"Caviar", como casi todos saben, es un sofisticado bocado de color negro que se elabora a base de huevos de esturión, pez que vive en los lagos y ríos de Europa del Este y Asia Central. Básicamente, son los huevos mismos de esta rara especie marina y desde siempre ha sido una exquisitez de precios prohibitivos para el ciudadano común. Nunca he probado caviar. En el Perú, desde hace algún tiempo, se les llama "caviares" - con intenciones despectivas - a aquellos políticos o personajes públicos que manifiestan identificación con ideas "de izquierda", pero que a la vez pertenecen a círculos sociales elevados. La paternidad del término se la achacan a Aldo Mariátegui pero él mismo asegura que el mote lo creó Herbert Mujica, un periodista con ideas totalmente opuestas a las del insólito nieto del Gran Amauta. Una vez, Joan Manuel Serrat escuchó a un impertinente, que le negaba el derecho a apoyar las protestas de los sectores pobres españoles porque vivía "la gran vida". El cantautor respondió, con la inteligencia que le caracteriza, que si era millonario era por su trabajo, su talento y que jamás le había metido la mano al bolsillo a nadie para alcanzar ese nivel de vida. Yo no soy millonario pero me considero 100% afín al concepto. En esta columna, brillante como siempre, don César Hildebrandt da algunas razones de por qué es más confiable estar con los "caviares" que con sus enemigos...
POR QUÉ ESTOY CON LOS CAVIARES
por César Hildebrandt
Hildebrandt en sus trece, viernes 7 de septiembre de 2012
Estoy con los caviares porque siempre serán mejores que los
coyotes que se les enfrentan.
Porque no está mal pensar en la justicia social y, por la
noche, tomarse un buen vino.
No es un pecado tener una vida decente y desear que los
demás también la puedan tener.
El pecado es tener una vida decente y creer que los
infelices que no la tienen se la han merecido por flojos, brutos, sucios e
ignorantes.
Puede uno escuchar una ópera y aspirar a un mundo en el que
escuchar una sea un fenómeno de masas.
¿Ingenuidad? Prefiero la ingenuidad a la lógica de los
depredadores.
Tener simpatía por los abusados y las causas aparentemente
perdidas: eso es caviarismo militante. Leer a Carson McCullers tirado en una
cama: eso es caviarismo en reposo.
Lo que es de pésimo gusto es creer que los privilegios
basados en la explotación de las personas y de los recursos naturales deben ser
defendidos a balazos. Y eso es lo que piensan los coyotes que odian a los
caviares.
Pensar en la igualdad no es imaginar un mundo monocolor. Es
pensar, casi cristianamente, que todos tenemos derechos y que la condena de la
pobreza no la impuso el destino ni Dios ni el estricto azar sino que proviene
de corregibles defectos del sistema social. Eso es caviarismo en su más pura
esencia.
Viva el caviarismo que reflexiona sobre lo que pasaría si el
mundo invirtiera la décima parte de lo que gasta en armas en aliviar las
consecuencias de las hambrunas. Viva el caviarismo que agita el tema del
calentamiento global, negado por las petroleras y sus matones escribidores.
Pablo Neruda era caviar. Pitr Tchaikovski era caviar. Pablo
Picasso era caviar. Arthur Miller era caviar. Gustave Flaubert era jefe de
caviares. Julio Cortázar era caviar. Susan Sontag era caviar. Jean Paul Sartre
era ultracaviar. William Faulkner era caviar. Antonio Machado era caviar.
Bertrand Russell era caviar. Diego Rivera era caviar. Albert Camus fue un gran
caviar. Carlos Monsiváis era caviar. Gabriel García Márquez es caviar. Umberto
Eco es caviar.
Por algo será.
No se necesita contraer una ideología insidiosa para
alejarse de los chillidos de la derecha. Basta tener buen gusto.
¿Quién puede leer sin sentir náuseas a quienes defienden los
intereses del dinero y del poder fáctico empleando un lenguaje rebuscado que
pertende haber sido extraido de las ciencias exactas?
Ellos no son caviares. Son voceros.
Conozco conservadores respetabilísimos. Pero son una minoría
perseguida. La mayoría no ha aprendido la lección y ha vuelto a las peores
andadas. Esa mayoría es la derecha pura y dura.
Y habrá siempre un vaho de vulgaridad en la derecha: un toro
desangrado en una plaza llena, un eructo macho, una planilla negra, un denuncio
de tierras en propiedad comunal.
Ser caviar no tiene nada de malo. Vivir esforzadamente bien
y querer que todos los humanos sean dignos de esos estándares no es algo que
deba avergonzar a nadie. Lo vergonzoso es darse la gran vida y estar en una
cetácea sobremesa donde el tema crucial es cómo hacer negocios rápidos con los
chinos.
Caviares
del Perú: abandonen su discreción, griten su membresía, sorprendan a quienes
los odian. En una palabra: ¡uníos!
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