miércoles, 7 de noviembre de 2012

HILDEBRANDT: SIEMPRE DA EN EL CLAVO


En la última edición del semanario Hildebrandt en sus Trece, su sección Matices da en el clavo, nuevamente, al analizar la situación lamentable que se vivió en Lima hace dos semanas, cuando la turbamulta echó por tierra, por enésima vez, todos los discursos "optimistas" que hablan de la Marca Perú, el desarrollo macroeconómico sostenible, la inclusión social, la fiesta que come tristeza y todo lo demás (he puesto en negrita las frases que me hubiese gustado escribir a mí...)

LA ESCORIA
por César Hildebrandt

Y, de pronto, resultó que éramos un país emergente con un país sumergido adentro.

Esa realidad inmersa, sublevada, salió a flote en el megaaniego de La Parada.

El Perú se quitó la careta y demostró que junto a los emprendedores pueden estar los asesinos y al costado de los éxitos laten los resentimientos supurados.

La mixtura es la del desarrollo desigual y combinado: vendemos oro y buen café y, al mismo tiempo, tenemos un serio problema de ciudadanía, de convivencia, de viabilidad como país civilizado.

La basura social ha crecido en estos últimos tiempos de un modo prodigioso. Por todas partes asoman sus caras cortadas, sus bermudas pantorrilludas, sus torsos desvestidos, sus dientes y su condición de involucionados. Están en los mítines y en las barras bravas del futbol. Conducen microbuses y taxis chinos. Son hijos del fracaso de la educación, hermanos de la tele mugrienta, huérfanos de la inclusión, primos carnales de la prensa de 50 céntimos que cuesta 50 céntimos y que no vale nada.

No deberían sorprendernos. Resulta hipócrita que ahora su beligerante existencia nos deje estupefactos.

Ellos son peruanos. Más peruanos, quizás, que muchos.

Su ciudadanía pertenece a un país que hace muchos años perdió el instinto ético y tiró por la borda el valor de la meritocracia.

Porque en el Perú hubo un presidente que se hizo rico en el poder y la gente, 16 años después, lo reeligió. ¿Moraleja? No hay moraleja, lo que hay es alanismo escapero.

Porque en el Perú una banda armada se apoderó del país, lo saqueó, lo meó, lo evisceró y ahora resulta que la hija del cabecilla de esa banda aparece como una virgen impoluta reclamando la libertad del gángster al que le debe la vida (la biológica y la que tiene, gracias al dinero robado que, a cuentagotas, va saliendo según un viejo hábito oriental), ¿Moraleja? No hay moraleja, sino fujimorismo regresado.

Somos una infección multidrogorresistente.

Somos un país sin asco ni rechazo al mal.

Si el Poder Judicial está infestado por los jueces que se doblegaron ante Fujimori y el Tribunal Constitucional se ha corrompido en la misma dirección ¿cuál es la lección? Que Fujimori no fue un delincuente voluntarista sino un intérprete de cierta mentalidad criolla, un fiel súbdito de los antivalores que gran parte del Perú ha convertido en cartilla de conducta.

Todo aquello que los viajeros foráneos describieron como repelente en el peruano – su doblez, su informalidad, su recurrente falta de coraje para enfrentar las injusticias y las corruptelas, su hipocresía – es ahora una suerte de “carácter nacional” visto con la mirada narcisista de nuestra buena cocina y nuestro justo optimismo de vendedores de oro y buen café.

El defecto se ha hecho virtud. El espantoso criollismo de las costumbres – la valentía tumultuaria, la balandronada estúpida (“Dios es peruano”) – es nuestro decálogo.

Y el resultado es que desde los cerros baja la escoria que se siente – y con razón – con tantos derechos como los de sus prohijadores. Baja la escoria y quiere matar, golpear, ser mancha vengadora, circo romano, play station churrupaco. Baja la escoria y envidia la belleza de la naturaleza y se ensaña con una yegua que merecía ser muerta en un campo de batalla legendario donde el Cid Campeador blandiera su espada.

Pero baja la escoria de los cerros y dice lo que le corresponde decir. Es la escoria que produjimos, que arropamos, que acrecentamos con nuestros presupuestos educacionales míseros, nuestra tele podrida, nuestra prensa mentirosa y sectaria, nuestras instituciones reblandecidas, nuestras fuerzas armadas que hasta hoy no se fumigan, nuestra izquierda que idealiza a la plebe y la llena de coartadas.

Baja la escoria armada porque cree que va a ser aplaudida. Como lo fue la otra. Como lo es la otra. El Perú anético ha reclamado lo suyo. Si a los gobernantes asesinos se les perdona sin siquiera necesidad de indulto ¿por qué no bajar de los cerros y defender a palos y pedradas la santa propiedad privada que Correo y Perú21 defienden a capa y espada?

Al final ¿era escoria lo que bajaba o eran las montoneras de Piérola, el cobarde e insignificante gobernante que también fue reelecto?

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