viernes, 26 de octubre de 2018

CELEBRATING DAVID BOWIE: ESPECTÁCULO DE LUJO



David Bowie, una de las figuras más importantes de la subcultura rockera a lo largo de sus seis décadas de existencia, falleció hace casi tres años, dos días después de cumplir 69 años de edad y de haber lanzado su vigésimo quinto álbum en estudio, el sorprendente Blackstar. 

Manifestaciones públicas en Londres y otras ciudades del mundo -miles de personas cantando Starman en Piccadilly Circus fue uno de los eventos espontáneos más asombrosos que demostraban el cariño que había inspirado el Duque Blanco entre sus fanáticos en vida, y el pesar que produjo su muerte- y dos documentales de la BBC sobre su carrera, titulados The First Five Years y The Last Five Years habían sido los únicos homenajes formales que aparecieron, más allá de las cientos de bandas que interpretaron en sus conciertos alguna canción (por ahí circuló, en el Facebook, un clip muy bueno de The Flaming Lips tocando Space oddity a teatro lleno en EE.UU.).

Pero ningún homenaje había hecho completa justicia al legado musical y artístico del camaleónico e hiperactivo cantante, actor, productor y multi-instrumentista británico hasta ahora, como lo hace la gira mundial Celebrating David Bowie, un proyecto musical que se está encargando, desde hace dos años, de continuar con aquello que el creador de joyas musicales como Hunky dory (1971), Station to station (1976), Low (1977), Let's dance (1983) o Heathen (2002), disfrutaba más en la vida: hacer conciertos, electrizar al público con esa combinación genial de vaudeville, rock'n roll, circo, moda, glamour, rock progresivo, soul y pop electroacústico que desplegó durante su larga trayectoria.

Una banda de músicos de primera, organizada por el experimentado productor, guitarrista y cantante Angelo Bundini, viene dándole la vuelta al mundo con un repertorio que cubre la etapa clásica de la discografía de Bowie, lanzada entre 1970 y 1984, con algunos añadidos de lo que produjo en décadas posteriores. Este concierto-homenaje es lo más cercano a lo que habría sido la experiencia de ver al fallecido cantante en vivo, gracias a la interpretación prolijamente excelente de este ensamble que reúne a artistas de diversas procedencias unidos por un tema común: su admiración o incluso cercanía al homenajeado.

Por ejemplo tenemos a Angelo Moore, vocalista de Fishbone, ecléctica banda de funk-rock de los ochenta y noventa, a quien Bowie consideraba "el mejor cantante del mundo". O el talentoso e innovador guitarrista Adrian Belew, quien fuera director musical de la banda de Bowie en 1990, luego de haber trabajado para Frank Zappa y Talking Heads, además de ser en ese mismo año miembro estable y fundamental de los titanes progresivos King Crimson. Pero además de estos tres pesos pesados, la banda es complementada por músicos extremadamente buenos como el australiano Paul Dempsey (voz, teclados, guitarra acústica), "House" (bajo), Ron Dziubla (saxo, teclados) y Michael Urbano (batería). El virtuoso septeto estuvo la noche del jueves 25 de octubre en el Teatro Municipal haciendo vibrar al público con esas canciones inolvidables compuestas por David Bowie.

Las graderías, palcos y plateas de nuestro hermoso Teatro Municipal se llenaron de glam-rock y energía durante más de dos horas de show, en el que fue uno de los mejores conciertos de la temporada 2018. Un espectáculo como este, que ha sido elogiado con enorme entusiasmo por medios especializados de EE.UU. y Europa como The New York Times, Uncut y Classic Rock Magazine, entre otros, fue placer de minorías en esta ciudad entregada al mierdoso reggaetón y la idiotizante cumbia de chaveta y pico roto de botella de cerveza. Presentaciones a casa llena en Chile, Uruguay, Brasil y Argentina nos dejan mal parados ante artistas de tanto nivel. Pero estuvieron quienes tenían que estar: fans de Bowie de todas las edades que saltaron, cantaron y bailaron cada tema con emoción y entrega. Algo que Belew, Bundini, Moore, Dempsey, House, Dziubla y Urbano seguro sabrán apreciar.

Angelo Moore resultó ser un personaje lleno de sorpresas, dispuesto a robarse los reflectores. Exultante y desinhibido, Moore comenzó el show antes de la hora pactada, saludando al público que iba ingresando en el foyer del teatro, derramando carisma. Sobre escena, Moore se encargó de personificar, a su estilo sobrecargado, casi de drag-queen, algunos de los emblemáticos atuendos y peinados que usaba Bowie en sus años de gloria, dándose volantines y mezclándose entre el público a quienes les acercaba el micrófono para que colaboren en los coros. La base rítmica de House y Michael Urbano mostró solidez y precisión a lo largo del concierto, y alcanzó momentos realmente fantásticos -sobre todo en los temas más funky del catálogo bowiesco como Sound and vision, Ashes to ashes o Golden years.

Mientras tanto el saxofonista Ron Dziubla brilló en cada una de sus intervenciones, con un punto aparte durante el solo de los exitazos radiales Blue jean y Modern love, que generaron locura en los pasillos del local. Por su parte, Paul Dempsey colocó sus acordes redondos y prístinos de guitarra acústica con suma elegancia en canciones como Space oddity, Quicksand o Five years, además de ejecutar una performance vocal perfecta.

En cuanto a la pareja de guitarristas, Angelo Bundini y Adrian Belew, podemos decir que mientras el primero se mostró cumplidor y correcto con riffs y solos estrictamente bien colocados, el segundo exhibió su conocido talento para la experimentación con ese manejo tan particular que tiene de la guitarra eléctrica, arrancándole sonidos absolutamente impredecibles, que parecen sacados de otra galaxia, aunque bastante contenidos para nuestro gusto, ya que su rango de acción es muchísimo más amplio y durante la primera parte del concierto entraba y salía permanentemente de escena.

Belew, a pesar de ser el nombre más grande del cartel en esta versión de Celebrating David Bowie -que ha contado, en sus fechas en los EE.UU., con invitados notables como Todd Rundgren, Sting, Gail Ann Dorsey, entre otros-, cumplió con sus apariciones con suma sencillez, casi con perfil bajo. Pero sacudió el teatro cuando le tocó lanzar esas estrambóticas descargas de electricidad -como en Stay o el mix DJ/Boys keep swinging, del álbum Lodger (1979) en el que participó-, las mismas que conquistaron a Bowie cuando lo conoció allá por 1978, y prácticamente lo sacó a hurtadillas de la banda de Frank Zappa, donde cumplía contrato de un año.

Tanto Belew como Bundini, Dempsey y Moore son excelentes cantantes y se repartieron funciones según la canción interpretada. Mención aparte para la emocionante armonía vocal que lograron Moore y Belew en Space oddity, que trajo al recuerdo la que hacía el guitarrista con Bowie mismo, durante la alucinante gira Sound+Vision de hace 28 años. Para el cierre, dos temas que definen no solo la obra de David Bowie sino toda una época del rock, una que lamentablemente no volverá: All the young dudes (que Bowie regalara en 1972 a sus amigos Ian Hunter y Mott The Hoople, para que se hagan famosos) y Heroes, que podríamos dedicar esta semana al fiscal José Domingo Pérez y al juez Richard Concepción Carhuancho, a un paso de convertirse en héroes, aunque sea solo por un día.

Destacó que el setlist incluyera siete de las once canciones de The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars, legendario cuarto disco de David Bowie, lanzado originalmente en 1972, que hasta ahora es considerado el punto culminante de su primera época: Five years, Soul love, Suffragette city (con Angelo Moore en estado de posesión demoniaca), Rock'n roll suicide, Moonage daydream, Starman y por supuesto, Ziggy Stardust, el himno al alter ego más famoso de la historia del rock, el ídolo de peinado rojo y "ese culo dotado por Dios" que conquistó la Tierra desde el espacio exterior con una guitarra y una banda, las Arañas de Marte.

Una noche inolvidable para los amantes del buen rock and roll, que llegó a Lima gracias al esfuerzo de la productora Lima Live Sessions, la misma que viene trayendo actos de calidad, aunque no atraigan a las masas de público que merecerían sus talentos y trayectorias, para balancear la agenda de conciertos predecibles que debemos padecer en esta ciudad. Solo dos detalles: el sonido no tuvo una buena noche, por momentos no se escuchaban las voces o algunos pasajes de saxo, guitarra y teclados que pasaron desapercibidos. Y el otro: hay conciertos que no requieren de teloneros, y este era uno de ellos. Sin desmerecer el esfuerzo de Toño Jáuregui por mantenerse a flote en la siempre limitada escena local tocando canciones de su exbanda, Líbido, lo suyo no tuvo mucho que ver con la tremenda oleada de musicalidad y virtuosismo que vimos y escuchamos después. Mucha distancia entre ambos. Demasiada.

Aquí el setlist:

1. Loving the alien
2. The stars (Are out tonight)
3. Moonage daydream
4. Fame
5. Golden years
6. John, I'm only dancing
7. Rock'n roll suicide
8. Soul love
9. Starman
10. Space oddity
11. Quicksand
12. Five years
13. Ziggy Stardust
14. Lífe on Mars?
15. Sound and vision
16. Ashes to ashes
17. The man who sold the world
18. Suffragette city
19. DJ/Boys keep swinging
20. Stay
21. Sons of the silent age
22. Blue jean
23. Modern love
24. Rebel rebel
25. All the young dudes
26. Heroes







lunes, 15 de octubre de 2018

RECORDANDO A ALFREDO "TU MÁSTER" SAAVEDRA



Hace pocos días me enteré del temprano fallecimiento de un buen amigo y excompañero de universidad, a causa de una lamentable dolencia, un cáncer cerebral, noticia tras la cual tres cosas vinieron a mi mente.

La primera fue una profunda sensación de tristeza por los buenos recuerdos que guardo de esta persona a la que había dejado de ver hace tanto tiempo y que tenía, años más, años menos, mi edad.

La segunda, esa recurrente rebeldía ante la muerte que no respeta nada y que insiste en mostrar su ausencia absoluta de criterios de selección al momento de decidir a quiénes se lleva anticipadamente de este mundo: "¿Por qué no se muere Alan García, carajo?" escribí, de manera irreflexiva y visceral, en el grupo de WhatsApp en el que nos informaban de esta triste noticia, exteriorizando una bronca sin solución.

La tercera fue escribir algo sobre Alfredo, el compañero de clases caído, la nueva y pasajera tendencia en el Facebook de exalumnos de Ciencias de la Comunicación de la San Martín.

Escribir algo que vaya un poco más allá del impersonal y frío emoji amarillo con lagrimita de dibujo inanimado, la coartada perfecta para aquellos que prefieren no involucrarse tanto, para quienes no saben, no quieren o incluso no tienen nada qué decir pero aún así no desean quedar fuera de la condolencia y velorio virtual, del homogéneo, predecible y lejano like que, gracias al algoritmo feisbukero te permite hacerte presente en redes sociales sin dejar de hacer tus cosas de todos los días.

Escribir algo que sea real y que perdure. Que no quede en una simplona reacción, como las reacciones simplonas que genera un meme político, un chiste escapista, un video de gatos del YouTube. Algo que se diferencie de la fórmula moderna que hoy domina nuestro desempeño en los ecosistemas virtuales: Se muere alguien y, a post seguido, le doy una carita feliz o un dedo arriba a otras noticias -las elecciones, una canción, la selección peruana- para demostrar que la vida sigue. La muerte de un amigo merece más que esa manifestación superficial de las redes, ideales para lo ligero y alegre, pero tremendamente insuficiente para las cosas importantes.

Alfredo Saavedra Sopla era el típico palomilla buena onda, y siempre andaba con una amplia sonrisa pícara en el rostro, atento a la broma rápida, a la chacota ingeniosa que trataba de no faltar el respeto a nadie y cuya intención era siempre hacer reír a todos por igual.

Alto, desgarbado y con una ligera y tenaz tendencia al sobrepeso, tenía una combinación de chispa de barrio con una emotiva sensibilidad que afloraba de vez en cuando, a pesar de sus esfuerzos por ocultarla, rezago quizás de su adolescencia transcurrida entre provincia y distrito limeño clasemediero. Nos conocimos en el '91, en aquel salón de I Ciclo de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la San Martín, cuando aún estaba en la cuadra 18 de la Av. Brasil y no era tan glamorosa ni apetecible para los jóvenes como es ahora.

Alfredo era hincha acérrimo de la U y pelotero de fin de semana. El fútbol era, probablemente, el tema del que más le gustaba hablar, por lo menos hasta donde recuerdo. Compartíamos con Alfredo el fanatismo por el fútbol argentino. Recuerdo que una vez le presté una edición especial de El Gráfico dedicada al aniversario 100 del clásico Boca-River, una revista con las mejores crónicas y fotografías alucinantes de ese emblemático duelo, estadísticas, biografías y demás, que había encontrado en mis andanzas por el Centro de Lima, algunos años antes de ingresar a la universidad. Jamás me la devolvió. Jamás le pedí que lo hiciera.

Era muy gracioso y le encantaba sentirse respetado por su esquina, por su calle. Alfredo no era un galán, como no lo era yo ni ninguno de nuestro grupo, con la excepción de CdCT., el terror de la Av. La Marina y alrededores, pero se las arreglaba para ser el centro de la atención, algo que le resultaba muy sencillo gracias a ese vozarrón con el que repetía sus diversas y ocurrentes muletillas, de las cuales una se convertiría en su santo-y-seña: "¡Soy tu máster!" nos recalcaba a todos. "¡Tu máster!", repetía, estirando el cuello hacia adelante y señalándose el pecho con el dedo índice. Y cuando había cervezas de por medio, la frase se escuchaba por encima de los demás murmullos y carcajadas.

Su ingenio y carisma eran casi tan grandes como su abierta vocación por el relajo. Cuando de estudios se trataba, Saavedra no estaba entre los más aplicados. No era burro pero tampoco le dedicaba largas horas a la biblioteca, lo cual calzaba, desde luego, con su personalidad. Recuerdo que, cuando estudiábamos en el turno noche (V Ciclo, si la memoria no me traiciona), trabó una profunda amistad con FMR, un tipo medio freak, super buena onda, misterioso, algo culto y argentinizado, con quien paraba de arriba abajo. Siempre tuve la teoría de que FMR lo ayudaba a estudiar.

Lo recuerdo mucho a Alfredo, a pesar de que, apenas terminada la carrera fue a quien menos vi, como uno de los compañeros que más carcajadas me arrancó en aquellos primeros años universitarios. Su forma de ser era una especie de bisagra entre el colegio y ese extraño, nuevo e intimidante mundo universitario, por lo menos esa era mi percepción. Jamás conversé con él de mi pasión por la música o mis lecturas en la biblioteca -Sánchez, Kundera, Fallacci, Ribeyro, Gargurevich, McLuhan- pero en una ocasión, que me encontró cabizbajo, de noche, en la cafetería de la Facultad por alguno de esos desencuentros amorosos que nunca escasean en los veintes, en lugar de burlarse, rajar a mis espaldas o criticarme como hacían otros, me levantó el ánimo y me invitó a tomar "un par de chelas" como siempre decía. Hoy, a mis cuarentas, con una vida plena y feliz, no puedo creer que Alfredo haya muerto.

Alfredo era muy popular en aquella promoción nuestra, egresada en 1996. Todos lo conocían y estimaban. Jamás supe que mantuviera alguna rivalidad con alguien pues su soltura y buen humor generaba consensos. Incluso tuvo algunos romances estudiantiles y de ninguno salió magullado, enemistado o resentido, ni con fama de maltratador o traicionero, algo poco común en los últimos tramos de la carrera.

Y aunque terminó siendo una especie de "amigo de todos", había una complicidad diferente con quienes caminó desde el comienzo de la vida universitaria. Para todos los demás era simplemente Alfredo, pero para nosotros -JRSQ, CdCT, CHC, ECM y yo- era "La Nana" (apodo que nació de aquella ave regordeta, de brazo eternamente entablillado, que era asistenta del "Conde Pátula", divertido dibujo animado que todos vimos en esa adolescencia que aún nos negábamos a abandonar en 1991).

Alfredo Saavedra Sopla falleció el jueves 11 de octubre en los Estados Unidos, donde vivía hace ya varios años con su esposa y deja, según entiendo, un hijo pequeño, a quien seguramente le ha transmitido su alegría de vivir. A ambos mi solidaridad y condolencias, a la espera de que el tiempo y los buenos recuerdos les traigan la paz que hoy parece imposible de recuperar por el intenso dolor de tan irreparable pérdida. Nos cuentan que, ya  en los últimos meses, se negaba a  recibir visitas, quizás porque (no tan) inconscientemente, no quería que lo recordáramos por cómo lo maltrató esa terrible enfermedad que lo atacó hace aproximadamente tres años sino con su amplia sonrisa, su ingenio y carisma, su vozarrón. Descansa en paz, Alfredo. Descansa en paz, Máster.

lunes, 1 de octubre de 2018

DÍA DEL PERIODISTA: LA MÚSICA EN PALABRAS, EL PERIODISMO MUSICAL


Lester Bangs prefería iniciar sus entrevistas a estrellas del rock con la pregunta más malcriada posible, pues no creía en eso de endiosar a personas comunes y corrientes. Inició su carrera destruyendo el debut de MC5 y escribió, sobre el primer disco de Black Sabbath, que “tienen jams de guitarra y bajo parecen una carrera de locos drogados corriendo a toda velocidad y que jamás llegan a sincronizarse. Como Cream. Pero peor". Despedido de Rolling Stone en 1973 por sus constantes ofensas, Bangs –fallecido en 1982 a los 34 años-, fue el más punk de los críticos de rock.

En contraste, David Fricke demostró respeto absoluto por los músicos en sus cuatro décadas escribiendo sobre rock. Como editor general de Rolling Stone, ha entrevistado a todos, desde Joe Strummer y Lou Reed hasta Kurt Cobain y Jack White. Su erudición es oceánica -ningún género o subgénero le es ajeno- y sus descripciones, lo más parecido a escuchar un disco o asistir a un festival. Desde su oficina en Manhattan, Fricke deja las cosas claras, a sus 66: "Cuando voy a conciertos es mi obligación y mi deseo experimentarlo todo. Si vas y los grabas desde un Smartphone, lo siento, eres un idiota". 

La crítica musical apareció en el siglo 19, con comentarios sobre lo que sonaba en salones, palacios y cortes europeas. Prominentes compositores como Hector Berlioz y Robert Schumann la ejercieron, cien años antes de la aparición de la subcultura pop-rock. Aunque revistas como Melody Maker (pop-rock) y Down Beat (jazz) aparecieron en 1926 y 1934, respectivamente, en los cincuenta/sesenta surge, en EE.UU. e Inglaterra principalmente, una generación de periodistas que se entregaron, en cuerpo y alma, a la cobertura de las nuevas escenas populares.

Publicaciones como New Musical Express (1956), Creem (1969) o Rolling Stone (1967) presentaban extensas piezas periodísticas, generalmente muy bien escritas –crónicas, entrevistas, reportajes- sobre artistas marginales, creando un mundo paralelo de códigos propios, cuando el pop-rock era un fenómeno subterráneo y profundamente disruptivo, al margen de industrias más convencionales como el cine y la literatura, permeando imperceptiblemente sus contenidos, acontecimientos y personajes. Un caso aparte fue Billboard, revista que apareció en 1894 hablando de teatro, circo y otras artes, para luego dedicarse a temas exclusivamente musicales.

En los ochenta, la evolución del rock y sus diversas vertientes se reflejó en revistas como Kerrang! (1981) y Metal Hammer (1983); Wire (1982), Spin (1985) y Q (1986), que competían con las más antiguas por una legión de lectores ávidos de información fresca. En Francia, Les Inrockuptibles (1986) y en España, Rockdelux (1984), marcaban la pauta del periodismo musical no anglosajón, combinando sus escenas locales con lo que pasaba afuera. Asimismo, revistas de música clásica, electrónica o especializadas en instrumentos –Guitar Player (1967), Bass Player (1988), Modern Drummer (1977), entre otras- complementaban sus ediciones con partituras, cassettes y, más adelante, CD recopilatorios.

En los noventa salieron Mojo (1993), Vibe (1993) y Uncut (1997) con una gama cada vez mayor de propuestas musicales. Classic Rock Magazine combina, desde 1998, hondos artículos revisionistas con información sobre artistas nuevos, conectando pasado y presente. El equipo editorial TeamRock, responsable de su edición, lanzó una familia de revistas asociadas: Prog Magazine, Vintage Rock, AOR y Blues Magazine. Todas con textos, fotos y diagramaciones de excelente calidad y rigor periodístico. La gran mayoría de las mencionadas siguen imprimiéndose en sus países de origen, paralelamente a sus versiones online, demostrando que la prensa musical especializada no ha muerto, a pesar del imperio de la internet, y que cuenta con una leal base de lectores, lo suficientemente fuerte como para manetener una industria cuyos costos son, a juzgar por la calidad del papel y otros detalles formales de edición, capacidad de cobertura y traslado de equipos, reporteros gráficos, etc, bastante elevados.

En el 2015 apareció la colección The History Of Rock, que recopila las mejores páginas de Melody Maker y NME, en lujosas ediciones mensuales de 150 páginas, año por año, desde 1965. Cada fascículo permite un acercamiento directo a aquella época en que los artistas abrían sus puertas a la prensa para mostrarse en estado puro, como reflejó también la película Almost famous (2000), dirigida por Cameron Crowe quien fuera, en su adolescencia, redactor de Rolling Stone. Como escribe John Mulvey, editor general de esta ambiciosa colección: "Lo que sorprende al lector moderno es la vasta cantidad de material y el acceso total que daban los artistas, muchos de los cuales son hoy gigantes de la cultura popular, a una generación de reporteros jóvenes y brillantes, de estilo cada vez más iluminado. Actualmente, una combinación de dinero, medidas de seguridad, temor y estilo de vida hacen imposible que un periodista se acerque tanto a los artistas". La colección tiene hasta el momento 24 números, el último de ellos dedicado al año 1988.


En Sudamérica, un caso emblemático es la revista Pelo de Argentina, que impulsó desde 1970 a su rica escena local. Como casi todas las demás cosas en las que nos superan los argentinos, Pelo -cuyo editor general fue Daniel Ripoll, periodista y promotor de espectáculos aurorales del rock en español como el festival Buenos Aires Rock, de donde salió la película de 1972 Rock hasta que se ponga el sol- fue una publicación muy leída y admirada, y hoy sus ediciones son clásicas del periodismo revistero musical. Se publicó formalmente hasta el año 2011, y recientemente ha estrenado una página web que contiene todos sus números, muchos de los cuales eran imposibles de encontrar, un contenedor valioso de información sobre cómo se hacía periodismo musical en décadas de enorme producción artística, tanto en calidad como en calidad.

En nuestro país, por supuesto, las cosas son más austeras. El único proyecto sólido de revista musical especializada fue, definitivamente, Caleta (1995-2002) que logró reunir en su momento a los mejores periodistas musicales del medio, muchos de los cuales aun publican de manera dispersa en diarios y blogs. Nombres como Percy Pezúa, Julián Rodríguez, Diego Trelles, Hakim de Merv (pseudónimo de John Pereyra), Jonás García, Christian Manzanares, Mónica Delgado, José Luis Ricse, Catherine Burgos, Eduardo Lenti, Wilder Gonzáles Ágreda, entre otros, formaron la plana de escribas de Caleta, y después de su despedida migraron e iniciaron otros proyectos como Britania (de Helen Ramos, DJ y ensayista), Esquina, Interzona, 69 y Freak Out!, de corta duración y siempre bajo el espíritu de fanzine -un formato que merecería un artículo aparte dentro de la evolución del periodismo musical peruano- por obvias razones presupuestales pero también por rebeldía frente el establishment periodístico limeño, más preocupado en la prensa del espectáculo farandulero y artistas de moda. Por el lado de la prensa convencional, los periodistas musicales pueden contarse con los dedos de una mano: Rafael Valdizán, Francisco Melgar Wong, Raúl Cachay, Ricardo Hinojosa, que publican sus pequeñas notas, dispersas y la mayoría de veces asociadas a hechos noticiosos específicos -una visita notable, el fallecimiento de alguien famoso de la música no comercial, una efeméride inevitable- pero que no basta para considerar que el Perú tenga una prensa especializada en música consolidada.