domingo, 5 de agosto de 2012

"LAS AMARGURAS NO SON AMARGAS...


... cuando las canta Chavela Vargas" dice una de las canciones más entrañables de la mejor época de Joaquín Sabina, Por el boulevard de los sueños rotos. En esa época, nadie sabía exactamente a quién se refería (nadie dentro del gran público, siempre atento a lo superficial y siempre desconsiderado con las épocas históricas de la música y sus figuras emblemáticas) pero igual cantaban la línea porque rimaba bonito. 

Poco después empezó a hacerse conocida entre las generaciones jóvenes, una señora de pelo blanco y muy arrugada que cantaba rancheras y boleros con una ronca y ruda voz de hombre. Enfundada siempre en un poncho de motivos costumbristas - me atrevería a decir que era una ruana aunque no estoy muy seguro - doña Chavela Vargas impactaba a cualquier auditorio por la fortaleza y la autoridad con la que interpretaba clásicos del cancionero mexicano. Luego, sus apariciones en Frida y Babel - dos películas hispanoamericanas de gran aceptación comercial y crítica - la estableció como ícono de la world music.



Sin embargo, doña Chavela cantaba desde hacía muchos años atrás y su reingreso a los escenarios, ya en clave "Buena Vista Social Club" (esto es, cumpliendo el rol de artista viejecita que atrae a los jóvenes pero que había sido "olvidada") se convirtió, para mí por lo menos, en motivo de un reduccionismo injusto, típico de la industria musical moderna. Yo, de niño, había escuchado la mítica Macorina ("pónme la mano aquí...") pero jamás supe que había sido doña Chavela, con la misma autoridad aunque con la voz reconociblemente más joven, quen la había grabado en los sesentas. Sus años de éxito junto a José Alfredo Jiménez, su relación lésbica con Frida Kahlo, su retiro a causa del alcoholismo. Y después, renació gracias a esa canción de Sabina, quien luego la invitó a grabar el tema Noche de bodas en el álbum 19 días y 500 noches...

Acaba de fallecer esta cantante mexicana - aunque nació oficialmente en Costa Rica - y universal que retomó su carrera en los 90s y no paró hasta el final. Un espíritu fuerte, una voz que retumba, un sentimiento único para interpretar que conseguía hacer sonar a las canciones como si fueran nuevas, como si las hubiesen compuesto de nuevo y que solo pudieran interpretarse a su estilo. No solo el mundo de la música la va a extrañar sino el mundo de la cultura, el mundo de la valentía, el mundo de la pasión artística. Todos los que vemos y escuchamos la música como algo más que una distracción y una montaña de archivos de iPad, sentimos la partida de esta "dama de poncho rojo, pelo de plata y carne morena". Que en paz descanse...

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