No hay manera de no estremecerse tras ver lo ocurrido en Francia hace un par de días: 12 personas, entre ilustradores, periodistas y funcionarios de la revista Charlie Hebdo, asesinadas a tiros por un grupo terrorista que asegura "haber vengado al profeta" tras la publicación de caricaturas en las que se ridiculiza a Mahoma, con textos y dibujos que pretenden pegarla de graciosos, irreverentes, satíricos y no sé qué más.
Todos lloran por la televisión, editorializan y hablan de "los intransigentes musulmanes, la barbarie, la falta de tolerancia" y así. El artista peruano Carlos Tovar Samanez "Carlín", generalmente certero en sus análisis políticos en forma de viñetas, se lamenta y menciona que la tal Charlie Hebdo es una revista clásica para los caricaturistas, pues existe desde los setentas y que este atentado inhumano es un golpe terrible, etcétera.
Sin embargo me pregunto quién mandó a estos franceses a burlarse de aquello que no conocen, entienden ni respetan. El mundo occidental defiende, con uñas y dientes, la famosa "libertad de expresión", a través de la cual trata de justificar todos los estropicios y faltas de respeto que comete contra el prójimo, sobre la premisa de poder "decir lo que nos venga en gana sobre cualquier tema, persona o institución".
Y esto funciona cuando queremos expresar nuestra indignación frente a nuestros pares: políticos corruptos, periodistas vendidos, deportistas mediocres, "artistas" de pacotilla y vulgaridad, que se enriquecen a costa de la ignorancia de la masa, en un entorno en el que todos pensamos y sentimos lo mismo en aspectos religiosos, pues provenimos de la misma crianza católica, apostólica y romana, independientemente de la postura que, ya siendo adultos, hayamos adquirido respecto a sus símbolos, dogmas y prácticas.
Nadie en su sano juicio podría justificar la insanía de los grupos terroristas islámicos cuando ataca, a mansalva, escuelas, ciudades enteras o por las represivas normas según las cuales los infieles deben morir y las mujeres valen poco o nada en la sociedad. Y con todo ello, no recuerdo una sola noticia en que profesionales islámicos se hayan burlado, con textos, canciones o dibujos, de los principales símbolos del Cristianismo.
Pero si un grupo de occidentales, que se asume más inteligente y civilizado que los "incomprensibles musulmanes", es capaz de burlarse de esta forma de aquellos personajes religiosos por quienes se sabe que son capaces de matar o morir para defenderlos; me parece que están jugando con fuego con total desinterés por las consecuencias que esto podía acarrear para sus propias vidas. Para decirlo en una sola frase, los de Charlie Hebdo, ahora mártires de la "libertad de expresión" se la buscaron. Que sigan burlándose, a través de sus "geniales y creativas" caricaturas, de Francois Hollande y el Rey de España, de Sarkozy y sus salidas putañeras. Ellos comparten el modo de vida occidental y no se enojarán si se burlan de ellos. Es más, lo tomarán a bien, como gracia o "publicidad gratuita".
Pero esto no habría ocurrido si los acribillados ilustradores se la hubieran pensado mejor antes de hacer su broma pesada. Esta matanza es una versión macabra de aquellas personas que, al descubrir que ese payaso asesino que lo amenazó con una comba a medianoche o ese huevo crudo que le reventó en la cabeza mientras leía su periódico en el parque, eran solo un gag de esos que ponen en los bancos o salas de espera, y en lugar de reírse y abrazar al "bromista", señalando a la cámara, arremete contra él y lo muele, literalmente, a golpes.
Por eso, al burlarse de Mahoma de esta forma, trajeron sobre sí mismos toda la capacidad vengativa de estas personas -independientemente de que la consideremos exagerada, loca, criminal o fuera de toda explicación- que ya todos conocemos. ¿Cómo reaccionarían extremistas católicos si una publicación islámica sacara en carátula, una caricatura de Jesucristo besándose con un homosexual? Claro, dirán que con toda la indignación que eso provocaría en mucha gente, no se armarían escuadrones de la muerte para asesinar a los "artistas" autores de lo que Cipriani y muchos otros considerarían "una aberración".
Pero también es nuestro deber reconocer que los occidentales -en un 98% y empezando por las cabezas visibles de la Iglesia Católica- seríamos incapaces de matar a alguien o de suicidarnos en nombre de nuestro Dios, pues todos sabemos que, de una u otra forma, no le somos tan fieles como declaramos en documentos, canciones, posts de Facebook y demás. ¿O ustedes se imaginan a Cipriani inmolándose porque alguien declare que la virgen María no era virgen?
Ojalá que, tras esta lamentable matanza, en lugar de estar lloriqueando por este "acto terrorista contra la libertad de expresión" pusiéramos las barbas en remojo con respecto de cuánto hemos avanzado en materia de respeto a los otros, por muy diferentes que estos otros sean, en términos políticos, socioeconómicos o religiosos. Y que dejáramos de ensalzar la burla y la chacota -tan aceptadas socialmente en Occidente- como formas literarias o artísticas.
De acuerdo Jorge, el respeto por la creencias ajenas, por mas disparatadas o extrañas que nos puedan parecer, es la regla básica de convivencia humana.
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