miércoles, 4 de junio de 2008

LAS TIENDAS DE DISCOS (Parte 4)


Una vez más, hablando de discos. De tiendas de discos. En realidad, cuando dedico posts a las tiendas de discos no sólo estoy hablando de góndolas, pedidos, alucinantes clientes (los normales, los locos y los recontra locos), entrañables compañeros de trabajo y jefes idiotas. Estoy hablando de esa profunda conexión personal que tengo y mantengo desde que adquirí uso de razón con el mundo de la música, un feeling compartido por todos aquellos que aun estando dentro de la industria, sentimos estar siempre fuera y que ahora, estando realmente fuera, sentimos que no podemos desligar nuestras mentes de ese mundillo, infestado de oportunistas y badulaques con mentalidad "empresarial" que de música no saben nada. Porque, como por ahí me leyeron la mente al hacer un comentario, la música, cuando uno la sabe apreciar y degustar, alimenta el alma. No importa qué estés haciendo o en qué estés pensando, cuál sea tu trabajo o la historia que te haga sufrir, si sabes escuchar música ten por seguro que tienes miles de puertas de escape a tu disposición.

Es extraña la nostalgia que se siente al pasar por fuera de una tienda de discos. Porque las cosas siguen igual, diga lo que diga la página web de la única empresa "grande" que hoy monopoliza el mercado discográfico limeño - y lo monopoliza mal, aunque no lo parezca cuando nos ponemos a medir sus ingresos - afirmando sus grandiosos planes para ¿cómo era? "contribuir a la cultura de la población" como alguna vez declaraba en su presentación virtual. Esto, desde luego, jamás va a ocurrir y ya ni siquiera podemos culpar al 100% a los directores de esta empresa a la que hago mención. Porque ellos provienen de una generación en la cual la cultura - musical en este caso - ya era un tema de minorías, de élites que perdían su tiempo preocupándose en cuánto talento real tenía un artista o cuánto valor real tenía alguna de las tendencias que, como siempre, se ponían de moda en un dos por tres, y generalmente por temas totalmente desligados del ámbito estrictamente musical.


Pero inicié el párrafo anterior hablando de la nostalgia que me produce el pasar por la puerta de una tienda de discos. Porque no todos son recuerdos malos. Hace muchos años solía pasear por el Jirón de la Unión y pasaba horas metido en la tienda que Discocentro tenía allí, mirando los discos (de vinilo) una y otra vez, leyendo y releyendo los títulos de canciones, memorizándolas para después anotarlas en mi cuaderno - hasta el día que, venciendo la inmensa timidez de entonces, pedí permiso a uno de los que trabajaban allí para poder apuntar esos detalles dentro de la tienda - o mirando las vitrinas y anaqueles fantaseando con la idea de alguna vez trabajar en uno de esos locales. Fue mi apasionamiento por la música una de las razones por las que decidí que quería estudiar periodismo (la otra fue mi afición por el football aunque después la selección peruana se encargó de olvidarme de ella) y soñaba con tener una revista parecida a Pelo, Rolling Stone, Billboard, Wire o tantas otras que hablara de la gran música (sea del género que sea) al margen de las modas efímeras y vacías. A decir verdad, hasta ahora sueño con eso...


En las tiendas de discos afiné más mi apreciación musical. Haciendo caso omiso a las recomendaciones de los jefes de ocasión (de Discocentro, de Phantom...) que vivían preocupados por que sus vendedores escucharan las radios de moda, aproveché para enriquecer mi cultura musical (ya bastante amplia para ese entonces, modestia aparte) sacándole el jugo a las largas horas de jornada laboral conociendo artistas nuevos, ampliando mis horizontes sonoros, apuntando, sacando copias de folletos, traduciendo historias, conversando con los conocedores... esos conocedores que poco a poco fueron abandonando el mercado formal de los discos para irse a Polvos Azules, por esa desmedida vocación cortoplacista de los dueños de las tiendas, que hoy en día no sólo dan prioridad a los géneros de moda (lo cual no está mal) sino que prácticamente excluyen lo demás, lo selecto, lo bueno, lo clásico, de sus catálogos de productos.


Evidentemente, quienes manejan las tiendas son solo una parte del problema. Cuando uno enciende la televisión y ve las notas de espectáculos puede darse cuenta de que los medios de comunicación contribuyen abiertamente a esta cada vez mayor lumpenización de los gustos musicales del "pueblo". Porque es mejor ver qué está haciendo el "Bomboncito de la Cumbia" o el cada vez más antipático Gian Marco (¿tendrá algo que ver su nuevo manager en ese cambio de actitud?) que promocionar más las últimas producciones de artistas más interesantes, tanto nacionales como extranjeros. Por otro lado, el bajo nivel de exigencia del público de todos los sectores socio-económicos también tiene su parte. Antes, era más fácil asociar a personas de alto poder adquisitivo con expresiones musicales menos mediáticas pero más ricas (el jazz, el rock clásico, la música instrumental, la new-age, etc...). Hoy, que los jóvenes profesionales exitosos de nuestro país vibran con las canciones de artistas como Fonseca, Camila, Shakira, Daddy Yankee, el Grupo 5 y un larguísimo etcétera, poco espacio queda para el universo de conocedores que aun dan vueltas por allí, tratando de mantenerse fieles a la compra de productos originales, a pesar de que siempre terminen tomando su taxi, o manejando, con dirección a la cuadra 2 de José Gálvez, La Victoria.


La lógica del mercado es apabullante. Más vendes, más vales. No importa si tu propuesta artística es tonta, simplona, mala o como en algunos casos, carece absolutamente de cualquier valor. Lo que importa es si tu empaque llama la atención, si tu video es escandaloso, si te bailan los famosos. Nada más. Esa situación, lejos de cambiar, se fortalece con el tiempo convirtiendo a las tiendas de discos en puestos de mercado donde la idea de arte queda relegada casi por completo. Aún así, no puedo evitar que al pasar cerca de la puerta de uno de esos locales, sienta la nostalgia de haber podido estar en contacto, aunque solo haya sido de manera transversal, con ese mundo que en otras latitudes aun mantiene ese equilibrio entre lo comercial y lo clásico, que aun puede auspiciar conciertos de calidad mientras llena sus cajas registradoras con las masas reggaetoneras, los emos y "las gentitas" ávidas de tener el CD del artista de moda de la semana, porque sus amiguitos también lo tienen...

Hasta la próxima...

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