Hace 30 o 40 años atrás -es decir, hace relativamente poco tiempo- las grandes concentraciones de jóvenes se producían por asuntos relacionados con la conquista de derechos, desde mejoras educativas hasta libertad para escuchar buena música gratis. Mayo del 68 en París (Francia), Woodstock un año después en New York (EE.UU.), fueron movimientos esencialmente juveniles, a los cuales se adherían adultos pensantes, escritores, directores de cine o maestros de escuela y universidad, que estimulaban esas manifestaciones nacidas del ímpetu e idealismo propios de esa etapa de la vida, pero que se enriquecían con lecturas, cine de calidad, inspiración en el arte, la filosofía y la política del pasado. Y sus hermanos menores, niños y adolescentes, se nutrían de estos movimientos, ya sea que vivieran en las ciudades donde se llevaban a cabo, o que se enteraran de ello a través de las noticias que llegaban a través de la prensa, la radio o la incipiente y mágica televisión.
De alguna manera, esto sigue ocurriendo, en este siglo 21 cuya segunda década va ya por la mitad, en prácticamente todo el mundo: ahí están los movimientos en Madrid (España) o en Wall Street (EE.UU.), la Primavera Árabe en El Cairo (Egipto), las marchas estudiantiles en Iguala (México), Quito (Ecuador) o Santiago (Chile). En prácticamente todo el mundo, menos en mi país, Perú. En mi país, los jóvenes salen a las calles para buscar una oportunidad de que los acepten en un programa de televisión, que les ofrece como máximo premio un viaje de promoción a alguna playa de moda del Caribe, all included -o acá nomás a Máncora- para que puedan despatarrarse y juerguearse para celebrar que ya acabaron el colegio. No importa si pasaron con las justas. Tampoco si, en la competencia, deban someterse a las humillaciones y burlas que el equipo de producción y los socarrones conductores preparan, con habilidad casi psicópata. Lo que importa es salir en la tele y ganarse el viajecito que ni sus padres ni sus colegios empobrecidos pueden costear.
Hace 30 o 40 años, también, los políticos corruptos eran despreciados por el común de la gente, aun cuando detentaran el poder y se mostraran pulcros, bien vestidos y mejor hablados. Y se sabía que, quienes se atrevían a dorarles la píldora, era porque en algo se habían beneficiado o en camino de beneficiarse de sus actividades oscuras. Hoy, las juventudes pensantes, que van a las universidades privadas más caras del Perú, se erigen como defensores "ilustrados" de los personajes más corruptos que ha conocido nuestra historia reciente sobre la base de la poca, incompleta y manipulada información que reciben de los medios de comunicación, donde periodistas que fungen de relacionistas públicos y asesores de imagen a sueldo y con expectativas de sus "honorarios de éxito" (un contrato de menor cuantía, presencia permanente en eventos y ágapes de sociales), les dan a estos ladrones y asesinos contumaces, tribunas y columnas, entrevistas y condecoraciones, mientras se preparan para tentar nuevamente los cargos que les sirvieron para enriquecerse sin trabajar.
Asimismo, hace tres o cuatro décadas no había ninguna duda respecto de qué cosa era un narcotraficante y no importaba cuántos carros deportivos de lujo, fiestas o casas tuviera, seguía siendo un delincuente y la condena social era inmediata, surgía con naturalidad. Hoy, desde reporteros hasta gente de la calle muestran una velada -y a veces no tan velada- admiración por esperpentos miserables, asesinos inescrupulosos, a quienes envidian secretamente sus lujos y placeres, pasándose por alto todos los crímenes que han cometido y la permanente falsedad que los rodea. Es sintomático que al último de estos fanfarrones, capaces de vanagloriarse de cargar pistolas y bailar con ellas en señal de poder, los periodistas insistan en llamarlo "Tony Montana", como si esa mención a aquel personaje ficticio, uno de los más despreciables del cine dedicado a la mafia, lo hiciera más cercano al público, cuando no deberían tenerle la más mínima consideración. ¿Miedo a llamar las cosas por su nombre o fascinación por aquello que identifican como una vida intense que ellos jamás podrán tener?
Nuestra juventud ya no sabe distinguir la diferencia entre lo que debe hacer, aunque sea a regañadientes (estudiar) para asegurar su futuro; y aquello que solo debería ocupar su tiempo los fines de semana y los meses de vacaciones. Hoy la diversión es su máxima aspiración, y los programas "concurso" de la televisión de señal abierta se encargan de dársela sin descanso, de luens a viernes, a veces desde las 7.30 de la mañana, horas en que deberían estar tratando de entender lo que leen.
Ellos, los adolescentes de hoy, sueñan con ser Claudio Pizarro o Gerald Oropeza, con inflarse los brazos como Nicola Porcella y ser carismático como Jesús Alzamora o Adolfo Aguilar. Sus modelos de comportamiento son el patán ignorante y fortachón; el conchudo con plata, caballos y carta blanca para ser considerado ídolo del deporte nacional sin haber ganado un solo torneo en su vida con la camiseta peruana; o de exhibir su poder levantando una pistola con el cuerpo inclinado para atrás (como los raperos pe' batería), con un par de arañas en taco aguja y zapatos de plataforma, lo suficientemente cabeza huecas para aceptar el maltrato que viene acompañado de un buen carro, trago y drogas por montones.
Y ellas, las pobres, deliran por cómo tiene el pelo Melissa Loza, se desmayan cuando un tipo que no les daría ni la mano por la calle, por miedo de contagiarse de algo, aceptan ser su "chambelaine" en la fiesta de 15 años, temática, por $ 2,000 y sueñan con salir sin ropa en alguna revista de papel couché y que les digan "vedettes", "bailarinas", "anfitrionas". Sus modelos de comportamiento incluyen una absoluta carencia de respeto por sí mismas, practicar el exhibicionismo sin límites para hacerse famosas y ser "solicitadas" como "animadoras de eventos" y exponer sus miserias -y las miserias de los medios familiares de los que provienen- en cuanto programa los reciba, por dinero. Miserias que van desde la explotación de su intimidad hasta el manoseo virtual de sus nombres e imágenes.
Mientras todo esto pasa, los expertos de educación de mi país se solazan escuchándose a sí mismos, conversando sin parar sobre estadísticas, comportamientos históricos de la escuela rural y demás cosas, muy interesantes en sí mismas, pero que no sirven para atacar el problema de raíz...
Describes una situación, que sin duda, ha de significar un cambio significativo, para la juventud peruana. Comparto, mucho de los que has manifestado. Siento que un sueño profundo ha cubierto el pais y no solo en la juventud, los mismos padres, en fin... Espero sus demas reflexiones...!
ResponderEliminarYo también tengo la impresión que una especie de velo ha cubierto a la gran mayoría de jóvenes... Por momentos siento que es una escena salida de The Walking Dead... Una muestra de ello es la clara ausencia de líderes jóvenes que protesten, reclamen o hagan algo. Ahora bien, es una suerte de estado de estupor mezclado con resignación, que en el caso de los adultos es flagrante. Todo ello es muy peligroso a mi entender, pero bueno desde nuestra humilde posición hay que luchar sin descanso por inocular a nuestros hermanos compatriotas el bichito de querer un país más rico no sólo económicamente sino también en términos culturales. El Perú es un país hermoso y vale la pena el esfuerzo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Hugo Villar
hugoelielvv@gmail