miércoles, 14 de marzo de 2018

PHIL COLLINS EN LIMA (martes 13-3-2018): LA CLASE SE MANTIENE INTACTA



Desde que se anunció la segunda visita de Phil Collins a Lima, he escuchado voces que, exhibiendo un grado sumamente preocupante y abyecto de frialdad e intolerancia -dos de las principales características que revela ignorancia en el comportamiento humano-, se apuraron a decir que el cantante y compositor británico "estaba ya acabado", "ya no canta", "sale sentado" y otras frases que buscaban descalificar la genuina expectativa que despertó en muchos de sus seguidores, tanto aquellos que conocen profundamente su trayectoria desde los tiempos de Genesis y Brand X como aquellos consumidores promedio de música radial que mueven los piececitos al ritmo de Sussudio pero no tienen la menor idea de la existencia de canciones como Take me home o The west side.

El rock -y sus innumerables variables surgidas a lo largo de ya más de seis décadas- está íntimamente asociado a rebeldía y juventud. Aun así, los fanáticos de este apasionante género musical hemos visto envejecer dignamente a las primeras promociones de rockeros, muchos de ellos aferrados a sus instrumentos hasta el final de sus vidas. Más allá de gustos específicos por tal o cual grupo o solista, las audiencias reconocen en sus artistas ese ímpetu aun en las postrimerías de su existencia terrena, cuando las fuerzas físicas van terminándose pero aun queda ese fulgor, ese talento, esa clase de la cual carecen los farsantes que hoy llenan rankings de ventas millonarias con propuestas musicales vacías, sin substancia.

Y es que el rock también es un sentimiento, uno que genera elevados niveles de identificación y apasionamiento. Por eso sorprende la gruesa piel de insensibilidad que encierra esa retahíla de comentarios, algunos desde la misma prensa especializada, faltos de empatía hacia un hombre que protagonizó algunas de las mejores épocas del pop-rock durante los ochenta. Y muchas durante la década anterior. Es cierto que no se podía esperar al mismo cantante que derrochaba dinamismo y energía, corriendo de un lado para el otro, haciendo coreografías con su sección de metales en 1986. O querer ver al muscular baterista capaz de ritmos y síncopas imposibles que llegó a ser comparado con John Bonham o Bill Bruford en su momento más fuerte allá por 1973. Las enfermedades y, sobre todo, las consecuencias de un lamentable accidente pasaron factura a la maquinaria corporal de Phil Collins. Por eso hoy canta sentado y reduciendo una o dos escalas la tonalidad de sus canciones -algo que hacía ya desde finales de los noventa. Pero la calidad permanece intacta, como quedó demostrado en el recital de la noche del martes 13 de marzo del 2018, sobre el escenario del Jockey Club.

La voz de Collins aun conserva ciertos matices que recuerdan directamente a su época de mayor éxito, en especial en los tonos intermedios. Y en sus característicos gestos -la ceja levantada, la sonrisa pícara, la mirada de reojo a sus músicos- se reconoce al que fue, aun cuando los signos exteriores de deterioro, consecuencias de la cadena de males que lo vienen aquejando desde el 2011, nos hacen pensar que estamos frente a otra persona (la acción del tiempo es inevitable). ¿Qué pensará Phil en cada ciudad que forma parte de esta gira titulada Not Dead Yet (Aun no estoy muerto) cuando se ve a sí mismo en la gigantesca pantalla LED ubicada detrás suyo, calentando como boxeador junto a sus compañeros de Genesis, mirando extrañado a un Peter Gabriel disfrazado de flor, sentándose en las piernas de Mike Rutherford, baqueteando incansable con Chester Thompson? Esta y otras preguntas vinieron a mi mente mientras disfrutaba del show, un verdadero acto de agradecimiento a su público, personas que no lo rechazan por haber hecho algo que todos vamos a hacer alguna vez: enfermar y envejecer.

El concierto fue una colección de sus grandes éxitos: Allí estuvieron, por supuesto, Sussudio (casi al final), Dance into the light (de ritmos africanos a lo Peter Gabriel), You can't hurry love (cover de The Supremes de 1966), Something happened on the way to heaven y las espectaculares baladas Separate lives (a dúo con Bridgette Bryant, una de sus fantásticas coristas) y Against all odds (con la que está dando inicio a cada recital), coreada por las casi 20 mil personas que acudieron a la convocatoria. Pero también faltaron Don't lose my number, One more night, A groovy kind of love, Two hearts, Cannot believe it's true, Do you remember? El repertorio de Phil Collins como solista es tan extenso que habría dado para una hora más de espectáculo.

Luego del romántico inicio, Collins ofreció Another day in paradise (una de las pocas canciones que se atrevió a entonar en su nota original) y luego tres energéticos temas -Hang in long enough, Who said I would y I missed again- en los que se lucieron Harry Kim, Dan Fornero (trompetas), Luis Bonilla (trombón) y George Shelby (saxo), la sección de vientos que lo acompaña. Para la popular Easy lover, Collins se vio invadido en su cómoda silla giratoria de cuero por sus coristas Amy Keys y Arnold McCuller, quienes derrocharon talento vocal y carisma. El resto de la banda son todos extraordinarios y reconocidos músicos, garantía de una ejecucón perfecta de estos temas, clásicos de una época en que las radios populares nos exponían a música de verdadera calidad: Daryl Stuermer (guitarra), Lee Sklar (bajo), Brad Cole (teclados) y Luis Conte (percusión). En el fondo, Nicholas Collins, de 16 años, enfundado en una casaquilla de la selección peruana de fútbol, hacía sonrojar a su orgulloso padre quien lo presentó con evidente emoción.  

In the air tonight tuvo un tratamiento distinto a las otras veces que la he escuchado en vivo, sobre todo en la introducción, y ciertamente suena más oscura, dos escalas por debajo de la grabación original, con un tétrico Collins iluminado de rojo infernal para la interpretación de su primer single como solista, lanzado originalmente en 1981. Throwing it all away e Invisible touch, ambas del álbum de Genesis del mismo nombre de 1987, fueron tocadas con pulcritud y no desentonaron, al tratarse del periodo más convencional de la legendaria banda a la que se unió en 1970 como baterista y terminó liderando como vocalista en los ochenta. Follow you follow me, espacial tema del primer disco de Genesis como trío -el volátil ... And then there were three de 1978, fue un verdadero homenaje a su banda primigenia, con un collage de imágenes que cubrió todas las épocas de uno de los grupos más emblemáticos del rock progresivo británico.

Tras la fiesta que se armó en Sussudio -con un manantial de luces de colores que salían de las pantallas, Phil Collins abandonó el escenario caminando, tal y como había entrado, apoyándose en un bastón. De inmediato las instalaciones comenzaron a ser abandonadas por algunas personas, quizás tratando de huir del tráfico que los esperaba fuera del recinto. Lo lógico sería que, en consideración a su salud actual, el músico se eximiera de cumplir el ritual de los bises o encores. Sin embargo, dos minutos después, la banda retornó y Phil, con su bastón a cuestas, volvió y se despidió de Lima con Take me home, como lo hizo en el Royal Albert Hall o el Estadio Maracaná, dos de los prestigiosos escenarios del mundo en los que se ha presentado en los últimos meses. Como dijo una persona a mi lado: "Si él hace el esfuerzo por volver ¿por qué no haríamos nosotros el esfuerzo por quedarnos para una canción más?".


THE PRETENDERS: TELONEROS DE LUJO

A contramano de la presentación de Phil Collins, la banda liderada por Chrissie Hynde ofreció más de una hora de su mejor repertorio reproduciendo de manera fiel el sonido original de clásicos de los ochenta como Don't get me wrong, Back on the chain gang, Kid, Talk of the town, Mystery achievement, entre otras.

Martin Chambers, baterista y uno de los fundadores del grupo, demostró por qué fue uno de los mejores de la década, con un estilo directo cargado de energía. Sus bombazos y expertos redobles sacudieron y calentaron el Jockey Club, que lucía un poco vacío para cuando ellos salieron, a las 8 en punto de la noche (lástima para quienes llegaron tarde y se perdieron este derroche de filo rockero).

Hynde es el arquetipo de la mujer rockera -un título que comparte con Patti Smith- y armada de su brillante guitarra, condujo a su tropa con rudeza y sensualidad, conservando intacta esa inconfundible voz que va de lo grave a lo agudo con suma facilidad. Junto a Hynde y Chambers, únicos sobrevivientes de su formación original, James Walburne (guitarra, coros), Nick Wilkinson (bajo, coros), y Carwyn Ellis (teclados, guitarra, coros) acompañaron de manera sólida, mostrando un rock and roll que por momentos alcanzó alturas de genialidad -como en la frenética Thumbelina del álbum Learning to crawl, de 1984.

Brass in pocket, otro de los temas de su emblemático álbum debut de 1979, fue tocada a pedido del público. La cantante, aunque mostró su incomodidad por la inevitable ráfaga de fotos que el público suele tomar con sus celulares -lo mencionó en más de una ocasión- fue amable con la gente y dijo que era un honor tocar en Perú por primera vez.

La vocalista mostró su lado romántico en las baladas I'll stand by you y Hymn to her -retitulada Hymn to his, que dedicó a Collins-, y anteriormente ya nos había lanzado la ondulante I go to sleep, composición de su ex esposo y líder de The Kinks, Ray Davies, que también tuvo destinatario, esta vez el vocalista de The Smiths, Morrissey. Para el cierre, Martin Chambers, con ese aspecto fiero que lo hace parecer hermano menor de Ginger Baker reventó los tambores con una malabarística introducción a Middle of the road, contundente tema con el que cerraron su participación como teloneros de Phil Collins. De lujo.




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