Un día como hoy, hace exactamente tres años, mi mamá partió de este mundo para convertirse en una presencia permanente, que acompaña todos mis movimientos, mis pensamientos y mis sueños. De verla de vez en cuando, en las mañanas antes de salir al trabajo, en las tardes al regresar de él, o algún domingo que pasaba sin hacer nada fuera de casa; pasé a verla y sentirla todo el tiempo, aun ahora que escribo estas breves líneas pensando en su nombre y que el tiempo, aunque no desaparece el dolor, sí permite ver las cosas con la calma y la paz que, en aquel primer momento de su partida, parecían imposibles de recuperar.
La recuerdo todo el tiempo. La recuerdo sonriente, conversadora, amable con las personas, preocupada por nuestros problemas, contenta con nuestros pequeños logros, ilusionada con todo, como una niña. La recuerdo cantando las baladas y boleros de La Inolvidable, bailando la cumbias que me enseñó a escuchar, riéndose a carcajadas de nuestras bromas. Y de los últimos meses, recuerdo su enorme valentía, su inmenso deseo de recuperarse cuando esa era aun una posibilidad; y cuando las cosas tomaron otro camino, recuerdo su genuino y desesperado deseo de no sufrir más, de descansar, de dejarnos.
Mi mamá era colombiana de nacimiento y cada vez que puedo, lo digo con orgullo a quienes me conocen por primera vez. De Manizales, estado de Caldas, al norte de Cali. Se nacionalizó peruana y se hizo peruana de corazón, pero en su acento, en sus canticos (con acento en la "i", no como en "cánticos") y en su conversación asomaba siempre esa nacionalidad original que la hacía sentir especial. A sus amigas les decía que siempre ansió volver a su país, aunque fuera de visita, algo que no pudo hacer en vida. Desde el cielo, debe haberla visitado ya más de una vez.
Le encantaba la música y las películas, en especial El mago de Oz y Alicia en el país de las maravillas. En la televisión era novelera a tiempo completo, en especial las que venían de Colombia, vivía enamorada de Fernando Colunga y lloraba de risa viendo El Chavo del Ocho, Patacláun y en los últimos tiempos, a las monjas con nariz roja de Canal 2. Admiró a Gisela Valcárcel desde que la vio recibiendo llamadas a fines de los 80s y aunque después se desencantó de ella, nunca dejaba de pensar en cómo se transformó, según su opinión, en esa cosa que hacía programas nocturnos aburridos y daba supuestos discursos filosóficos. Durante el último año, desarrolló una intensa conexión con la vida y carrera de Michael Jackson y me hizo traducirle todas sus canciones y entrevistas.
También tenía su carácter, mi mamá. Cuando se enojaba, sobre todo con mi papá, era capaz de decir cosas fuertes, lanzar miradas matadoras y lisuras peruanísimas. Pero siempre la dulzura y la calidez de su naturaleza le ganaban la partida y terminaba riendo y charlando y haciendo del problema o el error una anécdota más. La libertad de su carácter, esa inocencia que le permitía no tomar las cosas tan en serio, fue la base de esa forma de ser diáfana y abierta que tanto extrañamos quienes la conocimos de cerca.
A sus hijos, que fuimos tres, nos trató siempre con cariño, ya sea en la infancia o en la adultez, y ninguna de nuestras situaciones le fueron ajenas. No voy a decir que fue una madre estricta o controladora, pues sería mentir acerca de ella. Tampoco que era melancólica o depresiva, pues no encaja en el perfil. Mi mamá era un ser humano muy especial, difícil de catalogar siguiendo las líneas conceptuales convencionales. Lo que en vida le faltó de instrucción, le sobró en amabilidad, sencillez y amor. Mi mamá era un espíritu libre, en el sentido más etéreo y angelical del término. Y hoy lo es a tiempo completo. Mi mamá era única.
Los hijos son el reflejo de los padres y es tu caso Jorge, eres una gran persona. Un fuerte abrazo, saludos.
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