lunes, 29 de junio de 2015

CHRIS SQUIRE (1948-2015): EL BAJO OMNIPRESENTE


Todo fanático del rock que haya soñado, siquiera una vez, con ser bajista en una banda tiene que haber escuchado con atención y sin descanso las intrincadas, profundas, impredescibles y, por momentos, delirantes líneas melódicas, fraseos y solos de Chris Squire. Y ni qué decir de quienes sí hayan hecho realidad ese sueño. Para mí, bajista frustrado y anónimo, escuchar la música de Yes se convirtió en adicción durante mis años adolescentes, a la mitad del metal extremo, las canciones de Soda Stereo e Indochine que ponían en las fiestecitas de barrio, las baladas que escuchaba mi madre y la música criolla y clásica de la familia de mi padre.
 
Recuerdo que la primera canción que escuché de Yes fue, por obvias razones cronológicas, Owner of a lonely heart (del album 90125 de 1983), que sonaba en todas partes, pero fue a través de otras canciones de ese mismo disco, como It can happen, Changes o Leave it que la figura del larguirucho y medio regordete bajista, de peinado estilo Mel Gibson en la época de su película Mad Max, se me hizo tanto o más enigmática que la del mismísimo Jon Anderson. Pero no fue sino hasta que vi el concierto Yessongs -lanzado originalmente en 1973- una noche por las ondas cargadas de estática de Canal 27 UHF, allá por 1986, que me quedé pegado a su sonido, a su imagen, a la evidente ascendencia que tenía Chris en ese grupo, incluso por encima del superlativo virtuosismo de Steve Howe y Rick Wakeman o de la voz volátil y las letras pasadas de vueltas de Anderson.  
 
Poco a poco, y muy trabajosamente, me fui adentrando en la música del grupo y, en tiempos en que no existía internet ni discos compactos ni DVDs Blu-Ray, me convertí en fanático de Yes y reconocí en Chris Squire a uno de sus puntales, incluso antes de enterarme que él había fundado el grupo o que era el único integrante que había permanecido todo el tiempo en la banda, a diferencia de los otros miembros que habían entrado y salido, algunos de ellos en varias oportunidades. Como Steve Harris en Iron Maiden o Tony Iommi en Black Sabbath, es inconcebible Yes sin Chris. Y en cada canción que lleve ese nombre estará su sonido inamovible, irremplazable.
 
El sábado 27 de junio falleció plácidamente, según los comunicados emitidos por Facebook y otras redes sociales por parte de sus allegados y familiares, en su casa de Arizona, acompañado de su tercera esposa y sus cinco hijos. Lo había atacado un extraño tipo de leucemia, que le fue diagnosticada hace apenas unos meses, ante el asombro y la solidaridad de millones de seguidores en el mundo, como se vio de inmediato en redes sociales y grupos de fans en varios países del mundo. Es emocionante leer comentarios de pesos pesados del rock mundial como Tony Levin, Adrian Belew, Geddy Lee, entre otros, refiriéndose a él como "el mejor bajista que vi en mi vida", "una inspiración para mi carrera", "jamás vi tocar así a un bajista". O a sus integrantes de Yes que, en un comunicado conjunto lo describen como "el pegamento que los mantenía unidos". Emocionante y triste.
 
Chris Squire, bajista de una de mis bandas favoritas de todos los tiempos, nos deja un legado discográfico valioso, que solo unos cuantos saben apreciar. Desde las primeras notas de Survival y los ataques redondos, agresivos de Astral traveller; las líneas que lideran canciones como Time and a word; hasta las veloces y vertiginosas escalas de Heart of the sunrise, compartidas al unísono con Howe y Wakeman o las evoluciones circulares de Close to the edge. Desde las complicadas entradas y salidas de The remembering (High the memory) o The gates of delirium; hasta los robóticos pasajes de Tempus fugit o Love will find a way. Y ni qué decir de Long distance runaround y su coda instrumental The Fish (Schindleria Praematurus); la fibra rockera de Roundabout o Yours is no disgrace; o las contemplativas líneas de notas largas en Wonderous stories o Awaken.
 
Todos los discos de Yes llevan el sello particular del talento de cada uno de sus miembros, músicos extraordinarios por derecho propio. Y en el caso de Squire, además, una dedicación a exclusividad a una banda con la que alcanzó la categoría de bajista legendario, que influyó tanto a sus contemporáneos como a las siguientes generaciones de bajistas, cambiando por completo el rol rítmico elemental del instrumento para hacerlo protagonista, voz cantante, identidad de un grupo.
 
Aquí algunos temas fundamentals de Yes en los que el bajo de Squire toma proporciones épicas:
 

Heart of the sunrise, del álbum Fragile de 1971, aquí en versión en vivo en el Festival de Montreaux de 2003



Wonderous stories del Going for the one de 1977. La voz más alta es de Squire



Yours is no disgrace de The Yes album, 1971. La sección intermedia es dominada por el bajo omnipresente



Awaken también del Going for the one. Aquí se le ve tocando un bajo de tres cuellos (dos con trastes y uno fretless)



Del álbum de donde salió Owner of a lonely heart -90125, 1983- el tema It can happen

jueves, 4 de junio de 2015

LOS NUEVOS MODELOS A SEGUIR DE LA JUVENTUD PERUANA: CORRUPTOS, SICARIOS, NARCOS Y "VEDETTES"



Hace 30 o 40 años atrás -es decir, hace relativamente poco tiempo- las grandes concentraciones de jóvenes se producían por asuntos relacionados con la conquista de derechos, desde mejoras educativas hasta libertad para escuchar buena música gratis. Mayo del 68 en París (Francia), Woodstock un año después en New York (EE.UU.), fueron movimientos esencialmente juveniles, a los cuales se adherían adultos pensantes, escritores, directores de cine o maestros de escuela y universidad, que estimulaban esas manifestaciones nacidas del ímpetu e idealismo propios de esa etapa de la vida, pero que se enriquecían con lecturas, cine de calidad, inspiración en el arte, la filosofía y la política del pasado. Y sus hermanos menores, niños y adolescentes, se nutrían de estos movimientos, ya sea que vivieran en las ciudades donde se llevaban a cabo, o que se enteraran de ello a través de las noticias que llegaban a través de la prensa, la radio o la incipiente y mágica televisión.

De alguna manera, esto sigue ocurriendo, en este siglo 21 cuya segunda década va ya por la mitad, en prácticamente todo el mundo: ahí están los movimientos en Madrid (España) o en Wall Street (EE.UU.), la Primavera Árabe en El Cairo (Egipto), las marchas estudiantiles en Iguala (México), Quito (Ecuador) o Santiago (Chile). En prácticamente todo el mundo, menos en mi país, Perú. En mi país, los jóvenes salen a las calles para buscar una oportunidad de que los acepten en un programa de televisión, que les ofrece como máximo premio un viaje de promoción a alguna playa de moda del Caribe, all included -o acá nomás a Máncora- para que puedan despatarrarse y juerguearse para celebrar que ya acabaron el colegio. No importa si pasaron con las justas. Tampoco si, en la competencia, deban someterse a las humillaciones y burlas que el equipo de producción y los socarrones conductores preparan, con habilidad casi psicópata. Lo que importa es salir en la tele y ganarse el viajecito que ni sus padres ni sus colegios empobrecidos pueden costear.

Hace 30 o 40 años, también, los políticos corruptos eran despreciados por el común de la gente, aun cuando detentaran el poder y se mostraran pulcros, bien vestidos y mejor hablados. Y se sabía que, quienes se atrevían a dorarles la píldora, era porque en algo se habían beneficiado o en camino de beneficiarse de sus actividades oscuras. Hoy, las juventudes pensantes, que van a las universidades privadas más caras del Perú, se erigen como defensores "ilustrados" de los personajes más corruptos que ha conocido nuestra historia reciente sobre la base de la poca, incompleta y manipulada información que reciben de los medios de comunicación, donde periodistas que fungen de relacionistas públicos y asesores de imagen a sueldo y con expectativas de sus "honorarios de éxito" (un contrato de menor cuantía, presencia permanente en eventos y ágapes de sociales), les dan a estos ladrones y asesinos contumaces, tribunas y columnas, entrevistas y condecoraciones, mientras se preparan para tentar nuevamente los cargos que les sirvieron para enriquecerse sin trabajar.

Asimismo, hace tres o cuatro décadas no había ninguna duda respecto de qué cosa era un narcotraficante y no importaba cuántos carros deportivos de lujo, fiestas o casas tuviera, seguía siendo un delincuente y la condena social era inmediata, surgía con naturalidad. Hoy, desde reporteros hasta gente de la calle muestran una velada -y a veces no tan velada- admiración por esperpentos miserables, asesinos inescrupulosos, a quienes envidian secretamente sus lujos y placeres, pasándose por alto todos los crímenes que han cometido y la permanente falsedad que los rodea. Es sintomático que al último de estos fanfarrones, capaces de vanagloriarse de cargar pistolas y bailar con ellas en señal de poder, los periodistas insistan en llamarlo "Tony Montana", como si esa mención a aquel personaje ficticio, uno de los más despreciables del cine dedicado a la mafia, lo hiciera más cercano al público, cuando no deberían tenerle la más mínima consideración. ¿Miedo a llamar las cosas por su nombre o fascinación por aquello que identifican como una vida intense que ellos jamás podrán tener?

Nuestra juventud ya no sabe distinguir la diferencia entre lo que debe hacer, aunque sea a regañadientes (estudiar) para asegurar su futuro; y aquello que solo debería ocupar su tiempo los fines de semana y los meses de vacaciones. Hoy la diversión es su máxima aspiración, y los programas "concurso" de la televisión de señal abierta se encargan de dársela sin descanso, de luens a viernes, a veces desde las 7.30 de la mañana, horas en que deberían estar tratando de entender lo que leen. 

Ellos, los adolescentes de hoy, sueñan con ser Claudio Pizarro o Gerald Oropeza, con inflarse los brazos como Nicola Porcella y ser carismático como Jesús Alzamora o Adolfo Aguilar. Sus modelos de comportamiento son el patán ignorante y fortachón; el conchudo con plata, caballos y carta blanca para ser considerado ídolo del deporte nacional sin haber ganado un solo torneo en su vida con la camiseta peruana; o de exhibir su poder levantando una pistola con el cuerpo inclinado para atrás (como los raperos pe' batería), con un par de arañas en taco aguja y zapatos de plataforma, lo suficientemente cabeza huecas para aceptar el maltrato que viene acompañado de un buen carro, trago y drogas por montones.

Y ellas, las pobres, deliran por cómo tiene el pelo Melissa Loza, se desmayan cuando un tipo que no les daría ni la mano por la calle, por miedo de contagiarse de algo, aceptan ser su "chambelaine" en la fiesta de 15 años, temática, por $ 2,000 y sueñan con salir sin ropa en alguna revista de papel couché y que les digan "vedettes", "bailarinas", "anfitrionas". Sus modelos de comportamiento incluyen una absoluta carencia de respeto por sí mismas, practicar el exhibicionismo sin límites para hacerse famosas y ser "solicitadas" como "animadoras de eventos" y exponer sus miserias -y las miserias de los medios familiares de los que provienen- en cuanto programa los reciba, por dinero. Miserias que van desde la explotación de su intimidad hasta el manoseo virtual de sus nombres e imágenes.

Mientras todo esto pasa, los expertos de educación de mi país se solazan escuchándose a sí mismos, conversando sin parar sobre estadísticas, comportamientos históricos de la escuela rural y demás cosas, muy interesantes en sí mismas, pero que no sirven para atacar el problema de raíz...