“En el Perú Otorongo no come Otorongo”. Habría que buscar una manera creativa de hacer que esta frase pase a engrosar la lista de expresiones populares que nos definen en nuestra más primaria y orgánica peruanidad, tales como “es más grande que sus problemas”, “es un mendigo sentado sobre un banco de oro” o “es un país con futuro”. O mejor aún, como en aquella hilarante rutina de Les Luthiers, que se organice una comisión especial destinada a incluir la mencionada frase entre los versos de una renovada – y más actual - versión de nuestro sagrado Himno Nacional. Quizás deberían encargar tan noble y patriótica tarea a Gustavo Rodríguez, a Sandro Venturo, a los Chistosos o al equipo de genios que alumbró la poco comprendida ideota del “Pisco 7.9”.
Lo que acabamos de ver en el Congreso ayer es realmente deprimente. ¿Es que nunca vamos a estar gobernados por personas transparentes, capaces de tener una postura normal y coherente con los objetivos nacionales frente a hechos cuya naturaleza negativa está por demás demostrada?. Una se enfermó, otro se ausentó, otro se quedó en la Videna, el principal acusador viajó con licencia. Es decir. Y los fujimoristas, en bloque y comandados – para desgracia de Martha Chávez – por Carlos Raffo, se hacen los locos aduciendo una suerte de “nobleza” cuando dicen que no le devolverán la misma moneda al APRA, que anda por ahí torturando al pobre Alberto Kenya, y salvan a Luis Alva Castro de la inminente censura (y después dicen que no hay alianza entre ellos).
Para colmo, la democracia. En todo caso la democracia peruana, que quizás dentro de unos cuantos años figure como concepto individual en los diccionarios de ciencias políticas, separado de la verdadera, aquella que es “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (demos = pueblo ¿no?) Pero en la democracia peruana la voz del pueblo no existe, el pueblo es mudo o peor aún, está amordazado. 51 es más que 30 pero la democracia (la Constitución, el Reglamento del Congreso, el artículo-inciso-numeral...) dice que no es mayoría. Ese resultado expresa la opinión pública, dicen los analistas. ¿De qué sirve? Es alucinante pensar que en esos términos, podrían haber sido 59 los votos a favor de la censura y si tan sólo un fujimorista hubiese votado en contra, ésta igual no se habría producido.
Es escalofriante pensar que estamos en manos de personas acostumbradas a la componenda, con rabos de paja demasiado largos como para asumir su responsabilidad y llamar a las cosas por su nombre. O que estén tan habituados a vivir en medio de la miasma que les parezca natural esta clase de comportamientos, que la incompetencia y las sospechas de corrupción no les provoque indignación, en desmedro de su propia credibilidad. Aunque a estas alturas podríamos pensar que, una vez en el poder, les importa muy poco que el “demos” crea o no en lo que dicen y hacen.
2 comentarios:
si pues es de nunca acabar con estas vacas sagradas todo esto es un bucle que nunca va acabar
la de nunca acabar con estos sinvergüenzas de saco y corbata
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