viernes, 30 de marzo de 2012

"APLACA SEÑOR TU IRA...


... tu justicia y tu rigor, por tu Santísima Madre ¡Misericordia Señor!" solían repetir las señoras devotas del limeñísimo Señor de los Milagros cuando rezaban la novena tradicional a las andas que cada octubre llenaban las calles de nuestra capital de zahumadoras, hermanos de morado y amigos de lo ajeno. No es casualidad que el ingenio criollo, en aquellas épocas en las que era efectivamente ingenioso, haya cambiado la primera palabra de este rezo por otra, que alude a la desesperación y el pánico que generan los terremotos: "¡Aplasta Señor tu ira!" proferían los palomillas de antaño, cada vez que conversaban sobre qué pasaría si un temblor amenazaba con destrozarlo todo. En el fondo y en silencio, se suponía, estos "melcochitas" de barrio elevaban por detrás de las bromas, sus sinceras plegarias al Cristo de Pachacamilla, también conocido como Señor de los Temblores.

Hasta el momento no se ha inventado ninguna máquina capaz de predecir cuándo y dónde exactamente se va a producir un terremoto grado 9. Nadie, en ningún laboratorio japonés, ruso o chino puede decirnos eso a ciencia cierta. Sin embargo, como nos encontramos en plena era de la información en tiempo real, hemos podido ver en vivo y en directo cómo se abrió la tierra en Indonesia, cómo lucía la catedral de Pisco al día siguiente del desastre, cómo las gigantescas y poderosas olas arrastraban las camionetas como si fueran pequeños juguetes de plástico en Fukushima. Casi como en un reality show, podemos sentarnos a mirar e imaginarnos que así habremos de morir cuando ocurra lo que tenga que ocurrir en las - hasta ahora - inactivas placas tectónicas que están bajo nuestros pies.

Y quizás sea precisamente eso lo que nos aterra de este asunto. Que no importa cuán de última generación sea nuestro tablet o si tenemos la nueva versión del iPad/iPod/iPhone o como se llame o que nuestro Blackberry tenga un pin number que nos permita decirles a nuestros 2,000 amigos del "feis" en dónde estamos almorzando, a qué hora y con quiénes. Porque en el momento que la tierra decida temblar nadie va a poder adelantarse a eso y ninguna de nuestras prótesis tecnológicas nos va a permitir escapar de lo inexorable. Porque como decía una gran amiga mía cada vez que recomendaba qué hacer si uno era víctima de un asalto a mano armada: "Par el pen-pen no hay Superman".

Está muy bien que se den recomendaciones a través de los medios de comunicación, aunque encuentro desagradable el hecho de que "para concientizar" a la gente, que mayormente demuestra falta de conciencia para todo, algunos líderes de opinión echen mano de las predicciones de farsantes o las conclusiones alegremente sacadas por respetables científicos sobre la base de sus observaciones personales. Una cosa es decirle a la población - y si es necesario, repetirlo hasta la saciedad - qué deben tener a la mano en una mochila junto a la puerta de la casa o qué postura adoptar en tal o cual situación pero otra, muy diferente e inútil, es generar ansiedades y pánicos exacerbados a las grandes masas de ignorantes que pueden sugestionarse porque un brasileño operador de Vladimiro Montesinos aparece en algunos programetes a decir fechas, lugares y detalles que ve seguramente en su fantástica bola de cristal (que mas bien debe ser una montaña de polvo blanco sobre una bandeja de aluminio).

Debemos estar preparados, de eso no cabe duda. Ha habido sismos fortísimos en los últimos años en todas las regiones del Perú y solo Lima se ha librado. El terremoto de Pisco, de casi 8 grados, se sintió violentamente en nuestras casas y dejó sus huellas en edificios, barrios antiguos y zonas muy cercanas. Pero hay que ser sinceros y tener muy presente que ese día - o esa noche, ya sabemos que la hora no se puede vaticinar con exactitud ni siquiera con aproximaciones leves - va a morir mucha gente. Si el terremoto te sorprende en Larcomar no va a haber mochila que te salve. Si estás de shopping en Saga o Ripley, donde en un día cualquiera te tropiezas con los anaqueles, las montañas de ropa, los parantes de lentes y demás obstáculos estratégicamente ubicados por los marketeros que todo lo quieren vender, tampoco. Lo mismo si en ese momento te toca estar en el Mercado Central, en Polvos Azules, en alguna "caja rápida" atestada de gente o en cualquiera de esos otros establecimientos en donde, gracias a la supuesta bonanza económica, nunca cabe un alfiler.

Quizás un terremoto grado 9 en Lima sea la forma en que la naturaleza establezca cuál es su opinión con respecto a todo el desmadre social y comercial en el que vivimos. Porque valgan verdades, quizás las personas de a pie sigan las instrucciones que hoy se imparten en algunos medios pero no me imagino a los administradores de Wong y Metro modificando sus "políticas de exhibición" para dar prioridad a la liberación de pasillos (y si alguno lo hace, al toque le enmendarán la plana y si insiste en tratar de salvaguardar a sus clientes ante la eventualidad de un desastre, pues lo despedirán para que los proveedores no se quejen). Tampoco me imagino a las grandes constructoras deteniendo las obras sobrevaloradas que no soportarán los embates de la tierra o acatando las sanciones por haber levantado edificios que no ofrecen la menor protección antisísmica. Ni me imagino a alcaldes de distritos como Barranco o Miraflores exigiendo que no se construyan más moles de concreto en acantilados o al borde de la Vía Expresa, verdaderas trampas mortales planificadas para que se produzcan muertes masivas el día que la tierra tiemble.

En las relaciones personales, sean familiares, amicales o amorosas, existe la figura coloquial del "sacudón": una persona o un grupo de personas que sacuden, a veces metafóricamente con palabras y otras físicamente a empellones y sacudidas a otra para que reaccione, para que se dé cuenta de que está haciendo las cosas al revés. Y en esos contextos el "sacudón" funciona, la mayoría de las veces. Y a pesar de que el abandono en Pisco es un claro ejemplo de que no funcionó en este caso, quiero pensar en que un terremoto grado 9 en Lima, con todas las terribles y lamentables consecuencias que tendrá, servirá como ese sacudón que necesita nuestra sociedad enferma, como quien sacude a un ser querido para quitarle lo malo que lleva adentro. O como quien sacude una prenda de vestir para deshacerse del polvo acumulado por años de desinterés, injusticia e ignorancia. Estemos alertas, sigamos las recomendaciones básicas y entonemos la novena cada noche...


Esta película se filmó en 1974 y muestra cómo un terremoto destruye Los Angeles.

1 comentario:

Toña dijo...

Las autoridades programan simulacros para prepararnos ante la eventualidad de un terremoto en Lima, pero estos son una farsa. Si fuera realmente cierta la preocupación no permitirían construcciones irregulares en los Acantilados. Y las personas que compran los departamentos supongo que tienen vocación de suicidas, no encuestro otra explicación. De otro lado, la frase que titula el artículo la he escuchado varias veces durante los dos terremotos que me tocó experimentar y por supuesto haciendo 20 mil promesas de ser mejores personas, la misma que muy pronto se olvida.