Gracias a una bella señorita que me privilegia con su amistad desde hace casi dos décadas, que estuvo hasta hace un par de semanas de viaje por Europa y que conoce al detalle mis obsesiones (si quieren conocerla, hagan click aquí), tengo entre mis manos unas publicaciones británicas de primer nivel, dedicadas íntegramente a la música. Algunas de ellas con más de 60 años de existencia y otras de reciente aparición, lo cual ya es una clara señal de la receptividad que tiene el tema de la actualidad y la historia musical entre los lectores del Reino Unido.
Si nadie las leyera, si a nadie le interesara lo que ocurre en el vasto universo musical que se mueve, paradójicamente, en silencio frente a las avalanchas de superficialidades provenientes de lo que es, a un tiempo, más comercial y menos trascendente, las más antiguas habrían desaparecido hace tiempo y ningún colectivo de editores, periodistas y conocedores se arriesgaría a invertir en una revista nueva, pues probablemente no pasaría del segundo número.
Son tres revistas, prolijamente editadas, bien escritas y claramente definidas con respecto a los temas que abordan, las que estoy degustando lentamente, tratando de no perderme ni un solo detalle. Una es la sexagenaria New Musical Express (NME para los amigos), que ha sabido mantenerse joven a pesar de los años y cubre, con total propiedad, el cada vez más amplio y diverso espectro del rock y el pop, con una combinación muy eficaz entre las noticias de artistas nuevos, efervescentes y desconocidos para nosotros e interesantes reseñas, artículos y registros fotográficos invalorables de aquellos artistas que nunca pasarán de moda. NME cumplió 60 años este 2012 y la edición de aniversario es prácticamente inubicable en todo Londres.
La segunda, con la cual estoy manteniendo un romance apasionado como lector y melómano, se llama Classic Rock Magazine. Se edita desde 1998 con muchísimo éxito, tiene un website alucinante para cualquier amante del rock clásico en todas sus formas y colores, acompaña cada número con un CD de colección y además, se da el lujo de lanzar subproductos como Prog (que ya va por el #31), dedicada exclusivamente al rock progresivo. ¿Se imaginan? Una revista de 60 páginas que, cada mes, lanza informaciones acerca del rock progresivo actual y clásico, reportajes de colección sobre discos lanzados hace 40 o 45 años, amplias entrevistas a los personajes más importantes de este fascinante género musical, comentarios y notas del circuito local de conciertos, etc. Una maravilla impensable en nuestro país.
Y la última, titulada Vintage Rock, es un lujo para cualquier interesado en saber todo acerca de los albores del rock and roll. La última edición se centra en Jerry Lee Lewis y contiene una serie de noticias, análisis, recuerdos y fotos (¡qué tales fotos!) que, sin duda alguna, me mantendrán ocupado varios meses. Curiosamente, esta publicación, que solo habla de la escena musical comprendida entre 1950 y 1960, es la de más reciente aparición (la edición de octubre 2012 es la número 7). No salgo de mi asombro cada vez que pienso en los inmensos costos de producción de estas revistas, incluyendo las plataformas que manejan en Internet, y que puedan subsistir en el mercado, con lectorías en permanente aumento, en una época como esta en la que existe un consenso mundial acerca de la inminente muerte de la industria musical y discográfica, tal y como la conocemos.
Y no son las únicas, desde luego. Hay revistas de jazz y fusión (The Wire), música clásica (Classical Music Magazine), heavy metal (las clásicas Kerrang! y Metal Hammer), de punk, alternativo e indie (Q, Sounds), están las emblemáticas Melody Maker, BBC Music, etcétera, etcétera, etcétera, para todos los gustos y fanatismos extremos. Periodistas que conocen cada género al detalle, fotógrafos que inmortalizan cada escena, sea en un bar de callejón o un teatro de lujo, editores, diseñadores gráficos y webmasters que viven a diario el mundo de la música, dándole la relevancia que tiene y no considerándola un simple accesorio de iPad, un asunto de modas, negocios paralelos y ventas millonarias. En ninguna de sus páginas encontrarás alguna publicidad de un banco o de una compañía de teléfonos o mujerzuelas con las cabezas huecas hablando pavadas. Hasta el más mínimo detalle tiene que ver con el hilo conductor de cada revista, sea cual sea el género al que se dedica.
Naturalmente, esta riqueza de publicaciones temáticas (que seguramente también se cumple para otras disciplinas y profesiones) necesita, para subsistir, de un público consumidor fiel que justifique su existencia. La certeza de que eso no existe en mi país es tan aplastante que me termina deprimiendo. Hojeaba esta mañana una edición de Classic Rock de 50 páginas dedicada exclusivamente al 40 aniversario del álbum Machine Head de Deep Purple (que ya comentaré al detalle aquí) y mientras, en la televisión, veía cómo nuestras adolescentes perdían su tiempo, amaneciéndose para ver a unos payasos coreanos que en tres años no serán recordados por nadie y sentí que se me retorcía el alma, pensando que quizás debí nacer en otro lugar. Sería fantástico - como dice Serrat en su canción - que aquí pudiésemos tener por lo menos una revista decente, que tratara con respeto el tema de la música y los músicos, sin interferencias de todos esos elementos que, inevitablemente, distorsionan cualquier buena intención.
Si tuviera una revista de música, no permitiría que Telefónica anuncie sus contratos de cable o de Internet en mis páginas. No correría detrás de algún protagonista de Al fondo hay sitio para que sonría ante mis cámaras, con la finalidad de captar la atención "de las grandes mayorías". He visto cómo pundonorosas publicaciones, que tratan de darle dignidad a la actividad musical y a la cultura musical (local y extranjera) languidecer y perderse en el más oscuro olvido, condenadas siempre a esa apariencia marginal, con ediciones de contenidos valiosos pero mal impresos y peor diagramados (pienso en Esquina, Caleta, FreakOut, 69, Interzona y demás esfuerzos que no pasaban de ser fanzines, no tanto por la intención de ir contra lo establecido sino por no tener presupuesto para hacerlo mejor) debido a que no hay lectores que las mantengan vivas.
Aquí la cosa se limita a dos páginas en El Comercio, escritas por dos personas, con notas de relleno, fotos sacadas de Internet y comentarios tontos de discos sin valor. O uno que otro grupo en Facebook que preserva el respeto pero siempre de manera limitada. En Inglaterra sí hay una frenética cultura musical, que cuenta con una prensa real y especializada, capaz de generar opinión al margen de lo que esté de moda o lo que los medios tradicionales vendan al por mayor, que también ocurre eso. Qué envidia.
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