martes, 17 de febrero de 2009

UNA ESPECIE DE TRISTEZA


Me han(s) recomendado miles de veces que no escriba tanto sobre temas locales, que probablemente eso limite el entendimiento de los lectores de Latinoamérica que se acerquen a esta bitácora y que puedan tener dificultades para decodificar ciertos giros idiomáticos, costumbres o noticias demasiado circunscritas al ámbito peruano, pero al tratar de hacerlo me cruzo con situaciones que imagino también deben suceder en otras realidades parecidas a las nuestras, y que algunos utilizan de materia prima para componer larguísimas - y en muchos casos aburridas - crónicas urbanas hablando de aspectos pintorescos, problemáticos o tercermundistas de nuestras ciudades, pretendiendo ofrecer una mirada profunda, bizarra o intimista.

Salir a la calle en una ciudad como Lima es como salir a una pelea permanente. Todo alrededor es hostil y agresivo: las pistas, las paredes, los postes de alumbrado público, el tráfico, el "claxon cosmopolita" como lo llama el genial Manuelcha Prado. No importa si el paseo es por el lado marginal o por el lado "del desarrollo". Y aunque la pelea invita incesante a que uno ingrese a la vorágine y responda con la misma moneda hostil a cada paso que da, hay algo - que muchos llamarán "burbuja" quizás o "altanería" - que impide que eso suceda.

Como decía, la ciudad ofrece hostilidad en cada uno de sus rincones. Y qué decir de las expresiones en los rostros de la gente: desde los niños con esas miradas carentes de inocencia hasta los adultos mayores que expresan décadas de frustraciones y desesperanzas, todo se resume en esa palabra: hostilidad. Un grupo de adolescentes de andares amenazantes y vestimentas desordenadas, aretes y pelos revueltos, no son otra cosa que la expresión desvergonzada y afrentosa de la agresividad potencial en estado de desarrollo. Es real y es preocupante. Es verdad que hay personas buenas todavía, y quizás sea necesario dar gracias a Dios por tener la oportunidad de tenerlas cerca, pero el común denominador de lo que uno encuentra en la calle arroja definitivamente un saldo en contra muy alto.

Por eso, cuando todo parece sumirse en ese estado de desamparo, en el cual pareciera que la rebeldía y la capacidad de indignación no bastan para solucionar todo eso, surgen las cosas buenas de la vida al rescate y uno se deja absorber por la magia de la música.

"Una especie de tristeza" - como la que se siente al caminar por la ciudad - es el título de esta joya musical grabada hace 50 años por Miles Davis, "el negro Miles". El negro Miles es, como Hemingway, Pollock, Hendrix, Zappa, Whitman y algunos otros, de esas personalidades que rescatan el orgullo de los EE.UU., que le lavan la cara al país de las barras y las estrellas con esos destellos de genialidad capaces de elevarnos a alturas insospechadas en estos tiempos en que se vive rampando por los suelos.

Escuchar Kind Of Blue de Miles Davis es una de esas cosas que deben hacerse a paso lento, con calma, como tomarse un aromático e intenso café (perdón por el uso) o disfrutar de un sabroso vino tinto, y si es en compañía, mejor aún. Escuchar Kind Of Blue requiere de ciertos niveles de pensamiento abstracto, de esa introspección tan poco común entre nosotros. Y cuando se posee esas características, escuchar Kind Of Blue de Miles Davis es simple y llanamente un placer, una experiencia inagotable, un bálsamo de tranquilidad, sofisticación y buen gusto, una puerta de salida para escapar del caos limeño...

Los dejo en compañía de esta extraña especie de tristeza, capaz de alegrar el alma y la mente...




Miles Davis (trompeta), John Coltrane (saxo tenor), Paul Chambers (contrabajo), Wynton Kelly (piano), Jimmy Cobb (batería) en 1959


Miles Davis (trompeta), Wayne Shorter (saxo tenor), Herbie Hancock (piano), Ron Carter (contrabajo) y Tony Williams (batería) en 1964

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Jorge, gracias por este post... muy bueno escuchar algo de gran Miles después de un agitado día de trabajo y de enfrentarse al trafico inmisericorde