domingo, 22 de julio de 2012

EL PERÚ ES MÁS QUE UNA MARCA...


De un tiempo a esta parte, las celebraciones por el aniversario de nuestra independencia se han convertido, como la Navidad, la Semana Santa o los “días de”, en un pretexto para el desenfreno comercial, el patriotismo oportunista y la trivialización de todo lo que significa realmente “ser peruano”… 

En estas épocas de conmoción social, corrupción a todo nivel en la política, atropellos al medio ambiente en Lima y provincias y medios de comunicación, en su mayoría, dedicados a la defensa de intereses privados y al entretenimiento hueco ¿podemos confiar en que sus mensajes y saludos por 28 de Julio sean reales y sinceros? 

La superficialidad de ciertas propuestas publicitarias, muy efectivas en términos de popularidad y asuntos “de imagen”, hace que perdamos de vista la preocupación por los demás, la conciencia social, la solidaridad, etc. Por eso, en estas Fiestas Patrias, más que un saludo, necesitamos una reflexión sobre el país que queremos. El Perú es nuestra casa ¿es justo que solo la veamos como “una marca”?


Por lo general, cuando alguien puntualiza los males que nos aquejan como país, suele ser tildado, por los medios, de “pesimista”, “antiperuano” o cualquier otro epíteto para generar una corriente de opinión negativa hacia la persona que critica y dice cosas incómodas, poco populares o demasiado serias. Paralelamente, se le da cabida y preferencia a todo lo que sea diversión, escapismo y entretenimiento, generalmente de baja calidad y mal gusto… 

Sin embargo, creo que una forma de demostrar el cariño que tenemos por nuestro Perú, es prestar atención a aquellas cosas que no nos gustan y que quisiéramos cambiar: la pobreza extrema, las injusticias sociales, la discriminación, el desprecio a todo aquello que no brilla ni aparece en la televisión, la ignorancia de la sociedad civil, expresada en la agresividad de quienes tienen hacia quienes no y viceversa… 

La publicidad, la farándula y el consumismo enfermizo han ocasionado que nuestra sociedad esté más dividida que nunca, únicamente conectada a través de la desconsideración y la falta de respeto: desde la vulgaridad de los programas concurso (aplaudida por todos) hasta la desfachatez con la que periodistas “respetados” venden su discurso al mejor postor (mineras, empresas de servicios, etc…). Desde las calles más peligrosas del Callao, a las que ni la policía puede ingresar, hasta los patanes que conducen inmensas camionetas con las que le cierran el paso a los demás, aceleran cuando los transeúntes quieren cruzar la pista y revientan el claxon para conseguir lo que quieren: pasar primero… 

La “Marca Perú” es solo una manera atractiva de vender un producto, como los comerciales que venden a la Telefónica como la mejor opción para después cobrarte de más, aumentarte tarifas sistemáticamente y darte un pésimo servicio. Como los comerciales de gaseosa que te dicen que es lo mejor del mundo cuando en realidad te están matando por dentro. Como los comerciales de las AFP, los cigarrillos, las tarjetas de crédito, etc., etc., etc. La “Marca Perú” es solo un monumento a lo superficial en el que se invierten millones de dólares para que sus “protagonistas” (actores entrenados para sonreír o llorar sin que sea realmente reflejo de sus sentimientos) viajen a los EE.UU., a Italia - y sabe Dios a qué otros países irán - con hospedajes de lujo y vuelos en primera clase, mientras en las calles de Lima, en Loreto o en cualquier otro lugar de nuestro país, se respira la misma angustia, el mismo abandono de hace décadas… 


El 28 de Julio se celebra un año más de nuestra independencia. Sin embargo todo, hasta nuestros símbolos más representativos, está esclavizado por las diferencias sociales y la ignorancia, transversal a todos los estratos socio-económicos. Es necesario rebelarse, indignarse… 

Nos han vendido la idea de que nuestra comida, nuestra música y nuestros monumentos históricos bastan y sobran para sentirnos bien y han terminado, como la imagen del Che, convertidos en figuritas que se ven bien en polos, afiches, campañas y slogans; pero el supuesto orgullo que todo eso despierta no se traduce en solidaridad, en comprensión de nuestros grandes problemas, en defensa de lo que vale la pena… 

¿Cómo entendemos a un profesional joven, Master en Negocios Internacionales de alguna universidad privada, que va escuchando en su Prado, a todo volumen, Novalima, Jaime Cuadra o Lucho Quequezana y que al mismo tiempo, es capaz de arrollar a quien se le cruce, dejar sordos a todos con su claxon y sacar la cabeza, calva y con lentes oscuros, para lanzar insultos racistas a diestra y siniestra? 

¿Cómo creer que ese mismo personaje, que va a Mistura y se toma fotos junto a su plato de cebiche, su anticucho o su juane, que toma Pisco Sour y canta Cholo soy, respeta a sus compatriotas si cuando pasa un mestizo o un negro a su lado, un poco más y se tapa la nariz? 

¿Cómo confiar en el “orgullo nacional” que exhiben los profesionales jóvenes, encumbrados, alumnos de postgrado de la Católica, la de Lima, la USIL o la UPC en sus reuniones, ampliamente publicadas en Facebooks, donde sobran el pisco, el anticucho, el ají y que se emocionan cada vez que Gastón lanza un “tweet” si aplauden la actitud de Newmont-Yanacocha hacia Cajamarca y sus justas protestas, si se quedan de brazos cruzados cuando Ripley destruye el Palais Concert (símbolo de peruanidad) para convertirlo en uno más de sus almacenes de ropa china o si acuden, con sus mejores galas y poses, a locales como Cala, Drama, Rústica o Marina Club, que han desaparecido las playas de Barranco y no mueven un dedo – ni un sol - cuando se les pide apoyo para proteger el patrimonio nacional?

Puede ser que algunos ya se estén preguntando por qué solo me refiero a los discriminadores y malcriados de arriba hacia abajo y no me detengo a hablar del daño que nos hacen los informales, los delincuentes, los asesinos, los terroristas, los “marcas”, las barras bravas, etc… Eso ya lo conocemos todos. Lo otro es de lo que nadie habla. Por eso me centro en ellos… 

Es fácil hablar de los sectores pobres, del “eterno resentimiento de la raza andina” y por ende, es sencillo ubicar allí, las razones de un comportamiento antisocial, nocivo… pero ¿y los que sí tuvieron educación? ¿cómo es que personas, aparentemente bien formadas, que no sufrieron carencias de niños, son ahora esa multitud de patanes (hombres y mujeres) que van por las calles sintiéndose los reyes y las reinas del jet-set, viviendo como turistas en su propio país? 

La banalización ha llegado a tal punto que ni siquiera ser “Master en algo” le da verdadera prestancia a ciertas personas. Sin ninguna intención de mejorar nada que no tenga que ver directamente con sus bolsillos y su capacidad de divertirse, estos Masters no hacen nada por el país. Nada. Solo consumir y consumir en su mezquina competencia hacia el “éxito” expresado en dólares, tarjetas y fotos en Facebook… 

Mi manera de celebrar Fiestas Patrias, ahora que bordeo los cuarenta, no tiene que ver con “pegármela” en una discoteca de Larcomar, por dos razones: a) porque considero que empresas como Brahma, Backus o Pilsen no hacen nada bueno por mi país y se sirven de él para hacer más plata y b) porque ir a Larcomar equivale a arriesgar mi vida por lo insegura que es esa construcción que flota en los aires de Miraflores. Puede ser que a los 20 años no me diera cuenta de esas cosas pero ahora sí… 

Tampoco con ir a “hacerla” a una “peña” de esas modernas (Del Carajo, Rompe y Raja y afines) porque me parece que hay más valses aparte de Mal paso, Propiedad privada o Contigo Perú y que la música negra no empieza en Mueve tu cucú ni termina en el Jipi Jay. Porque además esos locales no son peñas, son discotecas en las que lo mismo se baila una marinera que un reggaetón que un Grupo 5… 

Mucho menos con saltar como simio cada vez que Pizarro o Farfán tocan (mal) la pelota o salir a la calle con una Umbro rojiblanca. Estoy demasiado consciente de la corrupción existente en la FPF como para pensar, de manera ilusa por no decir estúpida, que hay algo de identidad nacional en esos actos irracionales y cosméticos. Si quiero ver buen futbol, no pienso necesariamente en la selección de Markarián... 

Y si se trata de comer, aprecio más a las autoridades peruanas que me recomiendan cómo cuidar mi salud que a aquellos que pretenden que me atragante (en sus locales “de primera categoría”, por supuesto) de pollos a la brasa, cebiches, tamales y demás (todos deliciosos por cierto) para demostrar que “soy bien peruano”, cuando lo único que quieren es seguir haciendo caja con esa superficial e incompleta visión de lo que es identidad nacional… 

Corremos el riesgo de que todo, desde el Himno Nacional del Perú hasta una copa de Pisco Sour, termine siendo irrelevante por constituir la fachada detrás de la cual hay, siempre, una intención comercial, mercantilista, algo de lo que solo algunos podrán beneficiarse… 


De nosotros depende que eso no termine de establecerse como “lo normal”… ¿a dónde prefieres llevar a tus hijos este fin de semana patrio? ¿a Divercity o a Yuyachkani? 

Felices Fiestas Patrias para todos…

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