En las calles, las personas comunes y corrientes piensan que Xstrata Tintaya y Yanacocha Newmont son empresas enormes capaces de comprarlo todo: policías, respaldo gubernamental, medios de prensa, conciencias. En las calles, las personas comunes y corrientes opinan que el arresto al alcalde de Espinar fue arbitrario, digitado desde el Ejecutivo y ejecutado, para que parezca legal, por el Ministerio Público. En las calles, las personas comunes y corrientes dicen que Phillip Butters es el único periodista deportivo que dice la verdad y se ríen, de costado como quien desaprueba algo, cuando ven al inocente sheriff dando vueltas en el Mirabus, previo pago de Backus y Johnston (por lo menos le pagaron el viaje al carismático comisario de Nebraska).
En las calles, esas mismas personas comunes y corrientes declaran que no votaron por Ollanta Humala para verlo de abrazos y besos con la Confiep y se sorprenden de que su esposa Nadine sea voceada como próxima opción presidencial cuando la Constitución vigente no lo permite y como se le considera preparada cuando nadie le recuerda alguna declaración memorable, algún perfil de estadista, alguna diferencia notoria con las demás. En las calles, la gente se pregunta cómo es posible que se diga que la situación económica del país es mejor cuando a cinco minutos de Palacio de Gobierno, en la avenida Morales Duárez (por solo dar un ejemplo) todo parece estar destruido y tomado por los peores aspectos de la extrema pobreza.
Los edificios de vidrio, las torres de los bancos, las nuevas sucursales de Ripley que se llevan por delante una zona patrimonial, los bares lounge y los restaurantes de sushi no son sinónimo de desarrollo. Digan lo que digan en los suplementos económicos dominicales de El Comercio, con sus páginas color Gestión y sus entrevistas a los jóvenes peruanos que aparecen de la nada y de repente tienen los mejores puestos en las empresas top ten. Todas esas cosas son solo muestras de que a un sector, muy pequeño, podría decirse que es ínfimo y microscópico, de la población nacional, le va bien porque se desenvuelven en ciertas áreas estratégicas que le permiten unirse a la burbuja que termina desconectándolos de la realidad y haciéndolos creer que Lima y los dos o tres distritos en donde se ubican sus discotecas y sus restobares son todo el Perú.
Hace falta mayor conciencia de la realidad, no es una batalla de "ismos" caducos ni de colores políticos ni de actitudes motivadas por supuestas oscuras envidias, afanes electoreros de grupos rasicales o falsos espíritus de cuerpo. Hace falta que las juventudes - las que tienen y las que no - lean más, se nutran del pensamiento crítico y abstracto, se cultiven para que les duelan las carencias de aquellos que no pertenecen a sus grupos sociales. Haca falta que la televisión deje de embrutecer a las generaciones nuevas, cada vez desde menores edades, con programas de concurso y humor farandulero y vulgar, hace falta que despierten del sueño en el que todos se creen ciudadanos de Miami y que descubran, con el horror de quien tiene aun algo de sensibilidad, que mientras sus amigas llevan a sus hijos en camionetas al colegio al compás de un chill-out de pasarela en la última versión del iPhone hay otras mujeres, de su misma edad, a la distancia cubierta por una combi, que no saben ni siquiera cómo se siente el viento en las mejillas porque si salen de sus casas, es solo para traer agua en balde, dos veces por día, entre tantas otras cosas que los smartphones no muestran...
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