martes, 11 de mayo de 2010

AVENTURA: UN SONIDO INSOPORTABLE


Cada vez que escucho en la radio los anuncios del próximo concierto de Aventura en Lima, en los que mencionan que se trata de su última gira, suspiro profundamente para mis adentros la misma palabra: "ojalá...". Y es que en los 30 años que llevo escuchando música, nunca antes un género, o mejor dicho un grupo, me había provocado tantas urticarias, malos humores, arcadas y deseos irrefrenables - que termino refrenando para no ser conducido cortésmente a la comisaría más cercana - de quemar sus CDs, emprenderla a patadas contra el reproductor del cual sale ese espantoso sonido o insultar a voz en cuello, poseído por el espíritu de Enrique Pinti, a esos cuatro mamarrachos que se han impuesto en el gusto popular (y debería añadir femenino, aunque en realidad eso es irrelevante para mí) y que ojalá no regresen jamás.

Alguna vez aprendí que la bachata era un género romántico originario de República Dominicana, surgido en algún lugar entre las décadas de los 60s y 70s y que estaba íntimamente emparentado con el bolero. Un par de cantantes dominicanos nos hicieron conocer esa clase de bachata en los años noventa: Juan Luis Guerra y Víctor Víctor. Escuchar uno de esos temas remitía a una sensibilidad particular, sutiles guitarras solistas que arpegiaban elegantemente y agudas notas de bongó tocadas a una velocidad ligeramente superior a la del bolero cubano, por ejemplo, características que le daban un sabor reconocible y agradable.

Pero lo que hacen estos compadres es sencillamente atroz y como no quiero desperdiciar mucho espacio en esta bitácora hablando de ellos, trataré de resumir en breves líneas los motivos por los cuales detesto su sonido, su perfil y su apariencia:

a) El aspecto más antipático, para mí, del sonido-Aventura es esa guitarra desesperante, agresivamente invasiva. Cuando escucho esas notas tocadas siempre sigual, con rapidez pero sin sentido, casi como si se tratara de un requinto un poco desafinado, los dientes se me destiemplan. Hasta antes de la llegada de Aventura a nuestras radios, el reggaetón y la cumbia peruana moderna (léase Grupo 5-Hnos. Yaipén y demás clones) eran los peores géneros musicales que había oído y mi tolerancia desaparecía por completo ante ellos. Ahora, es probable que alguna cancioncilla de Tito el Bambino se me pegue o que alguna cumbia pueda pasar mi filtro, por lo menos antes de haberla escuchado diez mil veces en menos de dos días. Pero las canciones de Aventura - que dicho sea de paso, son todas iguales - simplemente no las soporto. He dicho más de una vez, entre amigos, que a ese guitarrista deberían cortarle las manos. Y me reafirmo en ello.

b) En segundo lugar está el bajista. Con la clara intención de disimular sus profundas limitaciones como músico, repite y repite ligaduras de notas que llegan al punto de hacerme perder la paciencia. Se supone que esa es una demostración de destreza como ejecutante, pero el efecto que consigue, por lo menos para mis oídos, medianamente entrenados si se trata de analizar bajistas, es totalmente opuesto. La base rítmica que "elabora" es siempre la misma y sus "adornos" parecen hechos por un adolescente que recién está aprendiendo a tocar.

c) Por último, la voz abiertamente amariconada del cantante contribuye en gran medida a las diversas reacciones estomacales que el sonido-Aventura me produce. ¿Qué se supone que intenta decirnos con esa voz andrógina, indefinida, superpoblada de falsetes, efectos de consola y micrófonos de última generación? Este cantante vende millones de discos jugando al susurrante, con la abierta complicidad de sus seguidores que, lamentablemente, demuestran cada vez más una ausencia absoluta de control de calidad.

Debo hacer un acápite aparte para referirme a la imagen de Aventura, que no solo habla de las concesiones que puede llegar a hacer el consumidor de propuestas artísticas actuales por aspectos superficiales (tendencia que ha existido toda la vida, en todos los géneros) sino que además nos muestra la patética configuración de la moderna escala de valores que rige para definir qué resulta atractivo y qué no.

Digo esto porque, al fijarme en los paneles publicitarios del concierto de Aventura me asaltó la siguiente pregunta: ¿desde cuándo el look delincuencial es tan aclamado por las mujeres jóvenes en nuestra sociedad? O sea, esos cuatro tienen caras de dealers (vendedores de droga) de cualquier tugurio limeño y fácilmente se les podría confundir con los miembros de alguna banda de asaltantes y sin embargo, gozan de la admiración afiebrada de miles de fans que gritan por ellos, cantan sus canciones (ya es increíble que las puedan diferenciar unas de otras), compran sus CDs y van a sus conciertos.

Definitivamente es una buena noticia que se estén despidiendo y espero de todo corazón que cumplan con su promesa.

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