se emocionan hasta las lágrimas con las trasnochadas lecciones de capitalismo de Fritz DuBois y aplauden las despotricadas anti-Villarán no se habrán paseado por el Jazz Zone, dándoselas de sofisticados integrantes del primer mundo?
A pesar de mi complacencia por el triunfo de Susana Villarán debo admitir que no contribuí a ello porque un día antes decidí no votar por ella. La señora Villarán me perdió como votante por un motivo que puede parecer superficial pero que para mí, melómano empedernido, resulta un daño al país equiparable a lo que nos dejó el terrorismo en cuanto a pobreza espiritual, daños a la salud mental y demás secuelas de la violencia y el mal gusto: si Lourdes Flores bajó a los quintos infiernos juntándose con Abelardo Gutiérrez, "Tongo", Susana Villarán subió a su balcón a Julio Andrade, el peor cantante del Perú. En su fantasía bipolar, el esperpéntico Sr. Andrade debe sentirse como esas estrellas de Hollywood que dieron su apoyo a Barack Obama e hizo el ridículo (como cada vez que toma el micrófono) en un acto de figuración que la virtual alcaldesa jamás debió permitir.
Pero bueno, nadie es perfecto, Sra. Villarán. Estoy seguro que, como rezaba uno de sus esloganes al final de la campaña, "la esperanza vencerá al miedo" y al final de su gestión quedará demostrado que no había nada que temer. Por lo menos la alcaldía de Lima Metropolitana ha quedado en manos de alguien confiable.
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