La televisión nacional está llena de bodrios impasables, infectas sucesiones de vulgaridades que, bajo el pseudónimo de "programas-concurso", pudren la ya menoscabada mentalidad de nuestros niños, jóvenes, padres de familia y maestros de colegio con conductores estúpidos, "monos calatos" - como los llama Hildebrandt - que fungen de participantes y hordas delincuenciales de anunciantes, ladrones de cuello y corbata a quienes no les tiembla la billetera para soliviantar estos espacios burdelescos con el floro monse de "programa vendedor que le gusta a la gente". Si necesitan nombres, pues les suelto algunos: Esto es guerra, Combate, Bienvenida la tarde, y todas las clonaciones que estos esperpentos generan en otros canales.
Por otro lado están todos esos segmentos de espectáculos que, a raíz de la desaparición de Magaly Medina, extendieron su purulento estilo luego de provocar la muerte televisiva de su creadora. Quienes pensábamos que el retiro voluntario de la detestable "reina de los ampays" era una expresión de (tardía) higiene a las pantallas de nuestra televisión, nos equivocamos groseramente. Como una mala operación de cáncer, la salida del aire de Magaly TV provocó la metástasis de la telebasura y hoy tenemos canales cuya programación, desde los albores de cada día, nos carcomen la paciencia y envenenan los círculos sociales con noticias acerca de personajes intrascendentes, mugrientos y destalentados; narradas y presentadas por otra bola de tarados, que elevan diariamente a la categoría de íconos sociales a hombres y mujeres que son la epítome del mal gusto, en todas las manifestaciones que puedan darse de la vulgaridad y la huachafería.
En ese sentido y sin ser la maravilla, el programa-concurso de imitadores Yo Soy se erige como el único que puede verse sin que las náuseas nos invadan el espacio entre pecho y espalda. Por una simple y sencilla razón, que quizás compartan todos aquellos melómanos como yo: su estructura y objetivo principal (descubrir nuevos imitadores de cantantes famosos) está creando, casi sin darse cuenta, un poco de cultura musical en una masa deforme de tele-espectadores que, probablemente, sintonizan el programa por razones totalmente diferentes a un genuino interés por conocer artistas, canciones y géneros musicales totalmente opuestos a lo que escuchan siempre en sus casas, en los micros, en los mercados o en sus iPhones.
Escuchar temas como Rayito de luna (Los Panchos), Quién fuera (Silvio Rodríguez), Creeping death (Metallica), Move over (Janis Joplin), Comienzo y final de una verde mañana (Gilberto Santa Rosa) o Dancing days (Led Zeppelin), solo por nombrar algunos, en una señal abierta que todo lo ve Los Hermanos Yaipén y de allí para abajo, en caída libre, hasta las ciénagas de la garganta de Tongo; es casi una bendición. A mí la televisión peruana me genera unas arcadas que no solo son una metáfora del asco, sino que son físicamente reales. Sin embargo, trato de no perderme Yo Soy y a sus participantes, pues ofrecen una paleta diversa de canciones que no podría esperar en ningún otro momento ni canal. Y estoy seguro que ese no era uno de los objetivos del equipo de producción que lidera Ricardo Morán, a la sazón uno de los jueces del programa que hoy me suscita estas líneas.
Él y las otras dos personas a cargo de calificar a los participantes - empeñosos algunos, muy talentosos los que quedan en el tramo final de cada temporada - hacen un trabajo de mediano para abajo, sobre la base de sus propias limitaciones. Es diferente tener de jurado, en lo musical, a Randy Jackson (el gran bajista norteamericano que ha tocado con todos desde Barbra Streisand hasta Journey) que al mencionado Morán y Maricarmen Marín. Mientras el primero de ellos se las quiere dar de muy conocedor y dotado de un oído perfecto, la segunda está, como el público, recién conociendo a los artistas que representan los concursantes (en algunos casos, no puede ni siquiera pronunciar sus nombres). El caso de Fernando Armas, cómico e imitador de experiencia y recorrido, quizás las cosas no sean tan reprochables, además él mismo ha dado muestras de aceptar que, con relación a ciertos artistas y géneros, más es lo que tiene que estudiar antes que calificar de buenas a primeras algo que no entiende del todo bien.
En cuanto a la pareja que "co-conduce" (¿¿¿???) Yo Soy, pues son definitivamente los puntos más bajos del programa: Karen Schwarz es una niñata que divide su tiempo entre hablar tonterías farandulescas por las mañanas y hablar tonterías con los participantes durante cada emisión del show y Adolfo Aguilar es, simple y llanamente, insoportable. Sus bromas y parloteos, sus gestos y bailes ridículos, sus peinados y ternos huachafos son lo más cercano a una razón para no ver el programa. Pero la música es más fuerte. Y también lo es el talento y el buen gusto exhibido por muchos de los participantes. Ver a una multitud de jóvenes dando vivas a tres señores que imita a Los Panchos (trío de boleros cuya máxima fama se dio en la década de los 50s) es por momentos esperanzador. Quizás no es la manera más adecuada y duradera de generar cultura musical, pero de alguna manera transversal a sus originales propósitos, me parece que el programa lo consigue.
Por eso lo veo y espero que los participantes sigan escogiendo artistas de géneros diversos que saquen a la audiencia del marasmo que producen la cumbia y Gianmarco, para que se den cuenta de que hay muchas otras cosas qué escuchar y apreciar.
Yo soy , Es una de los mejores programas en la television peruana.
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