jueves, 20 de septiembre de 2018

NITO MESTRE Y SINFONÍA POR EL PERÚ: UN SHOW DE LUJO (Miércoles 19-9-2018)



Hay nombres que, con solo mencionarlos, ofrecen garantía asegurada de calidad interpretativa y buen espectáculo. Nito Mestre es uno de ellos. Su fama no es resultado de intensivas y engañosas campañas de marketing y ni siquiera de esas tendencias "retro" que, muchas veces, intentan hacer pasar como clásicos a una variopinta gama de artistas por el solo hecho de haber alcanzado la vejez, a pesar de que en su momento sus lanzamientos no hayan trascendido lo suficiente como para ser considerados clásicos, esa categoría tan mal utilizada en estos tiempos.

La nostalgia activa sensibilidades que, en el cotidiano andar, están dormidas y no nos permiten recostarnos bajo las plácidas sombras de un recuerdo adolescente: un sueño idealista, un amor afiebrado, una emoción generada por arpegios, guitarras eléctricas y violines, palabras que cruzan la barrera del tiempo para reconectarnos con el ser humano que alguna vez fuimos y que ya no podemos ser gracias a las desgracias de la vida moderna y la adultez: el tráfico, las cuentas por pagar, la inseguridad ciudadana, Philip Butters defendiendo a Keiko Fujimori, Hinostroza Pariachi, los reportajes de Frecuencia Latina, el cinismo y la vulgaridad convertidos en herramientas de ascenso social.

Las graderías repletas en el Gran Teatro Nacional durante el recital que ofreció Nito Mestre la noche del miércoles 19 de septiembre demostraron que, como Darth Vader, algo de bueno tenemos dentro (en algunos casos muy dentro, por cierto). Las entrañables canciones de Sui Generis nunca sonaron en las radios, ni siquiera en los años en que explosionó el rock en español en general, y argentino en particular entre las preferencias del público convencional, que escuchaba y bailaba las canciones de Charly García de aquel fructífero periodo comprendido entre los años 1983 y 1989. Quizás Rasguña las piedras o Lunes otra vez, como me lo recordaban la noche del concierto, fueron las dos únicas que alguna vez, casi por accidente, recibieron difusión en las emisoras de moda, pero jamás como para hacer del auroral dúo de folk-rock-prog bonaerense un grupo popular en el Perú.

Por eso pienso que, sin que estemos libres de la cuota habitual de poseros o acompañantes ocasionales del conocedor, un alto porcentaje del público asistente pertenece a la generación que escuchó con delectación, en sus años adolescentes y universitarios,  esas pequeñas canciones de sonido psicodélico y letras rebeldes, poseedoras de un lirismo tierno y candoroso que no llegaba a ser cursi y que, más bien, tenía la suficiente sinceridad y desfachatez como para lanzar agudas críticas a la reblandecida oficialidad, la doble moral de los grandes, la corrupción política y las mentes estrechas de quien pone prejuicios al pelo largo, al cuerpo esmirriado y no atlético, a los andrajos y la actitud irreverente.

Nito Mestre posee una personalidad sencilla y carismática, con una facilidad para sentir y hacer sentir a su público que está en una reunión íntima, sentados alrededor del fuego, y conversa con fluidez y ese tono porteño que lo acerca, a sus 66 años, a los también queridísimos Les Luthiers. Así, derrochando humor y buena onda, Nito nos regaló "una noche de clásicos" como él mismo dijo, acompañado por dos músicos argentinos y dos peruanos en la primera parte del show, para luego hacer pasar a la orquesta Sinfonía por el Perú, el excelente resultado de un trabajo sostenido que involucra presupuesto, disciplina pero sobre todo, mucho amor por la música y compromiso con la función salvadora que tiene en niños y adolescentes de bajos recursos, un proyecto que existe gracias al empuje de Juan Diego Flórez.

Himnos de la pueril rebeldía adolescente como Aprendizaje, Bienvenidos al tren, El tuerto y los ciegos, Confesiones de invierno, Canción para mi muerte, Quizás porque, Cuando comenzamos a nacer, Lunes otra vez y Rasguña las piedras sonaron imponentes e impecables gracias a los arreglos orquestales ejecutados con suma precisión y excelencia por más de 50 jóvenes músicos peruanos, cuyas edades fluctúan entre los 11 y 16 años, provenientes de zonas urbanas y rurales de todo el Perú, seleccionados por un equipo de expertos músicos, directores de orquesta y maestros, que lideran los llamados "núcleos" o bases desde las que van armando esta orquesta sinfónica que posee un nivel altísimo, que nada debe envidiar a ensambles de otros países. Especialmente notable es la participación de la orquesta en temas de enorme carga sinfónica como Rasguña las piedras, Dime quién me lo robó, Cuando ya me empiece a quedar solo o Tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario, o no; una de las canciones menos conocidas de Sui Generis, una de las sorpresas de la noche.

Además, Nito matizó su repertorio con excelentes piezas de su discografía como solista, desde aquel clásico de su primera aventura musical sin Charly, Mientras no tenga miedo de hablar, del álbum debut de Los Desconocidos de Siempre, de 1977; hasta una versión en español de Shape of my heart, composición de Sting retitulada La forma de mi corazón, de su último disco en estudio Trip de agosto (2014). En medio, suaves e inspiradoras canciones como La verdad, El fin del mundo, Hoy tiré viejas hojas y Distinto tiempo, estas dos últimas pertenecientes a su clásico álbum 20/10, editado en 1981. La voz de Nito, ya un poco gastada por los años, mantiene su identidad intacta y como todo buen intérprete, consigue sortear las notas más altas adaptándose a su actual registro, y no decepciona. El guitarrista Ernesto Salgueiro hace, por momentos, los coros altos que solía hacer Charly cuando aun podía cantar, y llena el espacio con una guitarra acústica brillante y pulida, mientras que el pianista Fernando Pugliese da marco a las canciones con corrección y sin mayores aspavientos. El conocido bajista peruano Eduardo Freire colaboró sin desentonar, lo mismo que el baterista, permitiendo que canciones como Lunes otra vez, Aprendizaje o Hay formas de llegar, del álbum Mestre del 2005, sonaran redondas, sin baches.

Imaginar la explosión de emociones que puede generar un cuerpo de trabajo como el que creó Charly García entre 1970 y 1975 -cuando el genial tecladista, guitarrista y cantante tuvo entre 19 y 24 años- cargado de frases sensibles, metáforas en las que se combinan la inocencia juvenil con el desenfado rebelde y la efervescente locura que luego iría dominando su creatividad hasta minarla por completo, en una orquesta formada por niños y niñas en plena adolescencia que, además, comparten una sensibilidad musical que los hace destacar del promedio, resulta inspirador y hasta generador de sanas envidias. Camino al luminoso futuro que les espera como músicos, de la mano de Juan Diego Flórez (nada menos), un artista respetadísimo en el exigente mundo de la ópera, nuestros compatriotas han tenido la oportunidad de conocer de cerca e interpretar, traer a la vida, estas melodías cuya lucidez y consecuencia las colocan en la cima del arte popular contemporáneo de América Latina.

Nito Mestre y la Orquesta Sinfonía por el Perú ofrecieron uno de los mejores conciertos del año 2018, e hicieron vibrar al público con canciones que ya no tienen lugar en una industria musical dominada por el reggaetón canalla y delincuencial. Pero jamás podrán borrarlas de nuestras memorias.

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