El irredento fan no soy yo, por si acaso, sino mi buen amigo y camarada melómano freak John Pereyra (aka Hákim de Merv) quien, haciendo uso de su sólida redacción, describe el concierto que ofreció el trío de New Jersey, hace unos días, en Lima. Yo La Tengo es poseedor de una de las hinchadas más fieles y subtes de la ya no tan nueva hornada del rock independiente. La primer vez que escuché Yo La Tengo, allá por el año 1999, pensé que esas canciones eran una alijo de tracks perdidos de The Velvet Underground, por la inocultable influencia, por decir lo menos, que ejerce Lou Reed en el cantar de Ira Kaplan, fundador, guitarrista y principal compositor de la banda.
Aunque de entrada no me fue bien con Yo La Tengo -siempre he tenido serios prejuicios hacia el rock "indie", que favorablemente han ido desvaneciéndose con los años- poco a poco su atildada forma de hacer simples canciones combinando distorsión y calma contenida fueron convenciéndome de que este grupo de insólito nombre en español, asunto detrás del cual hay una historia tan tonta como interesante, estaba un par de pasos adelante de la mancha homogeneizada de ensambles sonoros postmodernos.
Es cierto que su camino data de mediados de los 80s pero también es cierto que su culto viene de la mano de su asociación con el sello Matador Records (algo así como la Biblia o el Corán del indie rock), que comenzó en 1993. Tras los conciertos de Metallica, Paul McCartney, Soundgarden y Pixies, el de Yo La Tengo ha sido, de lejos, el quinto más importante en esta primera mitad de 2014. Por eso quiero compartir con ustedes el emocionado relato de John, ya que no tuve la suerte de ir. Las buenas crónicas, como la buena música, merece ser difundida y compartida entre quienes las sabemos apreciar...
YO LA TENGO EN LIMA
por John Pereyra Vergara
En la medida en que la rutina tiende a devorarlo todo, incluso aquellas actividades que amamos y con las que nos identificamos/autodefinimos, había olvidado lo que significa ser "joven" en todo el sentido de la palabra... hasta ayer en la noche.
Lo de Yo La Tengo es quizá la última experiencia que pueda servirme de referente en años venideros -aunque las esperanzas de ver a otros grupos "must", como suele decir mi amigo Jonas García, son lo último que se pierde-, cuando recuerde (y añore) mi juventud. Lo de The Cure, por supuesto, ha sido igualmente memorable, pero distinto: ni mejor, ni peor; simplemente distinto. Aquella vez en el Estadio Nacional, el año pasado, fue una deuda por décadas de ausencia que se saldó con creces a través de una sagrada comunión entre feligresía y banda. Lo de ayer, no creo exagerar, fue una fusión: durante dos horas y media, todos los que estuvimos allí fuimos Ira, Georgia y James. Fuimos unos y trinos.
Desconcertó que la gente llegara sobre el filo de la hora anunciada: a las 8 de la noche habían pocos asistentes dispersos, pero a las 8.30 la cola ya se perdía de vista. Esta circunstancia, sin embargo, se vio mitigada por un problema que el grupo tuvo en Aduanas para poder sacar sus instrumentos -y que dilató el inicio de la tocada hasta las 11.30 pasado meridiano. Ignoro si cancelaron a los teloneros, pues no supe que se anunciara alguno -y quizá por ello la emoción fue tan repentina como mayúscula cuando vimos a los de Hoboken trepar al escenario y encarar a sus seguidores peruanos con los acordes del Fade (2013).
¿El set list? Pues, la verdad, producto de muchas elecciones felices. Sorprendió bastante que tocaran "Autumn Sweater" y sobre todo "Moby Octopad", ambas de su disco I Can Hear The Heart Beating As One (1997, uno de sus episodios más celebrados por la crítica especializada y los fans -aunque faltó "Green Arrow", buuuuuuu-). Hubo maravillosos momentos de complicidad desbordante, como en "From A Motel 6", en "Big Day Coming" o en "You Can Have It All" (ejecutada ésta en el encore). En líneas general, no se le puede hacer a la banda mayores reproches en ese sentido (aunque siempre sí: "Tom Courtenay" y "The Summer", pe').
Pero lo de anoche fue irrepetible por esa fusión a nivel casi molecular de la que hablaba hace unos minutos. El pogo no sólo fue salvajón y expansivo, sino incandescente: como pocas veces, el público peruano conocía las canciones y las coreaba por lo menos en el estribillo, mientras se desataba el slam. En el escenario, esa refulgencia venía sobre todo de Georgia e Ira, unos capazos para crear inmediatas conexiones empáticas con la audiencia. Georgia estuvo no pocas veces a punto de hacernos cruzar al Otro Lado con su dionisíaco accionar a las baquetas. Ira aporreó constantemente la guitarra como si fuera un demencial avatar de Thurston Moore (Sonic Youth). Gentileza insular del trío: de entre el público surgió un vinilo del Popular Songs (2008) que la banda al completo autografió. Reyes.
Para mí, el clímax de la noche llegó antes del encore. Los triates comenzaron a tocar "Ohm", canción que abre el Fade, y la explosión fue inmediata. El gancho perfecto a la mandíbula. Mejor aún, el mazazo directo a nuestros miocardios, que ya habían bajado la guardia, Al borde del moco, mi bobo comenzó a zapatear. Después de muchas lunas, me sentí vivo, libre -como un animal sobrecargado de energía que trasciende el propio ser, como un viejo guerrero que respira, que muge, que hiede desprecio hacia todo lo que se le ha inculcado bajo el rótulo de "buen vivir"; que brama desde el estómago, desde los poros de la piel, desde los ojos, desde los pies... DESDE TODAS LAS PUTAS PARTES DEL JODIDO CUERPO HUMANO. Felicidad plena, que Yo La Tengo rubricaría a renglón seguido con uno de los números más esperados/solicitados de la jornada: "Blue Line Swinger", y el pogo más brutal en el que que mi corazón ha participado, por la puta madre. Inevitable no agradecerlo con lágrimas en los ojos ("tears are in youuur eyes").
Luego vendría el encore de rigor con tres temas, el primero de los cuales fue a pedido -favor que los YLT concedieron a mi amigo Diego BD (con quien nos reencontramos después de ¡¡¡15 años!!!) por tener bien puesto y en primera fila su polo con el nombre del grupo (lástima que el terceto no estaba preparado para tocar lo que pidió, "Deeper Into Movies"). Pero ya no se podría superar la æpogé de "Blue Line...". Para entonces, yo ya había abandonado las primeras filas, porque el cuerpo no me daba para más. Aún así, la noche me deparó una última sorpresa.
Muy cerca de donde me encontraba, una flaca bastante menor que yo pogueaba a morir con sus sobrinas, obviamente unas niñas todas ellas. Debe haber sido la mejor noche de sus cortas vidas. Aún diría más, deben haberse sentido vivas por primera vez desde que tienen uso de razón. Quién sabe, tal vez sea merecedor del mismo privilegio de aquí a unos cuantos años, si este achacoso cuerpo todavía aguanta la exigencia del slam y si mi querido Delfín tiene la suerte de seguir -sólo parcialmente, ojo- el camino de su pobre tío.
Bendito sea el destino que en su infinita sabiduría me hizo rocker antes que cualquier otra cosa. Bendito sea el destino que me libró de esos otros caminos ignominiosos a los que estaba condenado por ascendencia familiar. Bendito sea ese destino, carajo.
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