sábado, 6 de octubre de 2012

LA TERCERA MUJER: UN ENCUENTRO CON LA DANZA MODERNA


Debo comenzar diciendo que la danza moderna no es necesariamente lo mío. No tengo los suficientes elementos de juicio ni la experiencia como espectador que me permitan hacer un comentario extenso ni acertado. Lo que sigue es solo una apreciación desde el asombro, la admiración y la humildad ante artistas que, al margen de las tendencias que les podrían asegurar mayor fama o ingresos, le dedican horas al ensayo y desarrollo de propuestas realmente exigentes, ejecutan complejas rutinas corporales y mantienen su independencia y pasión por aquello que seguramente las cautivó desde muy niñas, la danza.

La tercera mujer es el título de esta obra que pude conocer en el marco del VI Festival de Danza Contemporánea 100% Cuerpo, que se viene realizando en la Alianza Francesa de Lima. Llegué allí a través de una amiga que estudia yoga con Jacqueline Quino, una de las tres bailarinas que dan forma a esta metáfora acerca de la femineidad. El elenco lo completan Jossie Lindley y Cecilia Borasino, creadora de la coreografía, que recomiendo porque, sin ser una puesta en escena perfecta, es muy desafiante por momentos y merece ser apreciada, sobre todo porque es un esfuerzo por hacer arte de calidad, en este medio plagado de "espectáculos" sin trasfondo, desde lo simple y llanamente aburrido hasta lo patéticamente vulgar y de baja estofa. Solo por eso, espectáculos como La tercera mujer merecen mi absoluto respeto.

La tercera mujer me dejó paralizado por momentos, debido a la complejidad de su propuesta: arrastrándose por el piso en evoluciones casi sobrehumanas, las tres bailarinas exponen desde el comienzo el drama de la mujer adolorida, minimizada, derrotada (¿por el mundo de los hombres? ¿por ellas mismas? eso queda para la interpretación de cada uno). 

A lo largo de la obra, que dura aproximadamente una hora y veinte minutos, se suceden algunos pasajes algo confusos, con movimientos inconexos y yo diría que hasta descoordinados (acaso esa sea la intención, si hay expertos en danza moderna leyendo esto, les agradeceré que me corrijan) pero la mayor parte del tiempo dejan claro el mensaje: los sufrimientos y las ataduras, a menudo ocasionadas por ellas mismas, abre paso a la algarabía de sentirse libres, reencontrarse y finalmente, comenzar de nuevo a vivir. 

El final de La tercera mujer es totalmente opuesto al inicio: quienes salieron a rastras y solas, de un agujero oscuro e indefinido, se van en paz, caminando abrazadas, hacia un nuevo mundo, desconocido quizás pero abierto al horizonte, a la posibilidad de encontrar mejores cosas...

Muy buenos los juegos de luces y sombras, el uso del humo blanco y denso en momentos álgidos de cada bailarina y sobre todo, la música. La tercera mujer no tendría el efecto que finalmente tiene en los espectadores si no fuera por la sensación de pavor y angustia permanente que genera una banda sonora plagada de ruidos, estáticas, notas largas de sintetizadores (que hablen mis amigos ruidistas ¿quién es Omar Lavalle? ¿es conocido en el mundo de la electrónica, el ruidismo y el shoegaze nacional, si es que eso realmente existe?). Fuera de ironías acerca de este género musical, que ciertamente no es de mis especialidades, la atmósfera desesperante creada por Lavalle es ideal para el concepto general de La tercera mujer. De hecho, el punto más bajo de su banda sonora es cuando incluye piezas más rítmicas, en clave indie y con textos en inglés. Va hasta el lunes, así que si quieren ver algo diferente, es una buena opción. 


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