A veces, las cortinas de humo no necesitan ser fabricadas por los que detentan el poder. A veces surgen solas, como los huracanes. Claro que alguien me dirá que un mundial de fútbol no es un fenómeno natural (por supuesto que no lo es) y que, en el colmo de llevar al extremo las teorías de conspiración (como lo haría Jack Hodgins, el paranoico entomólogo forense de la extraordinaria serie norteamericana Bones), podríamos sospechar que las fechas se planificaron con psicopática precisión para que los israelíes descarguen sus bombas sobre familias inocentes palestinas sin que nadie los interrumpa demasiado. Pero eso quizás sea demasiado. En lo que a mí respecta, es evidente que se trata de una desagradable coincidencia que pone a prueba el sentido de la prioridad que demuestra el ciudadano común ante eventos trascendentales de dos planos distintos de nuestra vida.
¿Por qué el mundial es transversal a todo tipo de público, desde los menos instruidos hasta los más cultos, pasando por los que, como nosotros, gozamos de lo popular, lo selecto y lo importante de cada información en simultáneo; y la tragedia que vive hoy el pueblo palestino sigue siendo solo asunto de especialistas? ¿Por qué para la persona simple, de la calle, la imagen del musulmán de tez medianamente oscura, con la zona inferior del rostro poblada de tupidas barbas, es sinónimo inmediato de terrorismo y el israelí, judío, hebreo, es visto -igualmente desde la perspectiva simple y llana del hombre de a pie- cuando menso como algo exótico? La desinformación a las que nos someten las cadenas internacionales de noticias, si bien es cierto no cala en algunos de nosotros, sí ha tenido portentoso éxito en la creación de estereotipos que, a su vez, producen prejuicios y asunción de bandos y toma de partidos sin entender al 100% la situación.
A quienes amamos el buen fútbol y no pensamos perdernos la tercera final entre argentinos y alemanes mañana, nos pesa el corazón de manera doble ahora: no solo porque este mundial en sí mismo ha sido fuente de conflictos éticos y morales de diversa naturaleza (ya lo dije en el post anterior), sino porque ahora estamos en una situación de violencia desatada y aceptada a pie juntillas por quienes cortan los jamones del orden mundial, que francamente es para tener pesadillas todas las noches. Las imágenes que se filtran en internet de la devastación que producen los bombardeos israelíes son sobrecogedoras y es sorprendente que haya estados enteros que no sean capaces, o que no quieran aceptar esa realidad: son niños, mujeres, ancianos y familias enteras, muchas de ellas que no tienen relación con el grupo terrorista Hamas, a quienes dicen querer exterminar, los que están falleciendo, desangrándose, en una absurda demostración de insanía y poderío militar inmisericorde.
No soy experto en el tema del conflicto israelí-palestino pero, definitivamente, queda claro que hace rato las razones de este conflicto entre hermanos semitas dejaron de ser exclusivamente religiosas: el dinero, el petróleo, el predominio geopolítico, la ambición territorial y los negocios están por encima de Yavé y de Alá. Por lo menos desde el lado de la politiquería de Israel. A ambos lados de esta terrible guerra, hay poblaciones enteras que, imbuidos de la espiritualidad que han heredado a través de los siglos, rechazan abiertamente estos actos asesinos. Ese punto es suficiente para saber que los intereses para llevar adelante este exterminio genocida son otros.
Hubiese querido dedicar este post a las remembranzas de los mundiales de México 86 e Italia 90, del golazo de Burruchaga o el penal de Brehme, del pundonor de Brown y el talento de Matthäus. Quisiera analizar las campañas de cada selección en este mundial y dar detalles estadísticos, hacer comparaciones, lanzar pronósticos. Pero no puedo. Sé que no dejaré de ver la final de mañana, pero creo que hago honor a mi sentir esta mañana elevando una oración por el pueblo palestino y echando una maldición -gitana, de preferencia- a todos esos aceitosos políticos y millonarios israelíes que, en contubernio con los Estados unidos y otros cuantos aliados más, se traen abajo las vidas de inocentes, aterrorizándolos con una sofisticada tecnología mortal, sin mancharse el saco. Son la encarnación de la plaga de la muerte, solo que a bombazos.
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