Me contaba un amigo que hace un par de días, el "líder comercial" de una oficina perdió una valiosa oportunidad de afianzar su posición frente a sus colaboradores (conocido eufemismo creado por los expertos en psicología laboral moderna para reemplazar al término "empleado") y de quitarle las comillas a su cargo, cuando convocó a un pequeño brindis por Fiestas Patrias y demostró que no tenía absolutamente nada qué decir.
En lugar de originar una amena tertulia con respecto a cómo siente el Perú cada uno de los miembros de esa oficina, desde sus particulares e individuales puntos de vista - pensaba yo para mis adentros - se perdió en los lugares comunes de siempre, evidenciando la urgencia que tenía por pasar lo más pronto posible ese embarazoso momento de tener que expresar cosas que no siente, de tener que demostrar esa inteligencia, esa experiencia y esa clase que supuestamente le han permitido estar por encima de los demás, ostentar un cargo importante, de responsabilidad y gozar, desde luego, de un sueldo muy superior al del resto.
¿En cuántas oficinas del Perú habrá pasado lo mismo el último fin de semana? ¿en cuántos lugares, públicos y privados, se habrá vivido con la misma indiferencia un momento que debería ser de orgullo para todos los peruanos, sean de donde sean? ¿o es que el mundo verde que nos describe nuestro Presidente en su tradicional - y cada vez de mayor sinsentido - mensaje a la Nación solo existe en aquellos sitios en los que nunca estamos nosotros? Mientras escuchaba el relato de lo que sucedió en esa anónima oficina, me preguntaba si hubiese sido posible motivar en ese grupo indeterminado de personas alguna reflexión con respecto al Perú que celebra, a trancas y barrancas, su 188mo. cumpleaños como país independiente.
Y me pude a pensar en lo que es para mí el Perú. Muchas veces no tenemos la opción de decirlo y muchas otras ni siquiera lo pensamos, pero imaginarme un escenario en el que confluyen varias personas, de distintas procedencias, me impulsó a buscar en mi propia experiencia la noción de patria, la idea de nacionalidad. Quienes pertenecemos a la mal llamada "Generación X" (los nacidos entre 1970 y 1985, más o menos) hemos adoptado una posición que ha sido catalogada de indiferente ante los problemas del país. Somos apolíticos, relativistas, alienados, y vemos la identidad con la misma individualidad como vemos la religión. Como decía un viejo profesor de la universidad, practicamos el manierismo y nos dedicamos a ver "lo malo en el lado de lo bueno, lo bueno en el lado de lo malo, etc., etc." para tener una opinión que se ubique siempre en el medio, sin comprometernos con nada, sin sesgarnos.
En parte todo eso es cierto. Pero no corresponde necesariamente a la pertenencia a una generación, por lo menos no es ese el único motivo de tal actitud. Es, en todo caso, una consecuencia de lo que nos dejaron quienes nos anteceden en edad. Ante una sociedad cada vez más descarriada, un sistema político que se diferencia muy poco del de hace 20 años, ante las injusticias y corrupciones que vemos crecer a diario como malahierba y el estancamiento que sufrimos por no pertenecer a las élites (entiéndase como élites a los grupúsculos de influencia que aseguran buenos trabajos, a quienes dependen del tarjetazo para colocarse económicamente bien, etc.) no queda otra que declararse independientes de pensamiento y de acción. Pero eso no significa, por lo menos en mi caso particular, que no sintamos al Perú. Y puedo dar fe de que una o dos personas de mi entorno más cercano piensan y sienten lo mismo.
Hubiera sido interesante por ejemplo, en la oficina a la que hago referencia, que cada uno contara algo de su lugar de nacimiento que los hiciera sentir orgullosos de ser peruanos. Según mi fuente, en el recinto había gente que podía ser ubicada cronológicamente dentro de la "Generación X"y además, formaban un heterogéneo collage de nuestras regiones: gente de Lima, de la Sierra, de la Selva, del Norte. Es decir, un pequeño resumen de esa rica diversidad que solo a unos cuantos nos enorgullece de veras y estoy casi seguro que las respuestas habrían apuntado hacia un mismo resultado. Los motivos para querer al Perú están en las antípodas de aquellas cifras, perogrulladas y mentiras que repiten una y otra vez todo tipo de autoridades: presidentes, ministros, premieres, congresistas, empresarios y demás, cada vez que tienen la oportunidad de hacerse de un micrófono.
Nunca he vivido fuera del país pero estoy seguro que de hacerlo, además de extrañar a mi familia y a mis afectos más personales, extrañaría ver un gallardo caballo de paso, una elegante pareja bailando marinera, unos cimbreantes conjuntos de música negra o disfrutando un buen cebiche, un refrescante pisco sour o cualquiera de las innumerables delicias musicales y gastronómicas de nuestro país. Que eso también es un lugar común, podrían pensar algunos. Pero uno escucha a los políticos, a los deportistas, a la mayoría de líderes de opinión o a las estrellas de farándula - que constituyen los modelos en los cuales la gran masa busca su propia opinión, formada a retazos por el bien estudiado esquema de repetición de mentiras y ocultamiento de verdades controlado desde el poder y termina entendiendo que no es tan común como parece.
Decir que me da vergüenza ser peruano cuando veo y escucho a Alan García burlándose año tras año de la ciudadanía a través de sus delirantes discursos o cuando veo a Javier Velásquez Quesquén ceñirse orondo el fajín de Premier o a cualquier representante del sector público que repite consignas y se zurra en las necesidades reales de la gente no resulta ser políticamente correcto. Si esta bitácora tuviese la difusión masiva que yo quisiera, sería considerada intolerante, anti-democrática, "anti-sistema"... y terminaría siendo sistemáticamente ninguneada por todos los medios posibles.
Pero esa es la realidad. No siento orgullo de ser peruano cuando escucho las monsergas de los que, llevándose hasta el último centavo a sus casas, se llenan la boca de frases como "estamos trabajando en favor de las grandes mayorías", "el Perú avanza", "el crecimiento será sostenido", "nuestra prioridad es la inclusión social", etc.
Sentir orgullo de ser peruano no pasa por querer encaramarse en un balcón y desarrollar una carrera política fulgurante que te lleve, a los 36 años y sin haber hecho nada admirable, a ser ministro de Estado. Sentir orgullo de ser peruano pasa por conocer la historia, la música, saber apreciar la diversidad de nuestras razas y respetar las opiniones ajenas.
Defender el estado de derecho, esa abstracción tan manoseada por los grupos de poder, corresponde a toda esa masa de inescrupulosos que algún provecho sacan de todo este caos. Y en ese universo de peruanos corruptos, hay tantos miembros de la famosa "Generación X" que los sociólogos que acuñaron aquel concepto, sobre la base de un mayoritario comportamiento irreverente y de pensamiento libre, deberían revisarlo y ajustarlo a lo que nos ofrece la realidad.
El gran cambio en nuestro querido país se iniciará el día en que en los periódicos y en los canales de televisión veamos más noticias relacionadas a aquellos aspectos que nos acerquen más a nuestra peruanidad, en lugar de dar tanto espacio a políticos intrascendentes, entretenimiento de baja calidad y que seamos capaces de exteriorizar todos esos sentimientos y valores que hoy son considerados poco importantes y darles el lugar que verdaderamente merecen, frente al desafío diario de vivir en medio de esta jungla cargada de hostilidad y marginalidad, de la cual es cada vez más difícil abstraerse. Después de escuchar mensajes a la Nación como el último, vino a mi mente esta pequeña viñeta musical del siempre impredecible Manu Chao. Hasta la próxima...
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