viernes, 21 de diciembre de 2007

WILFREDO ARDITO: "LA FIESTA DE LA NUEVA FE"


Como preámbulo a la Navidad quisiera compartir con ustedes este interesante artículo del abogado - en mi post anterior dije periodista, perdón por la errata - Wilfredo Ardito Vega, miembro del IDL y Jefe del Área de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de APRODEH (Asociación Pro Derechos Humanos), que aparece en un link de la página web de esta institución llamado "Reflexiones Peruanas". Asimismo, algunos artículos suyos son publicados de cuando en vez en el portal de Agencia Peru (http://www.agenciaperu.tv/), sí, la de La Ventana Indiscreta. "La fiesta de la nueva fe" nos invita a reconocer la equivocada forma de entender la Navidad en la actualidad... a reflexionar:

"LA FIESTA DE LA NUEVA FE
Wilfredo Ardito Vega


Las transnacionales también se equivocan. Hace unas semanas, en el óvalo de la Universidad de Lima, la empresa Nestlé instaló, a manera de árbol de Navidad, un gigantesco cono verde, del cual colgaban latas de leche, chocolates y helados, así como enormes bolsas de comida para perros. Muchos vecinos de Surco y La Molina protestaron por la profanación del espíritu navideño y Nestlé debió retirar sus productos y reemplazarlos por unas bolas azules.

Sin embargo, su desatinado cono me parecía a mí una excelente muestra del actual “espíritu navideño”, que tiene tan poca relación con la Navidad o con el espíritu.

Frente a quienes sostienen que la sociedad peruana está cada vez más secularizada, yo plantearía más bien que en los últimos años se viene experimentando una masiva conversión religiosa: la exitosa nueva fe es el consumismo, con sus propias fiestas de guardar (el Día del Niño es una de las últimas en establecerse), imágenes y animales sagrados. Tiene también numerosos centros de peregrinación, desde Gamarra hasta los modernos centros comerciales, donde los devotos pueden cumplir sus obligaciones rituales.

Mientras algunas iglesias evangélicas solicitan el diezmo a sus fieles, el consumismo consigue extraerles hasta el dinero que no tienen. Resulta curioso que, las mismas empresas que hace algunos años amenazaban o sobornaban a los dirigentes sindicales incómodos, ahora, para neutralizarlos, les ofrecen pagarles sus deudas con Ripley o Saga Falabella.

La religión consumista tiene la habilidad de no oponerse al cristianismo de manera abierta, sino de aprovechar sus celebraciones. La “campaña navideña” se ha vuelto así más visible que los austeros rituales del Adviento y se ha logrado convencer a muchos cristianos que las ofertas, los regalos y las aglomeraciones son parte de la Navidad. La Nochebuena, en que supuestamente se recuerda el nacimiento de un niño pobre, se ha vuelto una ocasión para cenar hasta el exceso. San Nicolás, un obispo que pregonaba la solidaridad con los necesitados, ha sido deformado para convertirlo en Papá Noel, cuya función es enseñar a los niños a anhelar regalos.

Paulatinamente, la mayoría de tradicionales símbolos cristianos van siendo desplazados por los símbolos del consumismo: renos, trineos, duendes, gorros rojos, nieve, todos elementos ajenos al clima veraniego que existe en diciembre en gran parte del Perú.

A esta religión no le hacen falta impartir clases de catecismo: sus mejores predicadores son los medios de comunicación, gracias a los cuales, miles de pequeños devotos exigen juguetes, marcas, tamaños y colores. Mientras los estresados padres intentan complacerlos, quizás recuerden cuando eran niños y se limitaban a esperar ingenuamente alguna sorpresa.

Las imágenes oficiales de felicidad familiar que ofrece el consumismo generan también a muchos niños frustración e inclusive sentimientos de culpa, porque sus padres se han separado o alguno ha tenido que migrar al extranjero.

La deformación de la Navidad por el consumismo es más chocante en el Perú que en otros países, puesto que coexiste con tanta pobreza o, inclusive, con la explotación: en algunas instituciones públicas, quienes deben colocar los ostentosos adornos navideños son las personas que reciben los peores sueldos o están confinados por años a la condición de SNP.

Este también es el tiempo en que algunas personas bienintencionadas organizan para los niños pobres chocolatadas y repartos de juguetes, a veces obligando a un sufrido individuo a sudar bajo el disfraz de Papá Noel. A mí me preocupa si estas actividades no afianzan en los supuestos beneficiarios sentimientos de mayor frustración. En todo caso ¿no sería preferible promover ayuda más solidaria y permanente como atención médica o nivelación educativa?

A pesar que para algunos economistas, el consumismo es el motor de la economía, yo creo que está muy lejos de generar una sociedad más justa y equitativa. Es más, ni siquiera creo que haga mejores o más felices a las personas. Sin embargo, tampoco creo que la conversión al consumismo sea un camino sin retorno.

Un miércoles por la tarde, hace cuatro meses, la tierra tembló y en un instante la nueva religión pasó al olvido. Los supermercados y los centros comerciales fueron abandonados en segundos por multitudes desesperadas. Las paredes de los edificios más nuevos se rajaban. Los celulares más lujosos no servían para comunicarse con los seres queridos. Volvieron los rezos, los rosarios, las invocaciones y en pocos días, como nunca se había visto, se manifestó una solidaridad sin precedentes hacia los damnificados.

Como sucedió durante esos días, también se puede vivir una Navidad libre del consumismo, aprovechando la oportunidad para expresar afecto a los demás y no necesariamente adquiriendo objetos. Podría, inclusive, ser una celebración más bien austera, sea pensando en la precariedad en que actualmente viven tantos compatriotas o en el recuerdo de cómo pasaron José, María y Jesús la primera Navidad... sin ninguno de los productos que colgaban del cono verde de Nestlé y sin bolas rojas, muñecos de nieve o tarjetas de crédito".

Hasta la próxima...

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